(Jorge Molder)
A la misma hora de cualquier otro día. Es temprano. Tomo el periódico abriendo mis brazos de par en par. Como abarcando el mundo. Pero esta mañana la prensa se abre con unas cuantas hojas en blanco. Perplejidad primero. Escepticismo después. Seguramente se trata de un sistema nuevo de publicidad, pienso. Alguna estratagema para concitar la atención del lector. Paso más páginas. El vacío total. Digo total porque decir absoluto sonaría metafísico y esto es un periódico, no un mundo difuso de ideas que quieren trascender. ¿O acaso se trata de algo análogo? Un fallo de máquinas o una prueba que se ha colado, seguro, me digo con menos paciencia que antes. ¿Una prueba sin texto, sin imágenes, sin paginación, sin anuncios? Dudo si volver o no al quiosco. Reclamaré otro ejemplar, aunque tenga que desandar el camino. Pero, y si otros números también vienen vacíos, ¿a quién pido explicaciones? No es cuestión de precio. No me importa perder el dinero pero no estoy hecho para perder la costumbre. ¿Y si me quedo sin noticias y las horas que me vienen de frente me encuentro huérfano y perdido?
No estoy preparado para ser abstemio de la información así, de golpe. Esto mío es un vicio, una deformación, quién sabe si habrá llegado a ser una malformación. Claro es que siempre tengo la posibilidad de cambiar de periódico, siquiera por un día. Pero las otras cabeceras no me hacen tilín. Unas tan proclives a A, otras tan sumisas de B, todas apostando a buen pagador, sea este anunciante o influyente. Que suelen ser los mismos. Y tanto corifeo adulando a los líderes, tantos tertulianos malgastando palabras. No es para animarse a cambiar, no. Inseguridad viandante. En lo que estoy tardando en decidirme y aunque vuelva sobre mis pasos se ha podido agotar la tirada. Será un esfuerzo inútil.
Veamos, si el periódico me niega sus aromáticas tintas matutinas, ¿por qué no probar a leerlo en blanco? Si alguien escuchara mi autopropuesta diría que soy un orate. Dos opciones. Imaginar que el mundo es tan blanco como las páginas huecas que tengo entre mis manos puede ser una. Eso me excluye por lo tanto del planeta social. No es mala idea. Me llevaría a un reencuentro con otras especies. O simplemente a ser un contemplativo en la era en que nadie reflexiona más allá de sus narices. Otra posibilidad es más intrépida, incluso arriesgada. Todavía bullirán en mi mollera relativamente frescas las noticias de ayer y, si bien las mismas vuelan y los acontecimientos se suceden de manera vertiginosa, no será difícil reconstruir el ejemplar neutro que tengo entre mis manos. Puesto que retengo mentalmente lo leído ayer en las distintas secciones no me costará desarrollar cada tema. Qué digo desarrollar, mejor actualizar. ¿No hay acaso mejor cosecha que la que uno siembra y en la que controla su crecimiento? Las noticias, las emita quien las emita, siempre mantienen un pulso abierto, lo cual permite convertir el hecho imaginado en probable. Y de la probabilidad a lo firme solo hay un paso. Además la mayor parte de las noticias son anodinas, con frecuencia intrascendentes. Lo que tiene valor se demora en contarse, cuando no sufre alteraciones que lo desfiguran. Y de lo que se ofrece espectacular no se sabe bien qué hay de verdad o de mentira. Pero ¿quién busca la verdad en la prensa? ¿Quién cree a estas alturas que haya verdad en alguno de los estamentos o portavocías que inundan hasta los ámbitos más íntimos?
