"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



8 de diciembre de 2020

La geisha del espejo

 

(Kitagawa Utamaro)


La dueña de una lujosa casa de té observó que una de sus geishas desatendía a los clientes. Mira que me fuiste recomendada por tu padre, el noble Fujita. ¿Es que le vas a dejar en mal lugar? Todo el día ahí, absorta en el espejo. ¿Qué esperas encontrar hoy en ti que no vieras ayer? La geisha movió la cabeza desde el espejo al rostro de la gobernanta sin emitir palabra y volvió, indolente, a contemplar el rostro del día anterior. Luego, con humildad explicó: simplemente trato de evitar que se pierda mi imagen. La otra echó una carcajada. Quien tiene que decir que no pierdes tu hermoso rostro son quienes vienen a reclamar los servicios de este lugar. Además, si te preocupa algún ligero cambio, porque perder lozanía no la pierdes ya que eres muy joven, sabes de sobra que el maquillaje lo ocultaría. Y tu actitud solícita, los exquisitos modales y las artes que te hemos enseñado lo corregirán a los ojos de los hombres pudientes que vienen a relajarse y de paso cerrar sus negocios. No eres tú sola la que queda en entredicho, sino la fama de la casa de té. Eso es lo que no me gusta y me desasosiega, dice apenada la geisha. Que al maquillarme esté ofreciendo una cara que no es. Y yo sé que mi verdadero rostro no es el mismo de un día a otro, me lo dice el espejo. Lo que permanece invariable es la decoración que lleva y no me gusta ser solo actriz. Y no lo eres, la consuela la okasan. Pero mujer, piensa que los hombres que aquí vienen se conforman con una representación. Incluso agradecen las máscaras, pero sobre todo el estilo delicado y discreto con que os movéis a su alrededor. Y valoran como nadie que alguna de vosotras ceda a atenciones más convenientes para ellos. Pero, ¿o es que buscas algo más en este oficio de elegidas? ¿Tal vez pretendes que te corresponda alguno solo por obsesionarte con tu verdadero rostro del espejo? A ese paso pronto descubrirás que el espejo miente. Como mentirá la mirada sugerente de los hombres a los que sirvas. La joven geisha se ajustó las hombreras del kimono y sonrió con un gesto de sumisión a la señora. Al levantarse dejó caer a propósito el espejo, en cuyos añicos se vio también ella rota.



 

23 de noviembre de 2020

Las hermanas

 

                                                                   
(Kitagawa Utamaro)


¿No te cansas de esperar en vano a tu samurai?, pregunta Aiko con ironía a su hermana mientras le atusa los cabellos. Cada día me haces la misma pregunta y cada día te contesto que no hay espera vana cuando la meta a alcanzar es satisfactoria, le responde Seijun con aplomo. 

Con frecuencia al alisar aquella larga cabellera negra Aiko gusta de hacer rabiar a la otra. Yo te peino día tras día para que estés presentable por si aparece de improviso, aunque bien sabes que cuando un guerrero está a punto de llegar suele venir precedido de rumores y anuncios que ponen sobre aviso a todos. Mi samurai es muy especial, tiene más de monje místico que de feroz servidor de su señor, le responde Seijun sin dejarse amilanar. Le gusta la discreción y prometió antes de partir que rendiría cuentas de su misión solo a quien requirió de sus servicios y que no se entregaría a otro culto que no fuera a mi persona. Aiko encuentra divertida aquella seguridad de su hermana e insiste en polemizar. No sería el primer samurai que viera la vida de otra manera después de hacer una campaña. Además, ¿quién te dice que su mística guerrera y amorosa no la dirige hacia otro señor más dadivoso y hacia otra señora más complaciente? Seijun encuentra hirientes aquellas palabras. ¿No sabe tu boca segregar saliva en lugar de veneno? Yo al menos tengo un hombre en el que pensar en el transcurso de las horas del día y al que esperar aunque se sucedan las estaciones del año. Y eso me proporciona seguridad. En cambio tú pareces conformarte con las lecturas de esos libros que te traen de Yoshiwara, un barrio de perdición que parece pertenecer más a otro país más que al nuestro, y que te llenan la cabeza de fantasías. 

Seijun ha terminado la frase con un quejido ahogado. El tirón de pelo de su hermana le ha sorprendido y por un momento le crece la cólera. Pero Aiko la sigue peinando con delicadeza pensando si debe desquitarse. De pronto gira la cabeza de Seijun y mira a sus ojos con agudeza. En lo que leo hay todo tipo de seres que me hacen sentir e incluso vibrar, sin riesgo de traición ni de pérdida. Si me son nobles, condesciendo. Si me enamoran, me entrego. Me invitan a sus aventuras y yo me apunto a ellas. Si recorren el mundo más allá de nuestras islas me embarco para saber cómo es lo que hay al otro lado. Nunca me tratan mal y su espera no me supone ansiedad alguna. ¿Que desaparecen del relato? Otros llegarán. ¿Para qué padecer por las inciertas promesas de los vivientes? ¿Por qué esperar a individuos de paso cuando puedo retener a cualquier personaje que me cautive?

Qué diferentes somos, responde Seijun tras un silencio que es más producto del asombro que de la confusión. En el fondo somos tan parecidas, le corrige Aiko con guasa. Ninguna de las dos toca otro cuerpo que no sea el propio.

  


14 de noviembre de 2020

Utamaro. Sueño de la escribiente


(Kitagawa Utamaro)


La dulce Sei soñó una noche que dejaba de escribir. Varios vecinos se la acercaban y la inquirían displicentes: Sei, ¿por qué no escribes? Atemorizada, los rehuía e iba a ocultarse entre los bambúes. Al borde del camino aparecía entonces el melancólico pastor de cabras. Me han dicho que ya no escribes nada, Sei, ¿y cómo voy a acompañar entonces mis largos tiempos de soledad?  Sei le replicaba: escribiré solo para ti, porque solo deseo escribir para los solitarios y para los que son apartados del mundo. En aquel momento el joven pastor desaparecía y las cabras cercaban a Sei. Volveré a escribir, volveré a escribir, se puso a gritar como loca tomando a la carrera la senda que iba a la aldea. Pero cuando llegó la aldea tampoco estaba. 

Sei se despertó con tal brusquedad que le costó respirar. Se sentó temblorosa y agitada sobre el futón y la humedad de las manos no era de sudor sino de tinta.



Garras de la noche
¿por qué hendís mis sienes?
Solo soy vuestra
si el sueño escribe.
Mi voz para los hombres.


 

24 de octubre de 2020

Las mironas

 

(Katsushika Hokusai)


Rika y yo solemos escondernos detrás de los juncales para ver a los hombres bañarse. Siempre que se lo propongo Rika dice que no quiere ir. ¿No te gusta ver los cuerpos que no podemos contemplar habitualmente?, insisto. Sí, pero ¿y el castigo si nos descubren?, es su argumento inapelable. Se trata de un ritual que nos traemos entre las dos para conjurar los miedos. La curiosidad es más poderosa y asumimos que tendremos que pagar, llegado el caso, un precio. En mi casa yo veo a veces los cuerpos desnudos de los mayores como sombras a través de los fusuma que dividen las habitaciones, y Rica se enorgullece de pertenecer a una familia pudiente. Pues yo, la digo, los veo en directo, pero tan a oscuras que muchas veces pienso si realmente los veo o solo los imagino. Nuestra casa no da para muchas distancias. Una vez, sabes, llegué a casa a una hora inhabitual y pillé a mis padres abrazados y moviéndose. Rika quiere saber: ¿se movían los dos? ¿Mucho? ¿Poco? Rika es preguntona y a veces me invento las cosas para dármelas de saber. Yo prácticamente solo veía a mi padre, pues mi madre tenía echado el cuerpo hacia atrás y el corpachón de él la ocultaba. Me asusté un poco, ya que mi padre parecía desatado y no te puedo decir si la trataba bien o la dañaba. Y los gemidos de mi madre no ayudaban a distinguir qué ocurría. Agazapada aguanté un buen rato y muy quieta para no ser descubierta en mi rincón. ¿Y qué pasó?, dice Rika con una expectación insaciable. Él bramó con mucha fuerza, yo me asusté mucho, no sabía si había pelea o juego. De un brinco se apartó, tuve miedo de mirar el cuerpo de mi padre. Contuve la respiración cuanto pude. Rika no cesa de preguntar. ¿Y tu madre? ¿Estaba bien o lloraba? No sé cómo pude contener un grito cuando ella se incorporó, radiante y con rostro divertido, respondí. Aquella mujer que se alzaba desde un cuerpo juvenil  no era mi madre.

