"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



24 de abril de 2017

Los entregados


(Jacob Aue Sobol)


¿Cuántos nombres quiso pronunciar el anciano Tatsuaki en los oídos de la joven Kabane? Estaba allí, con ella, solo dado a ella, únicamente dejándose capturar por la mujer intensa de ese momento de su vida. Pero ¿por qué le atravesaban fugaces y dolorosas las imágenes de cuantas mujeres había amado? Y sin embargo, lo percibió como una especie de ensoñación, sin que descuidara su entrega y sin que la joven advirtiera que el pasado trataba de zaherirlo como una venganza pasional. ¿Con qué derecho aquellas sombras trataban de impedir que el hombre alcanzara goce como en los mejores tiempos de su cuerpo? En el juego entre ambos, las palabras de placer fluían calmas y precisas de la boca del viejo. Las elegía con su forma de metáfora o de alegoría o simplemente comparándolas con elementos que él consideraba sublimes en la naturaleza. Musitaba rozando su cuello como si se tratara de invocar un hechizo. Tal era su tacto o la presión de su cuerpo sobre ella, un deslizamiento casi volátil. Ella se conmovió en la manera novedosa de amar que tenía aquel hombre. No solo diferente respecto a cuantos hombres había amado antes, sino inductiva, generadora de nuevas emociones. Lo asió con mimo pero también con excitación y no hizo remilgos de aquel cuerpo huesudo y de movimientos sosegados. No apartó su cara del perfil que le acariciaba. No rehuyó su boca de los labios caídos pero cálidos que convertían las palabras en una succión tenue y prolongada. No evitó su aliento de hambre y de sed que le pareció tan auténtico como turbador. Ito Kabane se dio cuenta de pronto que el hombre la tenía aferrada, que no era ya ella quien agitaba la actividad del anciano, que éste crecía en la posesión de su cuerpo juvenil. El anciano no ocultaba que estaba recuperando la memoria sobre otro cuerpo. Una memoria que había considerado perdida para siempre. Y aquel olvido de las sensaciones que tantas veces le habían embargado parecía ser reparado por la joven Kabane, que le devolvía con creces la medida de una fuerza que le remitía a sus orígenes. Como cuando se descubre de pronto un paisaje inédito o uno se deja seducir por una escena callejera asombrosa. La mirada experimentada del fotógrafo aparecía ahí de nuevo bajo otro prisma. Ahora era todo su cuerpo el que buscaba y toda su sangre latente la que actuaba en otro cuerpo. Ito Kabane vibró con el abrazo convulso del hombre. Se cimbreó a lo largo del cuerpo de Tatsuaki, del que escuchó brotar una voz profunda que se acercaba al placer de ella. Él lo pronunció con nitidez, acompañándolo del vigor de su bocanada húmeda. Esposa única, la llamó. Entonces la joven comprendió el carácter de ceremonia al que se habían aplicado ambos. Huyendo de las horas, del pasado y sus fantasmas y, sobre todo, anclándose a un destino enigmático que carecía de planes pero que se había instalado con desconcertante conmoción entre los dos.    


  



14 de abril de 2017

Mutuos acogimientos


(Ishiuchi Miyako)


No estés inquieto, yo te acogeré, dijo ella. Han sido muchos años de desamor, comentó el viejo. Sólo los que no han amado nunca, o escasamente, ignoran la fuerza que para cada uno conlleva la decisión del desamor, le respondió la joven con audacia. Lo ves así porque eres joven, Ito, pero el desamor no es únicamente alejamiento de otra persona. No se decide, se instala de manera lenta y dañina. Lo peor es que te alejas de ti mismo. Que ya no te atreves  a probar de nuevo con cierta consistencia, que no sabes reconstruir tu mundo afectivo. Y te acostumbras a lo fácil, a la oportunidad que te surja. O al olvido. Pero eso te obliga a sacar fuerza de ti mismo y te pone en el camino de la superación, Tatsuaki, dijo ella con soberbia juvenil. Yo he vivido siempre de esa manera y aquí estoy, y sonó a confidencia. Más o menos a gusto, pero sobreviviendo, y sabiendo distinguir quién quiere aprovecharse de una o quién te necesita realmente, dure lo que dure el sentido de un encuentro. El amor es siempre circunstancial, y más cuando oficios como el mío no te dan estabilidad, remató Ito Kabane. Sus ojos se encontraron a través de miradas diferentes pero intensas. No estés inseguro, dijo al anciano atrayendo su cuerpo frío hacia el propio. La firmeza de ideas de la joven estremeció al hombre. Hablas como yo opinaba hace mucho, eres una alumna aventajada de la esperanza, pero mi tiempo es un tiempo extraviado. Sintió que el cuerpo flexible y encendido de la mujer se apoderaba del suyo, y quiso creer que lo había tenido siempre. Tantos años...musitó en un guiño quebradizo. Habré perdido el saber acumulado, tal vez las reacciones de los sentidos, sin duda que la energía. Pero no la ternura, estuvo a punto de soltar ella. No te acojo por compasión, ¿sabes?, ni por curiosidad, entiéndeme, ni por ponerme a prueba a mí misma, dejó caer espaciadamente la modelo en el oído del fotógrafo. No me lo creo, pensó para sí el hombre, pero no respondió. Prefirió la seguridad de la ilusión incierta. Notó que su cuerpo despertaba de un letargo largo, extendió las manos hacia la belleza oferente y se dejó querer.      




