(Kitagawa Utamaro)
Podría decirte lo convencional. ¿Quién te quiere más que yo? Y yo podría responderte: ¿Quién se deja amar más que yo? Yo te lo demuestro. Te acaricio. Aseo tu imagen bellísima sin apenas molestarte. Te dejo en el cuenco más elegante el nutriente. Elijo la mejor calidad de los pescados que te agradan. Tienes el rincón más calentito de la casa par echar tus sueños profundos. Y nadie te pone objeciones a que elijas cualquier espacio para tus abundantes duermevelas. Y al desnudar mi cuerpo permito que lo contemples sin cortapisas, mientras tus ojos difusos y tibios apenas saben o demuestran apreciarlo. Yo te lo agradezco y también sé corresponderte. Me acurruco junto a ti cuando tu estado de ánimo es confuso. Salto y me pongo en guardia ante ruidos exteriores para prevenir tu seguridad. Hago piruetas majestuosas ante tu mirada, no menos felina que la mía, cuando tu cuerpo crepita de cansancio. Escucho las palabras que emites al dejarte embargar por la melancolía o si te enfureces por algo. Vigilo tu adormecimiento de animal humano tras una jornada cansina o frustrante. Me sorprendo con las respiraciones agitadas que muestras en tantas ocasiones. Y me asusto un poco cuando te invade tal quietud que me hace pensar si no habrás desaparecido de este mundo. Yo además te entiendo. Debe ser que nuestras especies están hechas para aproximarse. Te dejo libre en tus períodos de celo. Dejo abierta la trampilla para que rondes a tus amores furtivos. Aunque a veces pienso que no volverás. Hay noches temerosas y, sin embargo, cuando casi he perdido la esperanza te encuentro de nuevo, exhausto y en ocasiones herido, a mis pies. ¿Puedo confesarte yo algo como gato sincero y fiel que soy? Si no permitieras mis escapadas buscaría la manera. ¿O ibas a pensar que solo los humanos tenéis necesidades y podéis recurrir a satisfacciones aventureras? ¿Te reprendo cuando de pronto te vas para encontrarte con el molinero o entregarte al hijo del samurái que no quiere seguir los pasos de su padre y prefiere ser eso que llamáis poeta? Y te diré más. Vuelves siempre echa unas trazas, que ni disimulas en mi presencia, acaso piensas que no me merezco una apariencia honorable de tu cuerpo soñado, solo porque soy gato. Y entonces llega lo peor, detecto tu otro olor, que no es el olor tuyo, que es la furia de un hombre pasajero que necesita a la mujer para sentirse más completo. Si ves que te rehúyo, no te sorprendas, uno tiene derecho también a sentir celos y odiar al otro que te posee. Ven aquí, tú eres el único, te lo repetiré mil veces. Ah, ahora me vienes con zalamerías, ¿no? Puestos a hablar de zalamerías, viejo amigo, creo que superas tú todo lo imaginario.