  


12 de octubre de 2020

Pintar los oficios

 

(Katsushika Hokusai)


Fumiyo, el dibujante foráneo que había aprendido a dotar de pinceladas los versos del pastor, sintió la llamada de los demás oficios. Si quieres temas para tu arte busca en la costa y en las aldeas, le había recomendado Mori. Fumiyo le agradeció la sugerencia. Hasta ahora me había parado a observar por los caminos, pues el paso de comerciantes, funcionarios o samuráis hacia sus destinos me ha parecido siempre una imagen que si no se plasma será desconocida. En los viajes toda esta gente no aparenta tanto y se delatan en sus debilidades. A mí me gusta pintar no solo lo que permanece sino lo que transita, no lo que se exhibe sino aquello que no quiere ser visto, no la vanidad sino las insuficiencias. Si es por eso, replicó el pastor poeta, tus pretensiones las vas a satisfacer en cada oficio o forma de vida. La vorágine lo invade todo, nadie se detiene en la marcha de los quehaceres cotidianos, solo yo puedo presumir de una cierta calma y una visión general sobre la vida de los otros hombres. Toma nota de lo que te digo, tú puedes seguir la misma senda que yo. En este sentido ambos nos parecemos, somos unos elegidos por la bondad de nuestra naturaleza, que es tanto como decir la de nuestros progenitores. El dibujante se identificó con Mori. Me pasa lo mismo. Me reconozco en aquello que veo y que se mueve. Tal vez por ello siento que mis manos hacen evolucionar mi forma de pintar, porque mis ojos no ven solo lo aparente sino el impulso de cada humano. El pastor miró con emoción al joven. La palabra y la imagen, y tú me lo estás descubriendo, no existirían por sí mismas. Necesitan intermediarios como nosotros para revelar el mudo visible y el invisible. O para fantasear sobre él y adulterarlo, porque imágenes y palabras tienen ese poder semejante de contar las cosas como parece que son o de alterarlas con todas las consecuencias. Y que cada hombre escoja. 

Fumiyo recogió sus útiles, encarpetó los últimos esbozos y se echó a la espalda la mochila. Soy como una tortuga. Sin el caparazón que llevo encima mi existencia quedaría a la intemperie. ¿Y qué sería de mí?


 

6 de octubre de 2020

El hacedor de poemas



(Katsushika Hokusai)



Cuando se pregunta al pastor Mori que dónde ha aprendido a hacer poesía, él responde invariablemente que eso es igual que preguntar a los pájaros cómo han aprendido a volar. Así zanja Mori tener que dar explicaciones que ni sabría ni querría dar. Pero la gente se muere de curiosidad y no deja de hacer cábalas sobre sus inspiraciones. Todo el mundo que escucha la poesía del pastor, se trate de aldeanos de la comarca o viajeros de paso, se asombra de que un hombre iletrado cante con tanta precisión y entusiasmo las cosas que canta sobre la naturaleza y describa con conmovida hondura los sentimientos de los hombres. 

Muchos, que saben de las artes que posee el hombre pero que son incapaces de escribir ternuras a sus amadas, recurren a él. Mori les satisface, sin pretender sacar beneficio económico de esa labor, pero imaginando sensibilidades y manifestando afectos sobre mujeres a las que él no podría acceder jamás. Unos le piden que exprese lo mucho que echan de menos a su amada. Otros que manifieste cuánto les gustaría llegar a un compromiso con futuro. Algunos son más decididos y le sugieren que en su poema haga con discreta maña propuestas libidinosas a las destinatarias. Hay quien apunta a que se hable de pasada o a bocajarro de posesiones y bienes, aunque sean imaginarios, con ánimo de añadir un elemento de seducción nada desdeñable. Incluso alguno llega más lejos y reclama del poeta que compare a la mujer de su interés con objetos bellos o con paisajes deslumbrantes o incluso con hazañas de heroínas de las leyendas ancestrales. No siempre da resultado pero tiene su impacto.

En ese ejercicio por encargo Mori pone una condición. Que no le pidan que se precipite en la entrega de sus escritos. Recaba de sus solicitantes información sobre el tipo de mujer a la que aspiran. Sus características físicas, su manera de comportarse, el tipo de vida que les rodea, hasta lo que se dice de ella. Conforme a lo que le cuentan Mori establece un patrón, pero nunca repite un poema, desafiando de este modo los principios de originalidad y personalización de unos afectos con los que se identifica.  Tal empeño pone el poeta en sus versos que a medida que los elabora recrea con su fantasía una mujer. Aquella es atractiva porque recuerda el remanso de un río, la otra merece ser colmada de afectos por su capacidad comprensiva, aquella destella tal inteligencia que  ciega al que la solicita, otra más es de tan difícil como cautivador alcance pues presume de ser independiente, a la de más allá se la anhela por su acendrada entrega a la familia...Mori vive y revive en sus ensoñaciones a cada mujer para la que escribe un poema por encargo y sabe que el haiku o el tanka que otro presentará es en realidad él mismo y que cuando la mujer lo reciba estará recibiendo al humilde pastor aunque ella no lo sepa.

Un día aparece un joven estudiante de artes que va de paso a Edo. Al oír recitar al pastor, que declama los versos de su invención al aire de la soledad, no dice nada, se sienta sobre un hito del camino, despliega su cuaderno y los útiles de dibujo y se pone a tomar apuntes del entorno. El pastor le observa. No has preguntado nada como hacen otros, le dice. ¿Para qué?, responde el muchacho. Todo lo que quisiera saber lo acabas de decir en el haiku que estabas recitando. Mori se asombra. Eres el único que lo entiende y mira que pasa gente por estas sendas. El estudiante se ruboriza. Un buen haiku no es un mero poema, añade. Es sobre todo una sensación y muchas veces un sentimiento, y siempre es asombro. ¿Quieres uno para tu amada?, le propone Mori. Mi amada quedó atrás en el tiempo y en el espacio. Pero no estaría mal que junto a mi pintura de grullas le hiciera llegar unas letras que fundieran dos artes. Expresaría así la fusión de dos personas, de dos aspiraciones, de dos recuerdos, y quién sabe si de dos reencuentros en el futuro. 

Entonces Mori, que entiende el desasosiego del muchacho, le propone el siguiente poema, saltándose las reglas de las rimas.

Al andar el país el monte me protege / mi cuerpo busca el cobijo de tu sombra / te veo en las grullas que picotean en los humedales / ellas me miran y me llaman / pero yo solo te elijo a ti.



17 de septiembre de 2020

Las mujeres de la naturaleza

 

(Katsushika Hokusai)



El grupo de mujeres amigas decidió ausentarse de sus ocupaciones habituales. Unas, ignorando al esposo. Otras, sorteando su trabajo cotidiano. Todas, rompiendo con sus monotonías. Hagamos del paseo por el lago Yamanaka una fiesta especial que nos merecemos, se dijeron. Hemos preparado una excursión, pero venimos todas con nuestras mejores galas sin haberlo acordado, observó Seina. Eso es prueba de que tenemos la misma conexión instintiva, replicó Yuji, pues si nos ponemos guapas para nuestros maridos o para las visitas y las ceremonias, ¿por qué no íbamos a hacerlo para complacer a la naturaleza ? ¿Acaso no se merece nuestra elegancia? Reiko, que era la más reflexiva, apuntilló: Estoy de acuerdo. Cada elemento o ser de la naturaleza ve y siente en su mundo. Mira con sus propios ojos y disfruta o rechaza cuanto no le gusta de los humanos o de otras especies. Entonces, saltó Asuka, ¿crees que hay entre los montes, la vegetación o las aguas un intercambio de emociones? Porque los humanos, cuando nos asombra un paisaje o nos afecta una persona también vibramos, ya sea por gusto o por desdén. Yuji, en la que aún coleaban ancestrales creencias animistas, no dudó. Cada componente de la naturaleza sufre un florecimiento pero también un desgaste. Sus miradas y sentimientos, que los tienen, no son como los de los humanos, pero no me cabe duda de que tampoco son simples comparsas pasivos de la existencia. Además, ¿cómo no van a estar contentos cuando nacen a la vida y también acongojados cuando sufren la pérdida? A Reiko le gusta la polémica. Dices bien. En las interpretaciones que hacemos normalmente creemos que el Universo entero solo se explica desde nuestras necesidades y caprichos, pero a mí me parece que aquel ni imparte órdenes ni exige misiones a ejecutar. La naturaleza sabe ser por sí misma, no nos necesita. Puesto que siempre nos estamos quejando de nuestros maridos y amantes acaso nosotras deberíamos tomar ejemplo del caos a través del cual se manifiesta todo lo natural. Seina, más sencilla y también más sensitiva, prefiere gozar de la excursión y desvía el tema. ¿Hemos venido al lago a contemplar lo hermoso y a gozar de los aromas que emanan de las orillas floreadas o a discutir como los hombres en las tabernas? Ah, corta Asuka, ya quisieran los hombres hablar en las tabernas de otra cosa que no sea lo que les dicta su instinto de quejas, su avidez de ganancias o la presuntuosidad de sus conquistas. La barca es un altavoz de risas. Las mujeres se dispersan entre sí con miradas hacia todas partes, ansiosas por juntar por un día la observación de los paisajes con la disposición de un tiempo que les es propio y que tienen que hurtar a los días ordinarios. Toca el shamisen y cantemos una melodía, propone Yuji a la instintiva Seina. ¿De amor?, pregunta esta. Ahora que estamos solas no solo de amor sino también de guerra, responden las demás con picardía. 