3 de abril de 2017

Devaneos de Ito Kabane


(Jacob Aue Sobol)


Me gusta la delicadeza de Tatsuaki. ¿Habrá sido siempre así o es cosa de la vejez, que vuelve más pusilánime a la gente? Me agrada exponerme sin inhibiciones a su mirada. No se trata de ser fría y no dejarme afectar, ya tengo muy superadas las observaciones recónditas, y a veces perversas, de los hombres. Tal vez sea el acicate por el hecho de que le pueda estar seduciendo. Aunque ¿qué problema puede haber en que a su edad se sienta atraído hacia una mujer a la que multiplica en años? Su mente es muy cuerda y eso me cautiva. Sus sentimientos son como una cosecha de intensas y profundas experiencias asimiladas que le han hecho más fuerte para defenderse y sobrevivir. Su actitud comprensiva ante cualquier situación o conducta de los hombres le vuelve hermoso. Sin embargo, le veo tan frágil en su soledad sentimental. ¿Es lo que nos espera a todos cuando lleguemos a ancianos? Le concedo el don de ofrecerle mi cuerpo y mis movimientos a cambio de que él ejecute lo que tal vez sean las últimas obras de un profesional al que ya no se tiene en cuenta. Él, que tanto ha aportado a reflejar las vidas de fuera y dentro de los individuos, permanece ahora prácticamente olvidado. Suficiente para que su alejamiento del mundo se acentúe. ¿Podría yo dejarlo a las puertas de proporcionarle un regalo mayor? Lo que ha aportado con su trabajo sería incompleto. Sé que posee una mirada magistral, y que lo demostrará a la hora de revelar las fotografías que me haga. No, no tengo actitud de caridad con él. Es otra cosa. Acaso un instinto de protección que reclama una correspondencia. ¿O disimulo una insaciable y furtiva tentación de vivir con él lo que no he sentido con otros? Si Tatsuaki me desea y sabe llegar con su cámara hasta cada rincón de mi cuerpo y a cada manifestación de mis poses más auténticas, ¿no se merece atravesar el aura de mi piel ante la cual su prudencia le hace detenerse? No me da temor su gesto huidizo, ni me produce desagrado alguno el tacto de sus manos, ni hay fricción incómoda en los roces ocasionales con su cuerpo, ni creo que su carne ajada y floja esté desprovista de calor. Además, ¿no es el verdadero fin del amor obtener calor? Esa soledad que le cohíbe para hablar de sus pasiones lejanas, ¿le habrá causado olvido para saber manifestarse en intimidad con una mujer? Sería una cínica si ocultara que la curiosidad me excita. ¿Cómo amará un viejo a una joven? ¿Será su falta de vigor una barrera? ¿Repelerán los olores de un cuerpo lacio? ¿Se extraviará en un llanto si no consigue poseer a la mujer? ¿Se deshará de mi como si fuera un novato sin acierto? Mis prejuicios inducen a que me haga preguntas sin cesar, como un intento sospechoso para que desista de entregarme a él.    

Señor Tatsuaki, saltó de pronto agitada la joven interrumpiendo sus pensamientos revoltosos. Haga de la fotografía sobre mi cuerpo el recto camino hacia el calor, que además es luz, pidió con evidente y sagaz discurso zen. Soy lo que usted quiera ver dentro de mí. Descúbreme pues, insistió descendiendo al tuteo. El hombre pareció ignorar a la chica. Pero en aquel tuteo reverdecieron dentro de él las edades perdidas del amor.