"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



23 de febrero de 2017

Una carta inconclusa desde Shinjuku


(Tatsuo Suzuki)


No debería decirte esto. No debería decirte nada. Tendría tan solo que seguir el curso tímido y en parte extraño que a mi edad se me depara. Hablar de todo con prudencia, incluso de mi pasado, eso sí. Escucharte con alegría mesurada. Pero no revelarte los sentimientos que remueves dentro de mí. Podría traducirlos mal y querer lo que acaso no debo querer. Aunque ¿cómo puedo afirmar que no lo necesite? Y si lo precisara ¿sería saludable o me perjudicaría y entonces debería reprimir lo que bulle aquí dentro? Ito, si escuchases mis sueños, porque ellos tienen voz y cuentan y juegan a ser aún los sueños de alguien que creyera tener toda la vida por delante, ¿sabrías que te hablan a ti? Antes mis sueños me torturaban porque se inspiraban en lo que había quedado atrás. Tú todavía no has tenido tiempo de comprobarlo, pero cuanto vamos dejando en el pasado vibra por un salvaje complejo de pérdida y trata de vengarse erigiéndose en objetivo onírico, dejando su huella de vivencias arruinadas para que nos levantemos por la mañana desolados. ¡Quieren hacerse presentes de la manera más traidora que puedas imaginar! El pasado es vengativo, se resiste a no existir, y trata de canalizar su sed de desquite allá donde no llegamos. El sueño es propicio para él, es terreno fértil donde campa a placer.  A veces establece incluso una alianza con nuestros deseos inconscientes y nos martiriza, no solo en su territorio idóneo sino arrastrándose hasta nuestra vida cotidiana. Pero últimamente hay noches en que lo que sueño no se basa en experiencias pretéritas. Y las imágenes son nuevas y los rostros se muestran agradables y las palabras son propuestas y tu nombre se desvela entre todo ello y tu cuerpo se acerca al mío y yo me veo aún entero, ágil, deseable. No sé si este escrito te lo haré llegar. De momento es un desahogo, o una puesta en orden de unas inquietudes que jamás pensé que podrían apurarme a estas alturas. Pero ¿y si me dejo llevar por un arrebato y establezco un puente entre mis ilusiones y tú y te entrego la carta? Soy pudoroso aunque creo que podría afrontar el bochorno. No tengo mucho que perder. Uno siempre piensa que a un viejo se le permite que exprese casi todo. No solo sus quejas, sus desaires, sus apartados silenciosos, sus resistencias. También se le admiten quimeras, porque se le considera un delirante y se reciben sus ensoñaciones con afable bondad. De ahí no pasa, ciertamente. Pero yo no quiero, Ito, que me hagas sentir así. No hagas nunca caridad conmigo. Nada de un gesto, unas sonrisas, unas palmaditas graciosas. Preferiría tu desdén, no volver a verte, porque al menos sabría que me has tomado en serio. ¿Debería resignarme ante lo improbable? Tal vez estoy yendo contra aquello que muchos llaman la ley natural, algo que nunca he comprendido bien. Porque ¿qué clase de naturaleza establece límites a la necesidad del hombre? ¿Qué naturaleza puede reprimirse a sí misma? Y puede, claro que puede. Uno de sus rostros se impone al otro y le ordena que no vaya más allá. Y le habla al anciano con voz ronca y le dice que se conforme con la tranquilidad, con el pequeño bienestar y cierta capacidad de movimientos para que no se vea un inútil total. Pero ¿y si escuchara la otra voz de la naturaleza desafiando sus riesgos? ¿Y si tú fueras esa otra respuesta que detuviera mi tiempo ineluctable?





16 de febrero de 2017

En el estudio del fotógrafo Tatsuaki


(Nobuyoshi Araki)


A la joven Ito Kabane el barrio donde vivía el anciano le pareció apacible. Algunas nuevas edificaciones habían alterado para peor el perfil arquitectónico, pero sobrevivían cogollos de pequeñas viviendas que permanecían sin modificar, en un estado análogo a décadas pasadas. Si bien humildes, no se las veía abandonadas y, no obstante la sencillez de los materiales, se observaba en ellas ciertos cuidados que expresaban vida. El mantenimiento del jardín, un pequeño huerto activo, la reparación de los tejados, el adecentamiento de las fachadas. Los compromisos de Ito Kabane la habían mantenido alejada del anciano durante varias semanas. Creí que te habías olvidado ya de nuestro acuerdo, dijo sorprendido y tembloroso Tatsuaki al verla entrar en su casa. Se arrepintió al instante, por si sus palabras contenían reproche, él que no era dado a reprochar nada a nadie. La modelo se había presentado en el antiguo estudio del fotógrafo sin avisar. Me pillas con el piso descuidado, avanzó como excusa para disimular su confusión. Confusión que pretendía disimular una incontenible alegría por la súbita aparición de la mujer. 