 

7 de septiembre de 2020

El orden de las cosas del mundo


(Kaktsushika Hokusai)



Dos paseantes ociosos que han llegado hasta aquel lugar de la costa admiran los contrastes del paisaje. Entre todo lo que vemos, le pregunta uno al otro, ¿qué considerarías prioritario? ¿El volcán? ¿El trabajo de los pescadores? ¿La labor paciente de los salineros? ¿El ritmo inagotable de las serrerías? ¿El galopar de los mensajeros? ¿La fronda que se extiende a lo largo de la orilla y por las laderas de los valles? Su compañero se lo piensa. Depende del punto de vista que se tenga, responde. Si se trata de la permanencia, me quedo sobre todo con el monte. Si hablamos del esfuerzo arriesgado de los hombres, con la pesca. Si miro el lado paciente, con la labor rutinaria de las salinas. Si valoro la estructura de las casas, el trabajo musculoso de los que preparan las maderas. Si anhelo la paz entre las provincias, alabo la premura infatigable de los correos. Si persigo solamente la relajación, la amplia arboleda. Luego la prioridad, dice el primero, es cosa de cada cual, ¿no? Consiste en la utilidad que damos a los elementos naturales, a las cosas y a las actividades que fluyen en derredor nuestro. Pero advierte esto. ¿Acaso no elegimos ese orden nosotros porque somos viajeros caprichosos y libres de obligaciones y tiempos? ¿Cuál serán las prioridades que tengan cualquiera de esos hombres que realizan un trabajo intenso, sin apenas horas para una actitud contemplativa? Tal vez sus sueños, replica el otro.




25 de agosto de 2020

Encuentro del peregrino y la joven de la casa de té


(Katsushika Hokusai)



Un peregrino llamado Taiji se paró ante el mojón que indicaba el límite de la prefectura. Desconcertado por no saber qué camino seguir para llegar al santuario de Nikko preguntó a Kanae, empleada en la cercana casa de té, y que pasaba por allí casualmente para realizar un mandado. Suelo orientarme muy bien, dijo Taiji, pero no sé por qué me siento confuso. Mi anhelo por llegar al santuario no ha mermado, pero el cansancio y la ansiedad dispersan mi mente. Vas en buena dirección, le replicó Kanae, y no debes ceder puesto que te has propuesto tan noble cometido. Además, ya sabes lo que se dice acerca de Nikko. Que quien no lo haya visto nunca no sabrá jamás lo que es la belleza. El peregrino quebró ante los ojos profundos de la joven y fue osado. Cierto que ese dicho es muy conocido por todas partes, pero creo que la belleza está ahora mismo ante mí. Mi devoto peregrinaje bien puede esperar. Kanae bajó por un instante la mirada y luego reprendió al hombre. Las divinidades y tu promesa son prioritarios. Y jamás debe ser traicionada tu intención fundamental por ningún motivo que surja en el camino, peregrino. No te equivoques. Además, ¿sabes a qué me dedico y cuál es el acontecer de mi vida? Sea el que sea, respondió Taiji, ahora mismo para mí tú eres un santuario vivo. Kanae tembló ante aquellas palabras tan excelsas y fuera del tono al que estaba habituada. Debes partir en busca de Nikko, le indicó. ¿Ves allá al fondo un camino de cedros que se inicia? Síguelo y lograrás tu propósito, viajero. Este, alentado por la delicada presencia de Kanae, no pudo morderse la lengua. Belleza por belleza, tomo la que me ofrece la senda donde me he extraviado. Si hubiera llegado ya a Nikko, ¿no me habría perdido el fruto más gratificante del azar? Hubo un silencio y solo hablaron las miradas. Ve y vuelve, dijo entonces la muchacha. Yo seguiré en la casa de té que hay ahí junto al arroyo. Tendrás luego que demostrarme si la belleza de Nikko es tan desbordante como cuentan. O si no ha sido suficiente para ti.




14 de agosto de 2020

Las pinturas secretas



 (Katsushika Hokusai)



Unos visitantes curiosos preguntaron con aviesa intención al artista por qué solo pintaba vistas exteriores. No solo pinto lo que cualquiera puede ver cada día, sino otros paisajes más reservados, respondió él. ¿Y por qué no los muestra?, le dijeron provocándole. Ah, es que solo están destinados a los iniciados en la belleza y a los estimulados por la inteligencia, sentenció ingenioso el artista.

Todos apreciamos con mucho agrado la calidad y detalle de sus perspectivas sobre el paisaje, le siguieron atosigando con adulación. Así como la presencia omnímoda del Fuji, que no parece tener secretos para usted. Nos asombra cómo deja constancia de las tareas o del bullicio de la ciudad o del paseo de las gentes. Sus grabados son una fuente inagotable de deleite para todos los que admiramos su obra. Si ese mismo trabajo, con la meticulosidad y precisión con que lo ejecuta, lo traslada a la vida íntima seguramente habrá cerrado el círculo de representación del universo de la vida. El artista sonrió ante la insistencia malintencionada. ¿Se merecía aquella gente explicaciones? Un artista sentido no necesita hablar de lo que hace, se dijo a sí mismo, pues la obra habla por él. Les interrumpió con mordacidad razonada. La vida no se cierra por más que los artistas la representemos desde un ángulo u otro. La vida es inagotable y se recrea constantemente. ¿Acaso el sol sale cada mañana del mismo modo sobre el Fuji? El oleaje del mar o el curso de los ríos, ¿dibujan siempre los mismos movimientos? Las estaciones del año, ¿exponen idéntica luz y perfilan únicas geometrías? Las tareas o los entretenimientos de los humanos ¿siguen pasos iguales? Los instantes íntimos y apasionados, ¿se repiten dos veces?

Casi todos los visitantes, enmudecidos, hicieron un gesto afirmando sus conclusiones interrogativas. Pero uno de ellos, acaso el más necio e inoportuno, le espetó con soberbia: maestro, y nosotros que tan partidarios somos de su trabajo, ¿no nos merecemos ver la obra secreta? Nos tenemos por devotos de la belleza y nos consideramos suficientemente espoleados por la inteligencia. El artista, rehuyendo cualquier signo de afectación, optó por descalificarle sutilmente. Es que mi obra recóndita solo va dirigida a los que saben recrear el placer, y no solo a malgastarlo. Y el número de los adeptos a este arte, que es contado, no se abre a la simple curiosidad retorcida y morbosa de cualquiera. 




6 de agosto de 2020

Ajetreo a vista de ociosos


(Katsushika Hokusai)



Me gusta este ajetreo urbano, comenta el ocioso Fusaji a su amigo de infancia Ofumi, ahora monje. Si los dioses nos procuraron al emperador, los hombres nos proporcionan las tareas entretenidas que llenan los días. Algo que tú deberías agradecer como nadie, le responde Ofumi, pues nunca has sabido tener un oficio ni voluntad de desempeñarlo. Fusaji, que alardea de ver el mundo de otra manera, liberal y con perspectiva, dice él, no se arredra ante el comentario directo. Se muestra altivo. Nací para contemplar y para levantar acta del ritmo frenético de la ciudad, ¿te parece poco? Eso me permite observar con distancia ecuánime las tareas y admirar a quienes las ejecutan. Su amigo, reposado pero no carente de criterio, le busca la vuelta. Va a resultar que a quien debemos agradecer la riqueza que fluye por nuestras calles es a tu supuesta capacidad de cronista, y no al trabajo de los artesanos y comerciantes, al sudor de sus empleados y a quienes mantienen el orden y los servicios de la ciudad. 

Este tipo de conversaciones solo se puede tener sobre el puente de Nihon-basi, porque da la justa visión de todos los mundos que habitan en este. Tal es el fragor de un movimiento humano que hipnotiza a los viajeros, entusiasma a los emprendedores y hace presumir a los habitantes de Edo ante los provincianos.

El bohemio Fusaji, que sabe reírse con descaro hasta de su sombra, y que no le afecta lo que digan de él, es también un conversador fantasioso. ¿Te has fijado, Ofumi, que hay toda una escala de valores, y no solo de terrenos, desde este panorama que contemplamos? El monte sagrado de nuestras divinidades preside a lo lejos el palacio del shogun, su delegado en la tierra. Y esa colina del mundo intermedio se eleva a su vez, señorial y dominadora, sobre la frenética actividad de una ciudad elegida. ¿Qué somos nosotros frente a este panorama de bienes? El monje se ajusta la túnica, advirtiendo cierto tufo de pensamiento filosófico en su amigo. ¿El puente donde se cruzan los destinos de estas gentes, tal vez? ¿O el río cuya mirada es diferente cada día que transcurre en nuestras vidas? No vas descaminado, le corta Fusaji. Pero yo no quería tener respuestas, sino solo hacerme preguntas, tal como tú también lo entiendes.

La vieja camaradería permite a ambos amigos sortear sus diferencias y buscar lo que les une. El gusto por la conversación y el paseo sin compromiso. Hablas como un experto pensador, le dice con agrado Ofumi. Al menos aprovechas bien el ocio y sacas conclusiones muy descriptivas, no solo de lo aparente, sino de lo que late bajo la superficie de las cosas. Pero ¿por qué no vas más allá? Naturalmente, para ir más allá tendrías que estar en la piel de cualquiera de los que habitan en los estamentos que has nombrado. No puedes ser el Fuji porque morar en él nos está vetado a los hombres. No puedes ser shogun o cortesano, porque no te fue dado ser elegido para un cargo tan noble. Y tampoco eres cuerpo sudoroso o mente desquiciada por las deudas porque no has ejercitado nunca en la lucha por la vida a través de un trabajo. Fusaji, rápido de reflejos, busca al monje sin sutilezas. Amigo mío, podría aún ser monje como vosotros, que disfrazáis cual servicio al Tao lo que no es sino otra clase de ocio, aunque le llaméis contemplación. 

Ambos echan a reír con estrépito. Los transeúntes les observan asombrados, tal vez pensando que muy de mañana le han dado fuerte al sake. 