Hay quien lee la prensa para pasar el rato. Quien la hojea para sentirse respaldado en sus ideas. Quien se deja deslumbrar más por las imágenes o los titulares -¿no son los titulares de las distintas secciones una imagen más que si es acertada o atractiva evita leer los contenidos?- y con ello se conforma. Me pregunto cuántos bucean en un periódico para contrastar ideas, alimentar pensamientos y confirmar alguna certeza. Y no me cabe duda que hay personajes tan exigentes y raros como yo, a los que les cuesta admitir los mensajes y enseguida los ponen en cuarentena. Todo es tan inseguro en el asunto de la emisión y recepción de noticias y comentarios que cuesta interpretar. ¿Se cuenta para saber lo que hay en el fondo de las cosas o para favorecer a unos y denigrar a otros?
Así que no me parece imposible cubrir por mi cuenta páginas enteras, o al menos una mitad de ellas, por ejemplo, y dejar otra parte para una publicidad imaginaria, con informaciones deducidas, que no me cabe duda no diferirán mucho de las del día anterior. Naturalmente tendré que recurrir a noticias con sorpresa, sacar a relucir informaciones imprevistas, así como inventar revelaciones novedosas de algún personaje que rompe su silencio para salvar el pellejo, de la cárcel o de la vida, por ejemplo. Esa clase de contenidos me costará un poco más, pero lo supliré con una dosis de invención especial. Al fin y al cabo el lector del periódico invisible voy a ser yo únicamente. ¿Que hay errores en mi reedición del periódico? Los subsanaré leyéndolos de otro modo cuando los detecte. ¿Que no me convence la noticia que yo mismo creo? La redactaré de nuevo hasta que sea de mi agrado. Uno tiene derecho a buscar lo que le gusta, ¿no? ¿Que las entrevistas que imagine a personalidades resultan comprometidas? Las replantearé, no es cosa de que comprometa a otros y encima me comprometa a mí.
Me parece que el periódico en blanco que me han vendido me ha hecho un gran favor. No tengo cura. Ser lector tradicional de un periódico me ha convertido en un maniático empedernido o en un enfermo, cuyo mal solo lo percibo y mido yo mismo. ¿Podría vivir sin las noticias que transmiten los periodistas, sin los articulistas de opinión, sin los gacetilleros que relatan escabrosos sucesos? Tanta tinta en vena durante años me ha vuelto un depravado, lo reconozco. Puesto que no sé si podría soportar un vacío permanente, como si la dictadura de la ignorancia más cruel de todos los tiempos impidiera la narración de lo vivido, ¿debo resistirme a inventar mi propio y exclusivo periodismo cotidiano?
Estos pensamientos me han puesto ufano. Prosperen o no mis intenciones, ¿a quién podrían molestar? Al fin y al cabo, el hombre vive tanto o más en su espacio onírico, deseoso y hasta erotizante por necesidad instintiva. De no hacerlo ¿podría sobrevivir?
No estoy preparado para ser abstemio de la información así, de golpe. Esto mío es un vicio, una deformación, quién sabe si habrá llegado a ser una malformación. Claro es que siempre tengo la posibilidad de cambiar de periódico, siquiera por un día. Pero las otras cabeceras no me hacen tilín. Unas tan proclives a A, otras tan sumisas de B, todas apostando a buen pagador, sea este anunciante o influyente. Que suelen ser los mismos. Y tanto corifeo adulando a los líderes, tantos tertulianos malgastando palabras. No es para animarse a cambiar, no. Inseguridad viandante. En lo que estoy tardando en decidirme y aunque vuelva sobre mis pasos se ha podido agotar la tirada. Será un esfuerzo inútil.
