"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



9 de julio de 2016

Cazadores


(Jacob Aue Sobol)



Dos humanos se encuentran en la noche de los tiempos frente a frente. Cada uno con su caracterización, cada cual con su ferocidad. La primera sirve para potenciar a la otra si acaso no es suficiente el despliegue de su naturaleza. 

Desde las máscaras, también desde sus sonidos profundos y secos, se miran y se escrutan. Los colores pronuncian la fiereza de la musculatura del rostro. El momento es tenso, difícil de controlar. Están al borde de una presa cercada. No se sabe quién logrará abatirla, o si va a salir indemne de la situación por sí misma. El afán de los dos hombres por conseguirla se justifica en la necesidad de supervivencia. Pero la pieza se ve impulsada por sus propias leyes biológicas y se lo va a poner difícil. No lo tiene imposible. Por instinto sabe que los dos hombres no están de acuerdo, que van a competir entre sí. Ahí, el animal acorralado, jugará una baza despierta. Confiará en el instante oportuno y en su agilidad. 

A los hombres no solo les incentiva la posesión inmediata como tal de la presa, sino también quién de los dos va a llevarse el trofeo y con él la fama. Esto último les estimula tanto o más que la caza, pues el que logre el objetivo será reconocido al volver a casa. Ser reconocido no es un mero ejercicio de gratitud por parte de la tribu. En ella será más influyente. Los hombres se tantean en la distancia. El triángulo con la fiera es desigual. El cálculo de posibilidades no garantiza un triunfador claro. ¿Son más potentes las armas humanas que las defensas del animal acorralado? ¿Se impondrá la táctica pensada de los hijos del clan a la reacción instintiva, pero bien dotada, de la presa? 

El triángulo se torna circular, nunca la geometría fue tan móvil y cambiante como en su aplicación efectiva. El impulso humano es dual. Cada individuo no se las ve solo con una presa sino con dos. A una hay que domeñarla hasta el exterminio para alimentarse y proveerse con sus derivados. A la otra, competidora neta, hay que doblegarla. Hacer que hunda sus rodillas en el fracaso tal vez acarree también la muerte. Y siempre el desaire de los suyos. Algunos de los propios ya han pasado antes por ello y en lugar de ignorar al cazador cuando pierde partida y vida prefieren convertir a su hermano en una víctima del esfuerzo y el interés por el clan. La palabra héroe no se ha inventado, pero la leve idea flota en el ambiente. Es más práctico para la corriente tribal disponer de muertos exaltados que despreciados. 

¿Cuánto durará el acecho a tres bandas? No parece que exista el tiempo, pero éste ha sido un elemento decisivo desde el principio de las vidas. Puede llegar una tormenta, o simplemente la noche. Pueden aproximarse nuevos competidores o tal vez otros animales que hagan causa común con el que se apartó de la manada. Tomar una decisión sitúa a hombres y animal en el mismo plano, incierto, inseguro. Todo va a depender de un reflejo. Los hombres tienen claros sus pertrechos, aunque desconocen quién es más capaz para utilizarlos. La bestia, recluida en su propia constitución, resistente y no menos poderosa, sigue confiando en la división de los cazadores. El cerco se prolonga. Los hombres empiezan a cansarse del tanteo agotador. La duda prende en sus cada vez más aparentes muestras de ensañamiento. ¿Es real la violencia que pregonan entre ellos o empieza a ser un baile ritual del que nunca contarán la verdad cuando retornen perdedores? 

El animal se crece a medida que los aguerridos humanos suavizan sus muestras de agitación. Quiere abrir un hueco por donde escapar. El instinto le dice que puede ir contra uno de los cazadores, pero no le aclara si el otro va a a provechar la ocasión y acabar con él. Sin bajar las armas, los hombres profundizan sus miradas, realizan gestos diferentes con sus manos. Ofreciéndose. Un tú a tú de propuestas veladas. Tras sus mejillas pintarrajeadas, se lanzan a un entendimiento emitido y captado a la vez. Es como si ambos dijeran: primero la pieza, la posibilidad es única. Es como si dialogaran: el animal es grande, nos lo podemos repartir. No quieren rebajar el tono de sus maniobras. Mantienen su exageración agresiva, que el animal no perciba un cambio de actitud. De pronto, los dos hombres colaboran y el acuerdo rompe el ritmo refrenado que hasta ese momento tenía la caza. La presa se desplaza hacia atrás, los hombres se le aproximan. Por un instante se produce un equilibrio perfecto en que no se distinguen los géneros. ¿Prevalece el instinto o la inteligencia? Con sus bufidos el animal hace retroceder a los cazadores. Con la exhibición de sus armas los cazadores condicionan a la bestia. Gritos hoscos y golpes secos con los pies de unos se mezclan con el desasosiego furibundo del cuerpo de la fiera. Ella está a punto de jugarse el todo a una carta y saltar sobre sus contendientes. Ellos se debaten entre la claridad del objetivo y la obnubilación que les causa su sangre ardorosa.

En ese momento el tiempo se para.