28 de julio de 2020

Los remeros, entre el albur y la voluntad


(Katsushika Hokusai)


El oleaje nos va a estrellar contra los farallones, patrón, gritaron alarmados los remeros. Calma, dejad que yo os guíe, y concentraos. Cuando la barca sea elevada, vosotros detened los remos. Al caer, hundidlos y remad fuerte en dirección contraria a las rocas. No vamos a poder, la potencia de las olas es superior a la nuestra, dijo azorado el más inexperto de la tripulación. Calla, que no se te vaya la energía por la boca, le espetó un compañero que tenía en su haber un buen número de desventuras, lo que quiere decir tanto como experiencias. Mientras, el patrón, aferrado a la proa, iba midiendo cada movimiento de las olas. Ahora, tronó con un vigor tan intenso como el de los remeros, y estos hundieron los remos con inusitado impulso como si cuerpo y remo fuesen una herramienta única. Aquel movimiento les alejó un poco más de las rocas. Aprovechando el descenso de la ola, el jefe volvió a darles consejos. Sentid el movimiento del mar como una composición musical. Pero no como simples oyentes, sino como si fuerais vosotros mismos los que añadís notas y modificáis el ritmo. Si salimos de esta pondré doble incienso en el altar de mis antepasados o haré una peregrinación a Nikko, soltó otro de los navegantes. Ya harás lo que quieras, replicó el que estaba al lado, pero como no pongas ahora todo tu empeño en la remada los dioses no tendrán ni tus preces ni tus ofrendas. Atención, dijo de nuevo el jefe, volviendo a dirigir el instante en que la embarcación era elevada por el capricho del océano. Los remeros contuvieron las armas y prepararon la respuesta contundente a la furia del mar, hasta que volvieron a descender. Vamos bien, animó el patrón. Remad ahora como si cada uno fuerais dos. Al unísono, todos se dieron cuenta que se alejaban un poco más de la peligrosa costa. El joven no lo veía tan claro. Por mucho que hagamos estamos sometidos al azar y si el azar no quiere lo tendremos difícil, dijo derrotista. Tú respira hondo y concentra tu fuerza. Al peligro se le vence con la voluntad, le replicó el guía. Si cedes tu energía el azar nos devorará a todos. En ese momento los hombres golpearon el oleaje con más tenacidad. Los farallones iban quedando atrás. 




(Sin intención de realizar el esfuerzo no hay garantía de un logro. Sin voluntad se reducen o anulan las posibilidades de salir a flote)




13 de julio de 2020

El adolescente inquieto y el molino


(Katsushika Hokusai)



El adolescente Kazuma, que lleva poco tiempo en tareas del molino se queja. ¿Va a ser siempre así? Los compañeros ríen y se mofan. Desde que el arroz es arroz es como decir desde que el mundo es mundo. Pero el mundo es más grande y diverso, replica incauto. Y esto también, dice Teisuke. No te revuelvas por ello, puedes elegir. Si no te gusta cargar sacos siempre podrás volver al arrozal y pasarte el día con el agua a la cintura, haciendo gavillas y curtiendo tu cuerpo para el reuma que un día heredarás. Además no digas que esto es aburrido, salta Kiyogi. Hoy te puede apetecer cargar con los sacos, mañana volcar el arroz  para quitar la cascarilla, o bien ir con las mujeres a lavar el grano. Y si sabes algo de mecánica tal vez te interese estar pendiente de que la rueda no se bloquee. Así que no digas que no es un trabajo ameno. Hay una carcajada unánime en todos los operarios que el joven no digiere bien. Sigo pensando que si voy a estar así toda la vida mejor me busco otro oficio. ¿Y crees que en otros oficios no sucede algo parecido?, le impele Teisuke.  ¿Preferirías lavar los caballos de un dignatario? ¿O salir a pescar de madrugada? ¿Te gustaría mejor hacer de recadero atravesando cada día las zonas más escarpadas y peligrosas? ¿O estar toda la jornada en la serrería llenándote de cortaduras? ¿Acaso te resultaría más atractivo trasladar sobre tus hombros a los viajeros en el paso del río Oi? ¿O dándole al remo hasta que en pocos años te encorvaras y ya no te quisiera ni tu propia mujer? ¿Elegirías hacer de porteador arriba y abajo por esas cuestas que dan a abismos por los que te puedes despeñar? ¿O te ves siendo criado de algún samurái déspota y caprichoso? 

Kazuma, que suda por todos los poros de su cuerpo, se aturde. ¿Me queréis decir que no hay trabajo que no sea mejor que otro? ¿Que haga lo que haga estoy destinado a que los días nunca sean nuevos? Kiyogi, que sin ser un hombre excesivamente mayor tiene un carácter amargado, le mira de frente y le advierte. Mucho me temo que para los de nuestra condición no hay salida. Podemos, y no siempre, intentar cambiar de actividad pero no hay actividad que no exija el cien por cien de nuestro esfuerzo. No hay trabajo que no sea insistir una y otra vez, con mayor o menor riesgo, con mayor o menor desgaste. Hace tiempo que los que estamos aquí comprendimos que trabajar es una condena pero mayor pena es estar tirado por los caminos y que nadie te respete. ¿Acaso crees que si te metes a monje o a soldado vas a tener más resuelta la vida? Kazuma respira hondo y sonríe.  No me veo ni meditando y elevando plegarias a las divinidades ni obedeciendo mientras me juego el pellejo para beneficio de los señores de la guerra. Tal vez tengas razón y hoy mi lugar sea este. Mañana quién sabe. 
  



5 de julio de 2020

El sueño de Ama


(Katsushika Hokusai)


Ama se despertó inquieta. Hacía rato que su marido había salido con la negrura de la madrugada para la faena de bajura. El mar a esas horas se debe aún a la luna y esta lo fecunda generosamente. Ama sudaba y creyó por un instante que el océano también la había arrebatado y luego la había devuelto a la orilla. Cosas del sueño, pensó. Agitó la cabeza a derecha e izquierda, estiró los brazos y las piernas lo más que pudo, erigió lentamente su torso y lo palpó palmo a palmo, deleitándose en sus formas, desafiando la oscuridad. Gustaba de admirarse de la armónica flexibilidad de la que aún disponía. También de las agradecidas formas femeninas que dibujaban su cuerpo y que ella apuntalaba con el tacto. No obstante una cierta febrícula la mantenía lasa y abotagada. He dormido profundamente pero estoy agarrotada, se dijo. Se abandonó un rato más al futón, confusa en pensamientos y sensaciones agitadas. Como si el sueño hubiera dejado pendiente alguna de sus funciones.

La primera luz del día le hizo tomar conciencia de su desnudez. Su cabellera dispersa la alertó. Olió su cuerpo y se extrañó de que de él emanara un miasma marino que no era el habitual de su esposo. A medida que se observó con detenimiento le alarmó la presencia de marcas rosáceas inhabituales en torno a las areolas de los pechos, otras más oscuras en el abdomen, algunos signos de succiones de causa desconocida entre los muslos. ¿De dónde viene todo esto?, se preguntó. Esta noche no he recibido a mi esposo. Trató de prospectar en las horas ocultas. Mis sueños han sido extremadamente revueltos. Algo o alguien me arrebataba, y no podía liberarme de  su fortaleza. Pero no me disgustaba en absoluto. ¿Se trataba de un hombre o de un monstruo? Ante la mera ocurrencia rio con picardía voraz. ¿Me deseaban o era yo la que luchaba por no quedar insatisfecha en mi apetito?

Ama, al recordar parte de la pesadilla, fue sintiendo el dulce hostigamiento de su sexo. Si exploro en los sueños, ¿descubriré el placer o el terror? ¿Me encontraré con el premio o con el castigo? ¿O acaso en los sueños se hacen uno? Se concentró más afinadamente en bucear en la turbiedad onírica. ¿A quién me he entregado esta noche, en un estado en que perdía mi conciencia y me veía incapaz de resistir? No retengo rostros humanos entre lo soñado, pero sí me acucia la sensación paralizante de que quienes  me estaban tomando eran seres rudos si bien tiernos, feos mas complacientes, ágiles y a la vez incisivos, imparables pero que sabían abarcar cada espacio de mi cuerpo.

Al forzar la memoria sobre sus fantasías nocturnas, Ama se turbó. No acertaba a distinguir si se había entregado en los sueños o si había sido visitada por huéspedes misteriosos en las horas en que había permanecido sola. Un simple sueño no deja huellas en la piel. Si ha sido algo imaginario tengo que reconocer que el sueño sabe proporcionar amantes perfectos, pensó con regocijo. Si me he dado a un ser superior, inmersa en alguna hipnosis que no he rechazado, debo admitir que con su habilidad ha ahondado en mi cuerpo hasta sus últimos rincones. Haya sido por lo que haya sido, ¿acaso lo sentido era menos real que lo que me aporta un hombre? Se acarició la piel muy despacio. Impregnada del olor a salitre se estremeció. Sintió que aún permanecía encendido dentro de sí un rescoldo del deseo. Cerró los ojos e invocó de nuevo a los monstruos.



