(Katsushika Hokusai)
El oleaje nos va a estrellar contra los farallones, patrón, gritaron alarmados los remeros. Calma, dejad que yo os guíe, y concentraos. Cuando la barca sea elevada, vosotros detened los remos. Al caer, hundidlos y remad fuerte en dirección contraria a las rocas. No vamos a poder, la potencia de las olas es superior a la nuestra, dijo azorado el más inexperto de la tripulación. Calla, que no se te vaya la energía por la boca, le espetó un compañero que tenía en su haber un buen número de desventuras, lo que quiere decir tanto como experiencias. Mientras, el patrón, aferrado a la proa, iba midiendo cada movimiento de las olas. Ahora, tronó con un vigor tan intenso como el de los remeros, y estos hundieron los remos con inusitado impulso como si cuerpo y remo fuesen una herramienta única. Aquel movimiento les alejó un poco más de las rocas. Aprovechando el descenso de la ola, el jefe volvió a darles consejos. Sentid el movimiento del mar como una composición musical. Pero no como simples oyentes, sino como si fuerais vosotros mismos los que añadís notas y modificáis el ritmo. Si salimos de esta pondré doble incienso en el altar de mis antepasados o haré una peregrinación a Nikko, soltó otro de los navegantes. Ya harás lo que quieras, replicó el que estaba al lado, pero como no pongas ahora todo tu empeño en la remada los dioses no tendrán ni tus preces ni tus ofrendas. Atención, dijo de nuevo el jefe, volviendo a dirigir el instante en que la embarcación era elevada por el capricho del océano. Los remeros contuvieron las armas y prepararon la respuesta contundente a la furia del mar, hasta que volvieron a descender. Vamos bien, animó el patrón. Remad ahora como si cada uno fuerais dos. Al unísono, todos se dieron cuenta que se alejaban un poco más de la peligrosa costa. El joven no lo veía tan claro. Por mucho que hagamos estamos sometidos al azar y si el azar no quiere lo tendremos difícil, dijo derrotista. Tú respira hondo y concentra tu fuerza. Al peligro se le vence con la voluntad, le replicó el guía. Si cedes tu energía el azar nos devorará a todos. En ese momento los hombres golpearon el oleaje con más tenacidad. Los farallones iban quedando atrás.
(Sin intención de realizar el esfuerzo no hay garantía de un logro. Sin voluntad se reducen o anulan las posibilidades de salir a flote)