(Katsushika Hokusai)
Cuando sus pisadas quiebran se sujetan de la mano. Entrecruzan los dedos con un vigor diferente a aquel otro juvenil, tan lejano. Se estremecen con el aliento tibio de unos cuerpos que se dispersan. El frío que escarba en ellos no es un frío del que se puedan reponer. El dolor de los pies retorcidos no es ya ni siquiera un suplicio que amortigüe. El apego a la aldea que dejan atrás ya no es asimiento. Suben prudentes y callados. Ven con dificultad los ramajes que entorpecen las sendas. Tropiezan con suelos pedregosos. Se confunden con los últimos bambúes. Se extravían. Cada poco van deteniéndose ante los repechos. Miran de reojo el horizonte que ha quedado atrás. A medida que ascienden el largo paisaje queda debajo de ellos. El pasado, las familias, los quehaceres. Todo se va olvidando. Las ilusiones, las pérdidas, los desengaños, las frustraciones. Su único plano de visión se dirige hacia el interior de sus pensamientos, que se debilitan.
La anciana se para para coger aire. Piensa que es el último esfuerzo, le anima su marido. Todo esfuerzo nos ha costado mucho siempre, pero este carece de esperanzas, dice ella con desgana. Donde vamos quedaremos libres de tantos afanes onerosos, mujer. Eso debe consolarte, ya no tendremos dolor, ni tendremos que llorar por nadie, ni angustiarnos por la mayor trampa que nos ha embargado en la vida, la preocupación por el futuro.
La mujer toma un leve impulso y se incorpora a la marcha. Qué lejos quedan los cerezos, dice de pronto. Demasiado lejos, asiente él. Donde vamos a estar, insiste la anciana, ¿habrá cerezos? Si los hay nos acurrucaremos entre ellos, sin esperar nada, aunque estén tan marchitos como nosotros. Sí, le apoya él, si así lo prefieres allí nos quedaremos. ¿Quieres que toque un poco el shakuhachi para ti, como antes? Ella asiente con la cabeza, esbozando con sus labios arrugados una sonrisa lacia que se petrifica al instante. El hombre saca de un pequeño morral la flauta. Desafía con sus notas al aire cada vez más gélido de la altura. La anciana balbucea: Así tocabas cuando te conocí. Si me quedo dormida sigue con esa música. Luego cierra los ojos. Él se afana con aquellas notas agudas, cadenciosas, prolongándolas como si fueran hermanas del viento. Su tono es cada vez más frágil. Mira los cerezos, exclama. Pero ella ya no oye, no mira, no suspira, no sueña. Me has ganado la mano por poco, dice el hombre en vano. Y el vidrio de sus ojos opacos resplandece un instante. El eco de los recuerdos borrosos se humedece lentamente.
La anciana se para para coger aire. Piensa que es el último esfuerzo, le anima su marido. Todo esfuerzo nos ha costado mucho siempre, pero este carece de esperanzas, dice ella con desgana. Donde vamos quedaremos libres de tantos afanes onerosos, mujer. Eso debe consolarte, ya no tendremos dolor, ni tendremos que llorar por nadie, ni angustiarnos por la mayor trampa que nos ha embargado en la vida, la preocupación por el futuro.
La mujer toma un leve impulso y se incorpora a la marcha. Qué lejos quedan los cerezos, dice de pronto. Demasiado lejos, asiente él. Donde vamos a estar, insiste la anciana, ¿habrá cerezos? Si los hay nos acurrucaremos entre ellos, sin esperar nada, aunque estén tan marchitos como nosotros. Sí, le apoya él, si así lo prefieres allí nos quedaremos. ¿Quieres que toque un poco el shakuhachi para ti, como antes? Ella asiente con la cabeza, esbozando con sus labios arrugados una sonrisa lacia que se petrifica al instante. El hombre saca de un pequeño morral la flauta. Desafía con sus notas al aire cada vez más gélido de la altura. La anciana balbucea: Así tocabas cuando te conocí. Si me quedo dormida sigue con esa música. Luego cierra los ojos. Él se afana con aquellas notas agudas, cadenciosas, prolongándolas como si fueran hermanas del viento. Su tono es cada vez más frágil. Mira los cerezos, exclama. Pero ella ya no oye, no mira, no suspira, no sueña. Me has ganado la mano por poco, dice el hombre en vano. Y el vidrio de sus ojos opacos resplandece un instante. El eco de los recuerdos borrosos se humedece lentamente.