27 de junio de 2020

Subiendo la última cuesta



(Katsushika Hokusai)


Cuando sus pisadas quiebran se sujetan de la mano. Entrecruzan los dedos con un vigor diferente a aquel otro juvenil, tan lejano. Se estremecen con el aliento tibio de unos cuerpos que se dispersan. El frío que escarba en ellos no es un frío del que se puedan reponer. El dolor de los pies retorcidos no es ya ni siquiera un suplicio que amortigüe. El apego a la aldea que dejan atrás ya no es asimiento. Suben prudentes y callados. Ven con dificultad los ramajes que entorpecen las sendas. Tropiezan con suelos pedregosos. Se confunden con los últimos bambúes. Se extravían. Cada poco van deteniéndose ante los repechos. Miran de reojo el horizonte que ha quedado atrás. A medida que ascienden el largo paisaje queda debajo de ellos. El pasado, las familias, los quehaceres. Todo se va olvidando. Las ilusiones, las pérdidas, los desengaños, las frustraciones. Su único plano de visión se dirige hacia el interior de sus pensamientos, que se debilitan.

La anciana se para para coger aire. Piensa que es el último esfuerzo, le anima su marido. Todo esfuerzo nos ha costado mucho siempre, pero este  carece de esperanzas, dice ella con desgana. Donde vamos quedaremos libres de tantos afanes onerosos, mujer. Eso debe consolarte, ya no tendremos dolor, ni tendremos que llorar por nadie, ni angustiarnos por la mayor trampa que nos ha embargado en la vida, la preocupación por el futuro.

La mujer toma un leve impulso y se incorpora a la marcha. Qué lejos quedan los cerezos, dice de pronto. Demasiado lejos, asiente él. Donde vamos a estar, insiste la anciana, ¿habrá cerezos? Si los hay nos acurrucaremos entre ellos, sin esperar nada, aunque estén tan marchitos como nosotros. Sí, le apoya él, si así lo prefieres allí nos quedaremos. ¿Quieres que toque un poco el shakuhachi para ti, como antes? Ella asiente con la cabeza, esbozando con sus labios arrugados una sonrisa lacia que se petrifica al instante. El hombre saca de un pequeño morral la flauta. Desafía con sus notas al aire cada vez más gélido de la altura. La anciana balbucea: Así tocabas cuando te conocí. Si me quedo dormida sigue con esa música. Luego cierra los ojos. Él se afana con aquellas notas agudas, cadenciosas, prolongándolas como si fueran hermanas del viento. Su tono es cada vez más frágil. Mira los cerezos, exclama. Pero ella ya no oye, no mira, no suspira, no sueña. Me has ganado la mano por poco, dice el hombre en vano. Y el vidrio de sus ojos opacos resplandece un instante. El eco de los recuerdos borrosos se humedece lentamente.



21 de junio de 2020

Presentes y mortales


(Katsushika Hokusai)


Abuelo, cuando nos desplazamos a otra aldea o cruzamos el río la montaña está siempre ante nuestros ojos. ¿Es una divinidad? El abuelo se va acostumbrando a las preguntas que despiertan en el chico. Le alegran, pues sabe que la ingenuidad es el primer paso hacia el descubrimiento. Lo que en la naturaleza está siempre presente ante nuestra mirada es como una divinidad, le contesta. ¿Y es verdad que tiene fuego en lo más profundo?, continua el nieto. Probablemente, se asombra el hombre, como lo hay también dentro de nosotros pero con otra clase de calor. ¿Y es cierto que hay parejas muy ancianas que suben por sus laderas y no quieren ya bajar?, y el pequeño parece que hubiera estado guardándose las preguntas durante mucho tiempo y ahora las volcase de sopetón. Hay ancianos que se encuentran muy cansados y eligen esa manera de no seguir estando entre nosotros, confirma el otro. Abuelo, ¿tú piensas subir algún día y quedarte allí? El anciano aprieta enérgico la mano del niño. No es algo que haya que pensar. Solo si el fuego que llevo dentro se va apagando y me avisa de que me va a abandonar, entonces puede que quiera subir. Pero puede también que quiera acostarme en una barca y flotar sobre las aguas del río, a merced de la corriente, o simplemente me quede sentado en la poyata de fuera de nuestra casa, sin pensar, sin recordar.

Al nieto le estimulan las respuestas del abuelo y no cesa en el diálogo. ¿Por qué los ancianos se quieren ir y en cambio hay gente más joven que no quiere morirse? Los ojos del abuelo destellan. Apenas duda en la contestación. El viejo ya no tiene nada que perder. El joven, o el niño, aún no tienen casi nada que perder. Pero ¿por qué le das vueltas a lo que no está en nuestra mano sino en poder del Tiempo? El crío juega con las barbas del anciano y se encoge de hombros. Ah, dice, entonces ¿el verdadero poder no lo tiene la montaña, siempre tan grande y tan presente? Es que la montaña también se debe al Tiempo, replica el abuelo, aunque eso no lo puedes entender todavía. Pero el chico no se rinde. Y al Tiempo ¿se le ve con tanta claridad como a la montaña? Si se quiere ver, sí, pero se trata de otro paisaje, más cambiante y menos duradero, sentencia el hombre. Tú y yo somos Tiempo.  Tú eres el tiempo que tuve y yo soy el tiempo que algún día tendrás. Pero el niño ha hecho correr unas canicas y deja al abuelo con la palabra en la boca.





(El triunfo de la presencia conlleva el precio de la mortalidad)

10 de junio de 2020

Los criados de los samuráis



The waterfall where Yoshitsune washed his horse in Yoshino, Yamato province from Tour of Waterfalls in Various Provinces. Colour woodblock, 1833. Bequeathed by Charles Shannon RA. © The Trustees of the British Museum.
(Katsushika Hokusai)




En un recodo del río Oi los desniveles del terreno precipitan la corriente. Allí dos criados de los últimos samuráis llevan a bañar los caballos de sus amos. ¿De qué vive tu señor?, le pregunta el más joven al otro. ¿Tú que crees? De lo mismo que el tuyo. De sus sueños de gloria y de nosotros los criados, replica el mayor con ironía.

Kazuma, el joven preguntón, que anda descubriendo todavía el mundo y está convencido de que se lo descubre a los demás, crédulo de saber interpretarlo manifiesta discrepancias. Pero sus glorias les proporcionaron riquezas y gracias a ellas viven bien y por eso nosotros tenemos empleo. Shima, el compañero, está más curtido en los lances de la discusión y apea al otro de su visión bienintencionada. Ah, ya, unos bienes logrados a costa del perecimiento de gentes a las que ni siquiera conocían. ¿O qué crees? ¿Que los samuráis o los sogunes o los nobles de las ciudades se regalan propiedades y servidumbres por las buenas? Kazuma se obstina en su pretendido saber. El arte noble de la guerra lo permite, dictamina. Sí, ríe Sima, sobre todo cuando ese valeroso arte se fundamenta en fomentar guerras para hacerse con lo que otros poseen. ¿O pensabas que las guerras son inocentes por naturaleza? ¿O que solo son una respuesta a las intenciones bélicas de otros? Las guerras traen desgracias a unos pero fama a otros, replica Kazuma, y nada se puede hacer por impedirlo. Son tan antiguas e inevitables como nuestros antepasados. Y te diré que a mí me hubiera gustado ser samurái de haber nacido en otro mundo. Son gente que se hacen respetar, aunque actúen para sus señores, y cultivan reglas de fidelidad, no teniendo inconveniente en sacrificar sus existencias por quienes les han dado razón para vivir. Su austeridad yo no podría compartirla, pero acaso en ella está la clave de lo que son.

El compañero frota con ahínco el lomo del caballo de su amo. Qué ingenuo, le rebate Shima. Exaltas en exceso un oficio de armas que ya sé que mucha gente contempla con admiración. La fidelidad vale mientras les es reconocida. Unos valores se dan siempre a cambio de otros. Nada hay en esta vida por encima del trueque.  Y el intercambio tiene muchos rostros o, mejor dicho, diversos precios, y exige no solo lo que se muestra sino lo que se oculta. No te fíes de la apariencia de las cosas por mucho que parezcan regir el mundo. Pero el honor es un valor excelso, y ellos por ahí jamás negocian, insiste Kazuma. Shima, al que los años le han hecho más escéptico, detiene su tarea. El código del honor, amigo mío, no es aplicable a los que están por debajo de ellos. ¿Tú has visto alguna vez que a sus criados les traten con la condescendencia con que actúan respecto a los que tienen poder? Sí, ellos tienen su código particular y nuestras divinidades se lo bendicen, eso está claro. Pero los que no hemos salido nunca de nuestra condición ínfima deberíamos regirnos por otro código:  el de considerarnos unos a otros de igual a igual y ayudarnos en lo posible. Ahí también tienes razón, salta Kazuma, pero si pudiésemos elegir la manera de vivir, ¿por cuál optaríamos? ¿Por la de los samuráis o por la de los criados? Shima sacude la crin del caballo que asea. Hermano, le responde, no aspiremos a entender planetas en los que no pondremos jamás los pies.




(Tener claro dónde estás, porque eso es lo que eres)


27 de mayo de 2020

La casa del risco, la cascada y el arquitecto


(Katsushika Hokusai)



¿Quién vive en lo alto del risco?, pregunta el célebre arquitecto Masaoka a los funcionarios de la prefectura que le acompañan en la visita a la zona. Un modesto artesano, le responden. El arquitecto se atusa la barba. Me gusta. Que alguien humilde pueda aspirar a acercarse a los cielos le honra. Y si lo hace junto a una cascada le envidio. Ya quisiera yo vivir ahí.

