"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



26 de marzo de 2017

Preparativos para el ritual


(Rikki Kasso)


¿Te sientes cómoda, Ito? La joven sonrió, agradecida por la pregunta del anciano. Pocas veces se han interesado los fotógrafos por mi estado cuando me he expuesto a sus cámaras, respondió. Ellos iban a la urgencia de disparar sobre mi cuerpo y luego elegir con arreglo a lo que las marcas comerciales pidieran. Lo nuestro no es comercial, dijo el viejo, y ella supo encajar el doble sentido. Quiso seguir explicándose. ¿Sabe por qué estoy tan relajada? Porque lo necesito. Necesito que una sesión fotográfica no sea una sesión, sino una ceremonia, como usted dijo una vez que le gustaría hacer. Cada fotógrafo para el que he posado era un mirón, bien encubierto o bien descarado. Demoraban el trabajo, me pedían que me quitara y me pusiera prendas, que alternara posturas extrañas, a veces incluso violentas, con la excusa de que no acertaban a reflejar la idea que el cliente reclamaba. Algunos no se limitaban a mirarme, me hacían sugerencias extralaborales, digamos. ¿No me pregunta si acepté, señor Tatsuaki? El hombre sonrió con naturalidad. ¿Por qué debería preguntarte? Jamás se me ocurriría interferir en la vida de otra persona, y menos en su pasado. ¿Y si le pido que me haga la pregunta, señor? Tatsuaki tragó saliva con disimulo. Este trípode está bastante endeble, dijo. ¿Y si a mí me apetece contárselo, aunque no me lo pida?, y la joven Ito parecía portarse como una adolescente caprichosa, evadiéndose de la mujer con autocontrol que Tatsuaki había considerado que era. Por supuesto, dijo el anciano imponiendo una tierna autoridad, siempre te escucharía. Te dejaría hablar de cuanto quisieras, te permitiría que me hicieras las preguntas más curiosas, si eso es lo que también pretendes con tu propuesta. Nuestra diferencia de edad no tiene por qué ser un abismo para comunicarnos, dijo al fin el fotógrafo temeroso de que la joven le estuviera buscando una vuelta impredecible. De pronto, la joven Kabane se centró en la escena. ¿Me prefiere saliendo de un kimono o de una yukata?, dijo. El anciano le miró con escepticismo. ¿Por qué tiene que ser de unos vestidos tradicionales tan rígidos?, preguntó con cierto tono de objeción. La joven saltó admirada de la duda. ¿Y usted me lo pregunta? ¿No va siquiera a sugerirme cómo debo vestir o desnudarme para que haga usted las mejores fotografías de su vida? El hombre se turbó, no sabiendo si por el ímpetu de la mujer o por la manera de obligarlo a valorarse como si aún estuviera en la mejor etapa de fotógrafo. Fue salomónico. Podemos probar con vestidos de ritual y con prendas cotidianas, no menos ritualizadas hoy día, le replicó Tatsuaki con mucho temple. Pues empecemos, dijo ella. Eso sí, no saque mi tatuaje hasta el final, según vayan saliendo las tomas. ¡Y míreme con más interés!, exclamó enérgica la modelo. Como un hombre debe mirar a una mujer apetecible, insistió no sin soberbia. El anciano percibió un temblor. No se sentía reñido, sino provocado por una latente pasión que empezaba a martirizarlo. Ito, esto tiene que ser una ceremonia, dijo firme y pausadamente.  


18 de marzo de 2017

Irezumi, una piel sobre la piel




Dicen que los cuerpos tatuados son las expresiones artísticas más antiguas, comenta Tatsuaki mientras observa el pequeño dibujo recóndito sobre la piel de la joven. ¿Antes que los humanos hablaran o que pintaran en abrigos de roca?, pregunta Ito. Sí, mucho antes, y el anciano sonríe. Eso me hace pensar en que el cuerpo ya fue el primer campo de experimentación natural, y no solo para hacer incisiones en él. Ito le mira con audacia. El cuerpo humano ¿lo es todo, maestro? El fotógrafo percibe con ironía esta expresión. Maestro le denomina, cuando aún no le ha enseñado nada. ¿Se trata de un reconocimiento o de una llamada? Lo es todo, en efecto, pero entiéndeme. Es todo porque cuanto existe fuera de nosotros, naturaleza, urbes y edificaciones, humanos, vínculos, edades, y toda la vorágine de creaciones artísticas solo adquieren valor en función de nuestra mirada. No solo de una tendencia colectiva, que siempre es abstracta, sino de cómo cada cual percibimos o, mejor dicho, recibimos, para satisfacción o rechazo, en nuestro cuerpo. Si cualquier cosa de fuera nos complace o asombra la incorporamos en alguna medida a nosotros. Si no nos hace sentir la repudiamos. Pero incluso el rechazo es un aviso más que tenemos en cuenta para futuras experiencias. Nos permite aprender. Ito desbroza lentamente con su mirada asombrada la mirada encendida del anciano. ¿Quiere decir que cuanto existe en el planeta o más en concreto cerca de nosotros, por muy real que sea, por mucho que afecte a millones de personas, solo puede justificarse mientras lo hacemos nuestro? Más o menos, ironiza el viejo, obviando a propósito que a la mayor parte de las leyes naturales le interesan escasamente las vidas humanas y sus efectos. Entonces, ¿sucede lo mismo con mi tatuaje?, pregunta la joven descubriendo más su dibujo. Está aquí, usted lo ve y soy yo quien lo llevo, por lo tanto solo puede ser mío. Tiene significado solo para mí y sin embargo si alguien me lo ve se está apoderando con la vista de él, lo quiere hacer suyo, ¿no? Así es, responde Tatsuaki, con la diferencia de que nada del tatuaje se desprende de tu piel, Ito, y el hombre o la mujer que lo mire, al intentar retenerlo para su recuerdo, se perturbará, saldrá de sí, y no podrá ya ser el mismo. La joven ha escuchado el extraño y sereno razonamiento del anciano. Palidece. ¿Tan inquietante es el significado de un tatuaje?, pregunta. Lo es. Aunque no tanto como el cuerpo que lo preserva.




