"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



30 de noviembre de 2017

La mujer del expreso


(Edward Hopper)



Pocos viajeros en esta época del año, ¿verdad? Fue la manera de presentarse al entrar en el compartimento. Muy pocos, respondió la mujer que iba ensimismada en la lectura. El viajero colocó su maleta y se acomodó con parsimonia. Será un viaje largo, así que iremos más holgados, dijo el hombre para atemperar la frialdad de la escena. Sí, se limitó a responder la pasajera, que siguió leyendo. Los viajes que son largos se llevan mejor si hay más gente, aunque también se pierde intimidad, dijo el hombre por decir. Así es, contestó la mujer, de nuevo lacónica. El hombre cayó en la cuenta de que el recorrido se le iba a hacer tedioso y se levantó para sacar un periódico del bolsillo de su gabán. El tren arrancó repentinamente y dio un traspiés. La mujer hizo ademán de sujetarle. Le advirtió sonriente: tenga cuidado, no hay caída buena. No, no la hay, asintió él avergonzado. 

La compañera de viaje continuó con el libro y el viajero desplegó el diario. De vez en cuando el hombre contemplaba el porte de la mujer por encima del perfil de la página. Pensó para sí: estoy haciendo lo mismo que sale en las comedias de cine, qué excusa tan patética para observarla. Se sintió ridículo y dobló el periódico. La miró largamente. Jugó a adivinar qué vida llevaría aquella mujer. Su condición, su trabajo, el estado, los motivos del viaje, sus gustos, sus entretenimientos, sus amoríos. Giró luego la cabeza hacia la ventanilla y contempló el paisaje que iba oscureciendo. Qué cortos son los días, musitó, tan bajo que probablemente no fue escuchado. Volvió a contemplar a la mujer, a ráfagas, con movimientos disimulados. Sin cerrar el libro, ella alzó el rostro, pero no hizo gesto alguno que diera pie a su compañero. De pronto le preguntó: ¿lleva cada vez que viaja un simple periódico? En desplazamientos más concurridos ni siquiera llevo un diario, contestó él sorprendido. Siempre he pensado que el ambiente que se genera en un tren es bastante ilustrativo, añadió. Basta con observar, charlar con unos y con otros comedidamente, y contemplar los paisajes cambiantes por donde atravesamos para que recibamos una información más fiable que lo que pueda decirnos la prensa, ¿no cree? Cierto, ratificó la mujer. 

El viajero dio por hecho que ella tenía ganas de hablar. Aprovechó la circunstancia. Y usted, ¿siempre se enfrasca en un libro? La acompañante se dirigió a él con una mueca divertida. En una novela intrigante, por ejemplo, hay mucha más información, y no tan equívoca como la que ofrecen los diarios. Y además de otro género, donde sabemos mucho de los personajes, nos hacen conocer mejor una geografía, nos relatan con mayor verosimilitud un escenario de situaciones variadas. Fíjese hasta qué punto hay riqueza en una narración que puedo ir en un tren como ahora y leer un relato sobre un viaje en tren, lo cual duplica sensaciones. A mí me gustaría leer como usted, intervino el viajero. Se la ve entregada, resistiéndose a conversaciones que la saquen de aquello que le produce interés. Estoy seguro que cuanto lee le hace vivir, que no solamente lee por matar el rato. Antes la pillé sonriendo ante una página o poniendo cara de asombro al pasar a la siguiente y en páginas más posteriores daba la impresión de sobrecogerse. No sé de qué irá el relato pero usted parecía más un personaje del tren que se mueve en ese libro que una viajera real que habla ahora mismo conmigo.

Los ojos de la mujer destellaron y por primera vez en todo el tiempo que iban juntos le interesó aquel el hombre. Desplegó su melena castaño y dejó caer la espalda en el respaldo de la butaca acogedora, buscando una relajación cómplice. ¿Me está diciendo que soy alguien inexistente?, dijo con ironía. ¿Que usted ha estado observando a una pasajera que no era de este tren? Entonces, ¿cómo debo considerar su manera de contemplarme, como si intentara adivinar las facetas de mi vida? Bien, pongamos que no soy tal viajera que habla con usted cara a cara. Pero ¿y si usted tampoco fuese quien se cree ser y no ha subido a este tren con una sencilla maleta, un abrigo y un periódico? ¿No se le ha ocurrido pensar que usted no viaja en el tren al lejano lugar donde se supone que nos dirigimos y solo está sentado en un compartimento de la novela mientras charla con una mujer que no estaba convencida de seguir su charla? 

El viajero sintió una apasionada curiosidad por conocer qué contaba el libro. Se lo hizo saber a la mujer. No, ni hablar, no le contaré el argumento. Cuando lo termine, que será un poco antes de llegar a mi estación, se lo daré. Usted empezará la lectura cuando yo me haya bajado. Pero tendré que devolvérselo, y el hombre reveló una leve tristeza en su voz. La mujer saltó prudente. En absoluto, cuando lo esté leyendo me agradecerá que se lo haya pasado. Pero ahora, antes de que continúe con mi lectura, hábleme un poco del objetivo de su viaje. ¿Hará lo propio usted?, aprovechó él la ocasión. Sin duda, eso se lo garantizo, respondió la mujer. Entonces no va a poder terminar la novela, dijo con ironía el viajero. Ah, pero entonces, dejó caer con sarcasmo la mujer, ¿no se ha dado cuenta todavía que estamos ya dentro de ella?