Sus acompañantes se miran unos a otros, desconcertados por la ocurrencia, ocultando las risas. Un técnico joven y ambicioso que aspira a asentarse en la Corte, donde Masaoka es tan estimado como reconocido, osa cuestionarle. Pero señor, es un lugar agreste y de difícil acceso. Un dignatario de carrera como usted, ¿podría soportar las incomodidades? ¿Le sería práctico? ¿Honraría a sus conocimientos con el retiro a este paraje trivial perdido en lo más apartado? Le doy la razón, responde el arquitecto, en cuanto a la ubicación abrupta. También en que se trata de un paraje que no suele aparecer en los mapas. Pero de ningún modo puedo estar de acuerdo en que se trata de un paisaje trivial. Pues, ¿qué es lo práctico? ¿Aquello que gira solamente en torno a la vida económica de una región? ¿Cuanto transcurre entre los muros de una urbe? ¿Lo que se halla en la proximidad de los gobernantes y sus caprichosas disposiciones? Y lo trivial, ¿no es todo cuanto, como en este caso, no ha sido intervenido por la voluntad humana transformadora, tantas veces desacertada y perjudicial? Sin duda lo práctico se abre paso por doquier y marca la riqueza y su distribución entre los habitantes de un territorio. Pero hay otro sentido de lo práctico que se oculta en los espacios más extraviados y desconocidos. Que solo son habitados o concurridos por gentes sencillas que viven del día a día. ¿Acaso no confluyen en este rincón los elementos que siempre se han considerado nutrientes de la existencia? ¿No están ante nosotros las fuerzas vivificadoras? ¿No recurren al agua, a la piedra, al árbol o al viento los sentidos con el fin de percibir tanto la belleza como la armonía del mismo funcionamiento terrestre? En definitiva, ¿dónde podría yo encontrar mejor inspiración que en el casamiento entre las formas del relieve y el fondo sencillo de un cobijo que se muestra ante nuestra mirada?

El joven que trata de marcarse méritos todavía se resiste a la argumentación del arquitecto. Usted, maestro Masaoka, que construye para el emperador y los príncipes, tiene designios más elevados. ¿Se le ocurriría traer aquí a vivir al mandatario más excelso en nombre de unas ideas tan espirituales? Masaoka hace un gesto irónico. No soy quién para traer a un lugar como este u otro cualquiera a quien me otorga reconocimientos y me da el trabajo. Ni siquiera para proponérselo, pues entiendo las funciones que desarrollan quienes tienen que vivir pendientes de la gobernación. Pero la visión de este lugar, mi joven ayudante, ha penetrado en mi mente y la ha enriquecido. Y mi mente dice que puedo llevar lo que veo hasta los dominios del Emperador. ¿No se ponen ordinariamente la ciencia y la técnica al servicio de los palacios o de los edificios de la burocracia? ¿No median ellas en el ordenamiento de las ciudades? ¿No serían las mejores aliadas para representar en Edo o Kyoto lo que aquí y ahora mismo admiramos como un don de la propia naturaleza? Respetemos este entorno y llevémoslo a través de nuestros saberes y nuestro ingenio hasta las ciudades para que estén menos huérfanas.



(De aquellos orígenes ancestrales proceden las ideas que la mano del hombre ejecuta)


19 de mayo de 2020

Dos amigos en la casa de té


(Katsushika Hokusai)


Cuando hicimos un alto en la casa de té de Koishikawa, en el viejo camino a Edo, era invierno y la carretera estaba impracticable. El lugar, reconvertido en taberna e incluso en posada, pues la situación del país había dado un vuelco, se hallaba sumamente concurrido. Viajeros desconcertados que buscaban donde pasar la noche dado el estado de sitio decretado en la capital, militares licenciados tras la rendición, comerciantes que no sabían a qué atenerse con el mal tiempo, campesinos y artesanos forzadamente ociosos, y la inevitable corte de mujeres de compañía que trataban de obtener beneficio del desconsuelo de los hombres.

Circulaba dinero negro y devaluado. Algunos proponían negocios nada claros que nadie sabía si se llevarían a efecto. Se jugaba a los juegos de azar exponiendo a la desesperada títulos de propiedad de bienes y familias. Corría el sake, que también había subido de precio. Mi amigo Jakuren, licenciado en las artes y técnicas de la medicina, porque él aseveraba que arte y técnica son las dos caras del mismo cuerpo de la atención, fue tentado por uno de aquellos tahúres. Afortunadamente su apuesta fue prudente, la pérdida escasa, y supo adaptar allí mismo uno de los principios de su aprendizaje. Aplica cuidados antes de que se infecte la herida y corta antes de que llegue la gangrena. Eso lo dices ahora, le consolé, pero si no tiro de ti hubieran intentado quitarte hasta el diploma. Mi amigo rio y de pronto se puso pensativo. ¿Crees que mi carrera me servirá para dar respuestas a la vida? Crecido en su actitud me pareció oportuno animarle. Creo más bien, le dije con cierta severidad, no exenta de benevolencia, que es más bien la vida la que confirmará tus conocimientos. Los específicos y los generales, pues de la observación amplia y del trato con tus pacientes deducirás, con altas posibilidades de acierto, lo que no imaginas. Él afirmó con la cabeza. Esa debe ser el lado de arte que  compone mi profesión, ¿verdad? Una parte fundamental, le apoyé, pues irás descubriendo que cada enfermo es único y, por lo tanto, aunque haya características comunes con otros necesitarás comprender qué le diferencia de otros.

Jakuren se puso cabizbajo repentinamente. De todos modos, en malos tiempos tengo que afrontar la tarea. Le corregí. O en buenos para aprender, pues verás cosas profundas y sorprendentes de la manera de ser de los humanos que en otras circunstancias más pujantes te serían ocultadas. Eso te acercará al paciente, sin duda, pero todavía te conducirá más lejos, a prospectar y acaso entender a la persona. Su faz cambió, supongo que por efecto de mis palabras. Pero temí haber sido excesivamente moralista. De pronto le dije: no me hagas demasiado caso. No soy precisamente el más apropiado para dar lecciones ni consejos a nadie. Bien sabes que no tengo oficio y que vagabundeo por esos mundos con trucos y villanías que no solo salen de mis escritos. Mi amigo hizo un guiño. Eh, tal vez curen más tus relatos que los tratados de la ciencia y los tratamientos de los médicos, y me golpeó cariñosamente en el pecho. Fui sarcástico. O que perjudiquen, o que condenen, o que manden a las entrañas del Fuji, no olvides que tengo un modo de escribir muy oscuro y nada alentador.



(¿Quién puede garantizar la salvación por la literatura?)

13 de mayo de 2020

El monje anciano y el novicio


(Katsushika Hokusai)


Cuando observas el paisaje, ¿con cuántos ojos lo miras?, pregunta el monje anciano al novicio que es considerado alumno avanzado. Este, que no quiere que quede en evidencia su prestigio, describe meticuloso y ufano sus percepciones. Lo miro con las manos porque palpo la tierra. Lo miro con los oídos porque escucho a las aves. Lo miro con la boca porque degusto sus frutos. Lo miro con el olfato  porque aspiro sus aromas. Lo miro con la vista porque quiero abarcar toda su geometría. El anciano afirma con la cabeza pero pone un gesto insatisfecho. ¿Solo ves con esos ojos lo que no se limita a ser un conjunto sino que se despliega en detalles? ¿Lo que no son apenas partes sino también un todo? Pongo todos los sentidos a disposición de la visión, dice el joven tímidamente. Entonces, si  las laderas de los montes, los caminos y los caseríos están cubiertos de nieve, ¿con qué ojos los ves? El novicio, en un golpe de ingenio, desafía la pregunta. Con la imaginación. Muy bien, dice el otro. ¿Y si la niebla cubre la distancia que transitas? El novicio se crece. Con la intuición, sin duda, exclama. Eres agudo y sabes distinguir la mirada nítida de la velada. Pero espera, inquiere el monje. El aire, por ejemplo, ¿con qué mirada lo observas? Si suena, es mi capacidad de audición la que me lo hace ver, dice el novicio, cuya respuesta vuelve a ser recurrida por el anciano. Y ¿si te golpea el rostro hasta herirlo y llenarlo de arrugas? El novicio no sabe responder y busca confuso una explicación. No sé, maestro, lo reconozco. Con la mirada del tiempo que transcurre, que es la más acertada y dolorosa, asevera el anciano. Pero eso tú, hoy, no puedes aún saberlo, pues hay miradas largas que solo van tras nuestros pasos.