11 de marzo de 2017

Las dudas del viejo adolescente


(Tatsuo Suzuki)


El viejo Tatsuaki no envió la carta imaginada a su joven amiga. Tampoco la rompió. Se daba cuenta de que cada ilusión llevaba consigo el contrapeso de un temor. Que dar un paso manifestando sentimientos era también exhibir debilidades. Que al revelar que había caído en una seducción, probablemente no tramada deliberadamente por la mujer, iba a exigirse esfuerzos que no sabía si podría realizar. Pero sobre todo era el miedo adolescente a ser rechazado lo que le sujetaba. Y él, se lo repetía una y otra vez, era extremadamente pudoroso. ¿Cómo podía latir aún dentro de sí, tras una vida azarosa, preñada de dificultades, maltratada por los desaciertos, una brizna de pasión? ¿Cómo podía abrirse paso entre su cuerpo achacoso y decrépito aquel entusiasmo que amenazaba con devenir en delirio? La represión a la que se estaba sometiendo le alteraba. Si lo que decía en una carta no nacida del todo era cierto, ¿por qué no arriesgarse? Mientras se debatía entre pros y contras consideró que entregándose solamente al mundo de la escueta razón jamás nadie probaría de la belleza y, por qué no, de la locura de los sentidos. Había separado tantas veces el ejercicio físico que perseguía placer de un sentimiento más profundo que le hubiera llevado a entrar en otra persona...Pero tampoco era tan rotundo ni tan diferente, se decía. ¿Cómo podían asegurar algunas personas a la ligera que un hombre y una mujer pueden entrar en contacto de cuerpos y desproveerse de sentimientos?  A cada mujer que he tocado, siquiera unas horas, la he reconocido amorosamente. Con cada mujer con la que desbrozado mi soledad, no importa la manera de haber llegado a ella, ha habido al menos un instante en que no he podido separar placer y contemplación de la belleza. Porque el placer no es solo sensación aguda, ni únicamente un deleite etéreo, sino llave para abrir tu propia puerta al mundo de lo inalcanzable. Nunca he sabido bien si realmente amamos o si nos imaginamos el amor. Puede que no sea otra cosa, por mucho que se sublime. Y si amar es imaginar, si es llegar a la percepción fantasiosa de que dos que vibran al unísono se reconocen, si es que uno permite al otro deslizarse en su propia búsqueda atenta, aunque no sienta del mismo modo, ¿qué importa la duración de la experiencia? ¿Qué valor superior puede tener una circunstancia sobre otra, bien se produzca un encuentro espontáneo o sea el resultado de un vínculo más estable? He amado a mujeres a las que pagué por unas horas o a las que conocí en un viaje. Por no mencionar la necesidad de acogernos que teníamos cuando el desastre de la guerra. ¿Puede definirse por la duración de un tiempo la intensidad de la pasión manifestada? ¿No puede haber más posesión y hasta más hondura allá donde la brevedad se impone por los motivos más indeseados o bien inesperados? ¿Desmerece acaso en sinceridad una cita sentida con una mujer a la que tal vez no volverás nunca a ver? Amar no ha debido ser para mí sino una constante y confusa persecución de mí mismo, aunque a lo largo de la vida haya necesitado, de manera prolongada o intermitente, a la mujer. Shintaro Tatsuaki se interrogaba con la baraja de las posibilidades, donde leía el juego inexplicable que siempre había practicado, para justificar su misma indecisión.

El viejo fotógrafo estaba entretenido cuidando sus plantas en la pequeña parcela ajardinada detrás de la casa, cuando Yuriko Hikoma, la vecina más cotilla, pero para él la más entrañable, entró con precipitación a anunciárselo. Señor Tatsuaki, su joven discípula viene hacia aquí. Se ha bajado del autobús  que procede de Sasakuza.