Veamos, si el periódico me niega sus aromáticas tintas matutinas, ¿por qué no probar a leerlo en blanco? Si alguien escuchara mi autopropuesta diría que soy un orate. Dos opciones. Imaginar que el mundo es tan blanco como las páginas huecas que tengo entre mis manos puede ser una. Eso me excluye por lo tanto del planeta social. No es mala idea. Me llevaría a un reencuentro con otras especies. O simplemente a ser un contemplativo en la era en que nadie reflexiona más allá de sus narices. Otra posibilidad es más intrépida, incluso arriesgada. Todavía bullirán en mi mollera relativamente frescas las noticias de ayer y, si bien las mismas vuelan y los acontecimientos se suceden de manera vertiginosa, no será difícil reconstruir el ejemplar neutro que tengo entre mis manos. Puesto que retengo mentalmente lo leído ayer en las distintas secciones no me costará desarrollar cada tema. Qué digo desarrollar, mejor actualizar. ¿No hay acaso mejor cosecha que la que uno siembra y en la que controla su crecimiento? Las noticias, las emita quien las emita, siempre mantienen un pulso abierto, lo cual permite convertir el hecho imaginado en probable. Y de la probabilidad a lo firme solo hay un paso. Además la mayor parte de las noticias son anodinas, con frecuencia intrascendentes. Lo que tiene valor se demora en contarse, cuando no sufre alteraciones que lo desfiguran. Y de lo que se ofrece espectacular no se sabe bien qué hay de verdad o de mentira. Pero ¿quién busca la verdad en la prensa? ¿Quién cree a estas alturas que haya verdad en alguno de los estamentos o portavocías que inundan hasta los ámbitos más íntimos?
Hay quien lee la prensa para pasar el rato. Quien la hojea para sentirse respaldado en sus ideas. Quien se deja deslumbrar más por las imágenes o los titulares -¿no son los titulares de las distintas secciones una imagen más que si es acertada o atractiva evita leer los contenidos?- y con ello se conforma. Me pregunto cuántos bucean en un periódico para contrastar ideas, alimentar pensamientos y confirmar alguna certeza. Y no me cabe duda que hay personajes tan exigentes y raros como yo, a los que les cuesta admitir los mensajes y enseguida los ponen en cuarentena. Todo es tan inseguro en el asunto de la emisión y recepción de noticias y comentarios que cuesta interpretar. ¿Se cuenta para saber lo que hay en el fondo de las cosas o para favorecer a unos y denigrar a otros?
Así que no me parece imposible cubrir por mi cuenta páginas enteras, o al menos una mitad de ellas, por ejemplo, y dejar otra parte para una publicidad imaginaria, con informaciones deducidas, que no me cabe duda no diferirán mucho de las del día anterior. Naturalmente tendré que recurrir a noticias con sorpresa, sacar a relucir informaciones imprevistas, así como inventar revelaciones novedosas de algún personaje que rompe su silencio para salvar el pellejo, de la cárcel o de la vida, por ejemplo. Esa clase de contenidos me costará un poco más, pero lo supliré con una dosis de invención especial. Al fin y al cabo el lector del periódico invisible voy a ser yo únicamente. ¿Que hay errores en mi reedición del periódico? Los subsanaré leyéndolos de otro modo cuando los detecte. ¿Que no me convence la noticia que yo mismo creo? La redactaré de nuevo hasta que sea de mi agrado. Uno tiene derecho a buscar lo que le gusta, ¿no? ¿Que las entrevistas que imagine a personalidades resultan comprometidas? Las replantearé, no es cosa de que comprometa a otros y encima me comprometa a mí.
Me parece que el periódico en blanco que me han vendido me ha hecho un gran favor. No tengo cura. Ser lector tradicional de un periódico me ha convertido en un maniático empedernido o en un enfermo, cuyo mal solo lo percibo y mido yo mismo. ¿Podría vivir sin las noticias que transmiten los periodistas, sin los articulistas de opinión, sin los gacetilleros que relatan escabrosos sucesos? Tanta tinta en vena durante años me ha vuelto un depravado, lo reconozco. Puesto que no sé si podría soportar un vacío permanente, como si la dictadura de la ignorancia más cruel de todos los tiempos impidiera la narración de lo vivido, ¿debo resistirme a inventar mi propio y exclusivo periodismo cotidiano?
Estos pensamientos me han puesto ufano. Prosperen o no mis intenciones, ¿a quién podrían molestar? Al fin y al cabo, el hombre vive tanto o más en su espacio onírico, deseoso y hasta erotizante por necesidad instintiva. De no hacerlo ¿podría sobrevivir?