(Nunca mirar solo en una dirección. Nunca reducir la dimensión de lo mirado. Nunca creer que se ve lo que aparenta dejarse ver)


5 de mayo de 2020

Los enamorados ante la fiesta de las Estrellas


(Katsushika Hokusai)



¿Estás preparado para la celebración de las Estrellas? Toyo, la hija de la dueña de la casa de té, que se ha encontrado con el criado Suwa se siente excitada por la proximidad del acto más importante del verano. Siempre estoy más dispuesto a una celebración alegre que a un acto luctuoso, responde el joven. Toyo no quiere desperdiciar la ocasión. Espero que no faltes, pues aunque las estrellas se encuentren en el cielo nuestra alegría sería escasa si no coincidiéramos tú y yo. Tus padres no aprobarán nuestra complicidad, le recuerda Suwa. No olvides los problemas que tuvimos aquella noche que me pillaron en la cercanía de tu casa. Pero mañana es una fiesta colectiva, exclama animada la joven. Todos estaremos y pasaremos inadvertidos. Conque tú te identifiques con una de las dos estrellas y yo con la otra habremos trazado una línea de aproximación de la que nadie podrá percatarse. No olvides que es nuestro secreto. Suwa se rasca el cogote. ¿Crees, Toyo, que con imaginar que ambos somos una estrella nos conformaremos? Seguramente no, concedió ella, pero será una manera de seguir estando cerca uno de otro. Más importante que nos encarnemos en nuestra fantasía como Orihime o como Hikoboshi, las estrellas separadas de la constelación, es que nos escribamos pequeños deseos y los colguemos de los árboles o los pongamos a flotar sobre una hoja en el río. Suwa no lo acaba de ver claro. ¿Tú crees que eso bastará para sentirnos más cerca el uno del otro? Una fiesta tan típica como la de las Estrellas está muy bien cuando hay algo seguro detrás, pero mientras no logre llegar a ti me parecerá un gesto insuficiente, si no inútil. Las estrellas no se pueden poner en mi lugar ni en el tuyo. ¿Y si aprovechamos el revuelo de la fiesta para escapar de nuestras familias?, propone la muchacha. La mirada de Toyo destella una luz especial, pícara. Hagamos una cosa. Primero escribimos los deseos, como todo el mundo. Luego fingimos que los ponemos a merced de la corriente o en las ramas, y que todos nos vean en plena agitación. Pero los papeles nos los reservamos para nosotros. Después, como el pueblo entero estará pendiente del ajetreo, nos vamos hasta el recodo de los bambúes que hay junto al molino, y tú me lees el tuyo y yo te leo el mío. Suwa se siente impresionado por la ocurrencia de su amada. De pronto, la duda. Pero si estará a punto de caer la noche, ¿cómo podremos entonces leer lo escrito? Fácil, dice Toyo. Tú lees mi deseo en mis labios y yo leo tus anhelos en tu boca. 



(La imaginación ayuda a superar obstáculos)

28 de abril de 2020

El canto de las hormigas y el filósofo


(Katsushika Hokusai)


El anciano filósofo Zheo, que observa desde la orilla del camino el paso de las trabajadoras, interrumpe su canto acorde. ¿Sabéis que antes de que nacierais vosotras ya existía el canto? No somos tontas, maestro. Nos acunaron con canciones, dice la más atrevida del grupo. ¿Sabéis que al cantar salen los malos humores del cuerpo?, insiste. ¿Usted cree que cantamos acaso para ser más ricas?, dice una ingeniosa. Todas se echan a reír. El filósofo no cesa. ¿Sabéis que con la canción rozáis la condición de los dioses? No llegamos a tanto, dice una de las mujeres con más carácter. Nos conformamos con impresionar a un molinero o a un obrero de la serrería para que nos mime. Y el coro de la canción se troca de nuevo en coro de risas. ¿Sabéis que las canciones dan amor incluso al que menos amor recibe?, eleva el tono provocador el anciano. Nosotras sabemos muy bien cantar la canción de nuestro cuerpo para ser amadas, le mantiene el pulso con desparpajo la que va a la cola de la fila. El buen Zheo se siente cada vez más filósofo. ¿Sabéis que el canto canta a la pérdida más que a lo que se posee? A nosotras nos gusta sobre todo cantar a lo que no tenemos y preferiríamos tener aunque luego cantásemos lo perdido, le replicó descarada la que más razonaba de todas. Por un momento el viejo Zheo, al que se tenía por sabio, bajó la cabeza haciendo gestos de afirmación con ella. Luego la alzó y se dirigió por último a las mujeres. Bien, puesto que veo que tenéis respuestas para todo no interrumpo más vuestra marcha. Con gusto iría con vosotras si mis piernas me lo permitieran. Yo también necesito vuestras canciones para convencerme de que debo seguir sintiendo la vida. Entonces ellas agitaron las manos en homenaje. Ahí tiene toda la razón, maestro Zheo, respondieron gozosas. Cantamos y cantaremos para sentir a cada instante la vida.




(Hay filósofos reconocidos que no dejan de ir, cuando otros ignotos no  cesan de estar de vuelta)


20 de abril de 2020

El dignatario viaja de incógnito


(Katsushika Hokusai)


Shunro Iitsu, recién nombrado dignatario de la ciencia en la corte, viajó de incógnito para incorporarse. Al borde de un roquedal detuvo su caballo para contemplar el paisaje de la nieve. El invierno es protector, dijo a su criado. Los próximos ciclos de la tierra dependerán de cómo se comporte esta estación. La generosidad del suelo en los meses que vengan se está manifestando ahora mismo aquí, debajo de nosotros. Señor, no le digo que no, le respondió con humildad su criado Taito, y bien sabe que soy admirador de sus conocimientos como el que más. Pero mi cabalgadura son estas piernas y estos pies míos a los que no hará felices la naturaleza si permanecemos parados mucho tiempo. Taito, te entiendo y no deseo tu mal, le contestó Iitsu. Mas todo lo que tiene valor exige un sacrificio, cuando no correr un riesgo. Admira el entorno que se nos ofrece. Percibe la textura mollar de la nieve. Distingue las alturas encrespadas y los valles dóciles. Observa la recóndita flor que solo podrías hallar aquí bajo la advocación del manto de las divinidades. 

Taito no paraba de dar pequeños saltos sobre la nieve. Diga si quiere que soy un quejica, pero ¿cómo extasiarse con la belleza cuando el calor le abandona a uno y la humedad hiere las entrañas? Cuando lleguemos a Edo agradecerás que hallamos elegido una ruta retirada y sensible, le consoló el dignatario. Una vez en la corte no tendremos tantas oportunidades de disfrutar de la tierra indomable y auténtica, por muchos jardines hermosos que dicen que hay allí. Por eso mismo tenemos que retener en la mente y en los sentidos cada detalle. De ello depende que en la ciudad apacigüemos nuestros instintos y controlemos nuestros deseos. El criado, que había estado atento, sacó sus conclusiones.  ¿Quiere decir, señor, que todo allí es artificial y aparente? ¿Y que debemos compensar la realidad de lo ficticio con la verdad que la memoria resguarde dentro de nosotros? Bien lo has interpretado, mi servicial Taito. Y te diré más. Lo que hoy estás viendo y sintiendo dentro de ti podrás relatárselo a las jóvenes que cortejes. Allí también hay flores ocultas que esperan ser descubiertas por un sagaz explorador. Al muchacho le sonó mejor esa perspectiva que le brindaba su jefe. ¿Cómo son las mujeres de Edo?, le preguntó. El jefe fue severo. No descuides ahora tu mirada ni tu capacidad de percibir lo que tienes delante. Cuando lleguemos allí tendremos ocasión de hablar de las mujeres. ¿O pensabas que yo estaba al tanto? Mis conocimientos, prosiguió el dignatario Iitsu, abundan en la exuberante materia del campo, de las montañas o de los ríos, pero es deficiente en todo cuanto crece fértil y salvaje dentro de una mujer. Reemprendamos la marcha, Taito, que te quiero sano y salvo para acometer otro tipo de aventuras. 

    


(Solo hay un instinto en la naturaleza, aunque tenga diversas expresiones)


11 de abril de 2020

El geógrafo en el albergue de los sueños



(Katsushika Hokusai)


En la casa de las afueras una luz tenue advierte a los viajeros que se ofrece el placer. El geógrafo Manji, que lleva días recorriendo a pie la región montañosa, se detiene en el zaguán. Busco donde albergarme esta noche, dice a la encargada que le recibe. Ella, perspicaz, le informa. Aquí podemos ofrecerle sueños, usted sabrá si le interesan. Los paisajes de esta región me han brindado tal clase de ensoñaciones que me siento satisfecho, se sincera Manji. La encargada, obsequiándole con una taza de té, le habla con sutileza. Hay sueños que nacen de otros paisajes. Figuras que se mecen como los juncos. Fragancias íntimas que invaden los olfatos sibaritas. Sustancias cuya libación reviven los deseos más soterrados. Palpaciones que descubren proporciones exigentes y desconocidas.

Bien sea por las palabras de la mujer o por el aroma del té, Manji acaricia el aliciente de la conversación. Mire que es difícil superar la armonía del universo cuando se  recorren los caminos.  Y mi oficio me ha enseñado mucho de ello. Cerrar los ojos al mundo de las formaciones geológicas  o rechazar la inhalación del olor que emana de las flores o no poner oído al canto original y variado de las aves o no ceder a la palpación del bambú sería un error imperdonable. La belleza del paisaje solo existe cuando afinamos nuestros sentidos como herederos del suelo, de las aguas y del éter. Cada pisada, señora,  me ha llevado a un mundo más profundo.

Todo eso que dices es cierto, replica ella. Me admiran tus conocimientos y alabo tu sensibilidad. Pero ¿crees que es suficiente? ¿Te parece que todo lo existente está ahí afuera? ¿No sabes que hay más mundos dentro del visible y mucho más allá del aparente? ¿Dimensiones concéntricas ocultas que se multiplican en un mismo cuerpo? ¿Movimientos convulsos que  brindan sus ritmos para quien desee abandonarse a ellos? El geógrafo, que escucha a la señora con creciente interés, se siente espoleado. En mis peregrinaciones por esta y otras regiones se han mostrado ante mi mirada toda clase de armonías. Incluso las que se explican solamente por el caos. ¿Me quiere decir usted que en este albergue humilde puedo encontrar visiones no descubiertas y sensaciones no percibidas? Joven Manji, le susurró la mujer, aquí vienen aldeanos y comerciantes, guerreros y dignatarios, artistas y monjes. No hay condición de hombre que no se detenga en este lugar apartado. Pero ellos no esperan lo que intuyo que tú buscas, el verdadero fruto de la tierra. La esencia de la femineidad.