El estudio propiamente dicho ocupaba la planta superior de la casa. Pocos cambios había realizado en él. Mantenía sus cámaras antiguas, su cuarto oscuro, un tanto desasistido, y aquellas telas que en ocasiones utilizaba para que los cuerpos de sus clientes resaltaran. Todo ello bastante obsoleto. Ito lo advirtió pero no dijo nada. Duermo en la parte baja, le dijo Tatsuaki, ya te habrás dado cuenta al pasar. El revoltijo habla por sí solo, insistió avergonzado. Antes había sido al revés, la vida privada arriba y el trabajo en la planta de calle. Mi cuerpo no está para andar subiendo y bajando ni siquiera estos cuatro peldaños. Además, y el hombre dio cierto énfasis a sus palabras, la luz que se recibe arriba ayuda a mi vista y a una suerte de alternar luces y sombras cuando tengo que realizar una fotografía especial. Prefiero la luz natural, confirmó. ¿Sabes, Ito? Nunca quise añadir nada a las imágenes de los clientes que no aportaran ellos mismos por su propia manera de ser. ¿Cree que hay dos luces entonces?, preguntó Ito al anciano. Siempre, aseveró Tatsuaki. La clave de una buena toma es cuando la luz externa, no importa si abunda o escasea, si es soleada o turbia, coincide con la que desprende un cuerpo. Ito mostró asombro. Me gusta su teoría, dijo. No, no me lo invento, se defendió el fotógrafo. Lo tengo comprobado, podría mostrarte infinidad de copias y tú misma distinguirías enseguida dónde se da esa convergencia de luces y cuáles se deben solamente al artificio. La joven le miró con ojos asombrados. Me gusta su talento, Tatsuaki, para mí su manera de proceder es todo un un desafío. Hasta ahora había estado rendida forzosamente a las luces y los fondos artificiales. Y, desde luego, a las órdenes y los caprichos de fotógrafos con dudosos escrúpulos, y pobre imaginación. Pero su método, señor Tatsuaki, es una propuesta que me cautiva, aunque no sé si sabré responder convenientemente. Sabrás, no lo dudes, dijo el anciano. Además, prácticamente lo vas a hacer todo tú. Imagina que yo apenas te digo: detente o muévete. Y que a partir de esos dos conceptos, digamos, opuestos y aparentemente irreconciliables, tú decides si quieres quedarte parada, echada o de pie o sentada recogida sobre tus rodillas, en las múltiples formas que un cuerpo puede adoptar. Y en esa decisión por detenerte un instante ha obrado mientras un movimiento, varios movimientos, aquello que denota que para llegar a una meta física antes hay que cambiar algo. Ito sintió un desasosiego placentero. Pero, ¿todo eso tiene que salir de mí?, preguntó. No voy a exigirte nada, respondió Tatsuaki, solo podría sugerir si tú misma dudas. Pero incluso dudando ya me estarás mostrando cómo eres. Imagina que solo te digo: Ito, llegas de la calle, apesadumbrada por algún problema o contenta porque has resuelto algo, y estás en tu casa, y haces lo que sueles hacer en tu casa, tocas los objetos que quieras, te sientas donde te apetece, te tumbas con la mirada perdida en el techo o das volteretas sobre el tatami. Estás sola y obras como te da la gana. Pues bien, aquí tampoco habrá nadie. Este viejo loco estará tras una sombra silenciosa, empuñará sin ruido una vieja cámara y simplemente seguirá con pasos débiles, sin molestar, el ejercicio de tu cuerpo. ¿Te ves capaz de ser así? Y mira que digo ser, no actuar. A Ito Kabane la proposición delicada del fotógrafo le pareció que celebraba, como nunca había sentido antes, el casamiento de la materia con la feminidad. Puedo intentarlo, respondió conteniendo sus emociones.