Entonces, Manji cedió a la aguda y velada proposición de la señora. Me quedaré esta noche, dijo, pero a condición de que me garantice que viviré dos sueños.




(No dar por suficientemente conocido lo vivido; estar abierto hasta el fin al brindis de la vida)


4 de abril de 2020

El aprendiz de artes


(Katsushika Hokusai)


La primera vez que Taira, aprendiz de dibujo de una pequeña urbe del sur de Hondo, visitó la gran ciudad no dejó de sorprenderse del ajetreo. A medida que se acercaba a Edo cada giro de cabeza le deparaba un paisaje insólito. Fuese el trasiego de mercancías o el transporte más rudimentario de viajeros o el paseo de abundante gente ociosa al aprendiz le parecía encontrarse en otro mundo. Entonces pensó en sus habilidades y en lo grande que le resultaba todo aquello para desarrollarlas. Mis nociones más elementales de dibujo se me quedan chicas para abarcar este universo tan vital, dijo a su preceptor. No temas. Si tienes de verdad madera de pintor lo vas a comprobar pronto, le respondió amable el señor Higuchi. De momento mira por todas partes. Absorbe cada situación que veas. Toma constantemente apuntes, incluso a la carrera. Sin prisas, sin agobio alguno. Lleva siempre una carpeta liviana y los útiles de escritura y dibujo más sencillos. ¿No debo ponerme enseguida a la tarea de iluminar los paisajes sobre el papel?, preguntó el joven. El paisaje, le contestó su preceptor, no se va a ir. Taira mostró cierta ansiedad. Pero la gente va muy deprisa, me costará captar sus movimientos. Y el otro: la gente vuelve y va continuamente. No vas a advertir diferencia en su comportamiento de unos días a otros. El aprendiz seguía preguntando inquieto. Pero, ¿cómo sabré si son los mismos y si hacen las mismas labores? Higuchi era benévolo con él. ¿Acaso te importa más un rostro sobre otro? ¿Piensas que las labores cambian de un día al siguiente?

Maestro Higuchi, lo que más me preocupa es no precisar la luz. Es más rápida que la gente, más revuelta que las aguas, más mutable que las nubes. La luz es cambiante, cierto, le consoló el maestro, pero muy generosa. Lo que un día te quita, otro te lo devuelve con creces. Una mañana tiemblas porque nace el día apagado, pero al siguiente te permite ver la cumbre de la gran  montaña. Taira no cesaba en su inquisición sobre el maestro. Me desconcierta la crecida ondulante y agitada de los ríos. ¿Piensa que seré capaz de reflejarlo con mi mano? Tú mira la corriente y deja que te robe la mirada. El río es un ladrón honrado que sabe devolver lo hurtado. Tu mano, al fin y al cabo, no hará sino seguir los pasos que le indique tu visión personal de lo que se te muestra.

El aprendiz, encontrando satisfactorias y animosas las respuestas del maestro, abusó de su condescendencia. Aún hay algo que me abruma más. ¿Llegaré a representar a las mujeres tales como se muestran? ¿Cómo podré acceder a ellas para que se conviertan en modelos? Higuchi, que estaba de vuelta del viaje de la vida, le observó con mirada escéptica y divertida. Ah, joven Taira. Representar a las mujeres no es lo más sencillo, pero sí lo más profundo, si lo logras. Yo puedo señalarte los burdeles con las mujeres más hermosas y satisfactorias de la ciudad. También puedo indicarte los domicilios de las mujeres fieles, cuyo rostro y porte no difieren demasiado de las otras. Y si te quedas simplemente a la orilla de los caminos verás todos los días mujeres hacendosas que realizan su trabajo honrado y se vanaglorian de un cierto margen de independencia de sus horas, sin que desmerezcan de otra clase de mujeres. Qué tipo de mujer querrás retratar depende de tu elección. Yo nunca tuve dudas, le confesó. Taira, que se sentía excitado por las revelaciones de su maestro. llegó al límite. Usted, ¿cuales eligió?, se atrevió a preguntar. El maestro se levantó, corrió la fusuma de aquel espacio de la casa, y le dijo alejándose: a todas. Nunca fui desdeñando a unas o dejándome atraer solo por otras. Pero tú tendrás que adivinarlo cuando llegue el momento.




(No hay un conocimiento más auténtico que el aprendizaje permanente. Incluso de las personas)


27 de marzo de 2020

Diálogo en la parada del palanquín


(Katsushika Hokusai)


Para qué nos parirán, dice uno de los porteadores de kago mientras hacen un alto y se secan el sudor. No digas eso, le corrige el otro sin omitir por ello una carcajada exagerada. Takechi, que tiene bastantes más años que el quejica, le azuza divertido. No pensaste lo mismo cuando optaste por este oficio. ¿Quién te recomendó que lo cogieras? Seguro que otro que llevaba un palanquín no fue. 

Hiro es fuerte y, aunque lleva recorridos muchos caminos no se queja tanto por el esfuerzo como por la falta de compensaciones. Ninguna mujer quiere a un conductor de kanga como no sea más que para una noche. Y ni siquiera la noche es desinteresada. A Takechi le hace gracia cómo muestra su sinceridad el compañero. A mí también me pasaba al principio, le revela. Y mira, ahora tengo seis hijos, una esposa que me necesita y una casa alquilada que, eso sí, no habito todo lo que quisiera. Pero ya tengo mucha edad y no se me ocurriría tirar por la borda la habilidad que he llegado a desarrollar. Pero tú, que puedes ser diestro para otros oficios, te convendría buscar. ¿O estás esperando a que una de estas damas que trasladamos se prenda de ti? Takechi se da cuenta de que acaba de ser mordaz con su socio. Intenta limarlo. Bueno, al fin y al cabo en este oficio nuestro se adquiere experiencia. Se ve quién despide a los viajeros que trasladamos, quién los recibe, de qué clase son o fingen ser, cómo hablan y si tenemos suerte y son gente culta hasta nos enseñan algo. Es entretenido. Hacer bien el trabajo y ceder a sus caprichos durante el viaje permite obtener un propina. Claro que a estas alturas, precisa Takechi, me conformo con que el viajero no exceda el peso. 

Es ahora Hito quien ríe. Pero se le coagula la risa y la queja asoma de inmediato a sus labios. Takechi, dice, uno siempre quiere más y de otra manera. Presiento que llevando el kanga no aprendo nada. La mujer que permanece dentro del vehículo le ha escuchado. Yo aprendí cuando dejé el camino que mi familia había trazado para mí, dice para asombro de los dos hombres. Seguro que tú lo tienes más fácil, por lo que he escuchado. ¿Has probado a tirar por otra senda?




(No es útil lamentar la suerte en esta vida si se puede andar otro camino)


21 de marzo de 2020

La travesía de los barqueros


(Katsushika Hokusai)


Las dos orillas se alejan, 
las dos orillas se atraen. 
Llévame a la otra parte, barquero.
Pero tráeme de regreso.
Que me esperan.

Es la vieja canción de los barqueros. Alguno de los pasajeros la acompañan silbando. Otros convierten la travesía apacible en un espacio de tertulia. El monje, absorto en la perspectiva del horizonte, lo traduce a una oración. Se agradece la paz que nos otorgan los cielos, exclama con la contenida euforia que caracteriza a un religioso. Pero el samurai lo escucha. Ah, la paz es un logro de nuestra protección. Sin ella, ¿qué haríais los demás? ¿Qué sería de vuestra vidas? Ni una ni otra paz que invocáis sería posible si no dispusieseis de los bienes que proporcionamos, ríen los comerciantes que van a negociar al otro lado del río. La paz sin riqueza saltaría por los aires. Una madre que amamanta a su hijo calla pero piensa: si no os hubieran parido primero y cuidado después ibais a estar ahora aquí disputando tonterías. Un poeta que observa de reojo a la mujer, parece interpretarla y sale de su mutismo. Hay dos naturalezas, la que nos trae a este mundo y la que nos es obsequiada para disfrutar. Los demás se vuelven hacia él y asienten con la cabeza. Dos viajeros que despliegan como pueden una baraja de karuta apuestan por el azar. La vida es un juego. Decimos que los cielos salvan, pero a veces nos condenan. Los servidores de la autoridad se reivindican para nuestra protección, pero ¿cuántas veces no nos dejan desvalidos? Los mercaderes aportan bienes, pero se aprovechan hasta el abuso. Los poetas creen conquistar el mundo con sus rimas, pero ¿hasta qué punto llegan a saciar nuestras sensibilidades? Las naturalezas de la vida están sometidas al azar. Nosotros jugamos a las cartas para fingir que la suerte es nuestra aliada, pero sabemos que la fortuna no es eterna.

Otomo, el barquero principal, detiene el remo. Respira hondo desde su garganta, que expulsa un olor apestoso a sake.  Eh, tú, Sone, le dice al compañero. Despierta y toma mi relevo. Las verborreas apelmazan mi cabeza más que la corriente a mis músculos.




(En tiempos de palabrería, no hacer dejación del pensamiento)