8 de diciembre de 2020
La geisha del espejo
23 de noviembre de 2020
Las hermanas
¿No te cansas de esperar en vano a tu samurai?, pregunta Aiko con ironía a su hermana mientras le atusa los cabellos. Cada día me haces la misma pregunta y cada día te contesto que no hay espera vana cuando la meta a alcanzar es satisfactoria, le responde Seijun con aplomo.
Con frecuencia al alisar aquella larga cabellera negra Aiko gusta de hacer rabiar a la otra. Yo te peino día tras día para que estés presentable por si aparece de improviso, aunque bien sabes que cuando un guerrero está a punto de llegar suele venir precedido de rumores y anuncios que ponen sobre aviso a todos. Mi samurai es muy especial, tiene más de monje místico que de feroz servidor de su señor, le responde Seijun sin dejarse amilanar. Le gusta la discreción y prometió antes de partir que rendiría cuentas de su misión solo a quien requirió de sus servicios y que no se entregaría a otro culto que no fuera a mi persona. Aiko encuentra divertida aquella seguridad de su hermana e insiste en polemizar. No sería el primer samurai que viera la vida de otra manera después de hacer una campaña. Además, ¿quién te dice que su mística guerrera y amorosa no la dirige hacia otro señor más dadivoso y hacia otra señora más complaciente? Seijun encuentra hirientes aquellas palabras. ¿No sabe tu boca segregar saliva en lugar de veneno? Yo al menos tengo un hombre en el que pensar en el transcurso de las horas del día y al que esperar aunque se sucedan las estaciones del año. Y eso me proporciona seguridad. En cambio tú pareces conformarte con las lecturas de esos libros que te traen de Yoshiwara, un barrio de perdición que parece pertenecer más a otro país más que al nuestro, y que te llenan la cabeza de fantasías.
Seijun ha terminado la frase con un quejido ahogado. El tirón de pelo de su hermana le ha sorprendido y por un momento le crece la cólera. Pero Aiko la sigue peinando con delicadeza pensando si debe desquitarse. De pronto gira la cabeza de Seijun y mira a sus ojos con agudeza. En lo que leo hay todo tipo de seres que me hacen sentir e incluso vibrar, sin riesgo de traición ni de pérdida. Si me son nobles, condesciendo. Si me enamoran, me entrego. Me invitan a sus aventuras y yo me apunto a ellas. Si recorren el mundo más allá de nuestras islas me embarco para saber cómo es lo que hay al otro lado. Nunca me tratan mal y su espera no me supone ansiedad alguna. ¿Que desaparecen del relato? Otros llegarán. ¿Para qué padecer por las inciertas promesas de los vivientes? ¿Por qué esperar a individuos de paso cuando puedo retener a cualquier personaje que me cautive?
Qué diferentes somos, responde Seijun tras un silencio que es más producto del asombro que de la confusión. En el fondo somos tan parecidas, le corrige Aiko con guasa. Ninguna de las dos toca otro cuerpo que no sea el propio.
14 de noviembre de 2020
Utamaro. Sueño de la escribiente
24 de octubre de 2020
Las mironas
Rika y yo solemos escondernos detrás de los juncales para ver a los hombres bañarse. Siempre que se lo propongo Rika dice que no quiere ir. ¿No te gusta ver los cuerpos que no podemos contemplar habitualmente?, insisto. Sí, pero ¿y el castigo si nos descubren?, es su argumento inapelable. Se trata de un ritual que nos traemos entre las dos para conjurar los miedos. La curiosidad es más poderosa y asumimos que tendremos que pagar, llegado el caso, un precio. En mi casa yo veo a veces los cuerpos desnudos de los mayores como sombras a través de los fusuma que dividen las habitaciones, y Rica se enorgullece de pertenecer a una familia pudiente. Pues yo, la digo, los veo en directo, pero tan a oscuras que muchas veces pienso si realmente los veo o solo los imagino. Nuestra casa no da para muchas distancias. Una vez, sabes, llegué a casa a una hora inhabitual y pillé a mis padres abrazados y moviéndose. Rika quiere saber: ¿se movían los dos? ¿Mucho? ¿Poco? Rika es preguntona y a veces me invento las cosas para dármelas de saber. Yo prácticamente solo veía a mi padre, pues mi madre tenía echado el cuerpo hacia atrás y el corpachón de él la ocultaba. Me asusté un poco, ya que mi padre parecía desatado y no te puedo decir si la trataba bien o la dañaba. Y los gemidos de mi madre no ayudaban a distinguir qué ocurría. Agazapada aguanté un buen rato y muy quieta para no ser descubierta en mi rincón. ¿Y qué pasó?, dice Rika con una expectación insaciable. Él bramó con mucha fuerza, yo me asusté mucho, no sabía si había pelea o juego. De un brinco se apartó, tuve miedo de mirar el cuerpo de mi padre. Contuve la respiración cuanto pude. Rika no cesa de preguntar. ¿Y tu madre? ¿Estaba bien o lloraba? No sé cómo pude contener un grito cuando ella se incorporó, radiante y con rostro divertido, respondí. Aquella mujer que se alzaba desde un cuerpo juvenil no era mi madre.
12 de octubre de 2020
Pintar los oficios
Fumiyo, el dibujante foráneo que había aprendido a dotar de pinceladas los versos del pastor, sintió la llamada de los demás oficios. Si quieres temas para tu arte busca en la costa y en las aldeas, le había recomendado Mori. Fumiyo le agradeció la sugerencia. Hasta ahora me había parado a observar por los caminos, pues el paso de comerciantes, funcionarios o samuráis hacia sus destinos me ha parecido siempre una imagen que si no se plasma será desconocida. En los viajes toda esta gente no aparenta tanto y se delatan en sus debilidades. A mí me gusta pintar no solo lo que permanece sino lo que transita, no lo que se exhibe sino aquello que no quiere ser visto, no la vanidad sino las insuficiencias. Si es por eso, replicó el pastor poeta, tus pretensiones las vas a satisfacer en cada oficio o forma de vida. La vorágine lo invade todo, nadie se detiene en la marcha de los quehaceres cotidianos, solo yo puedo presumir de una cierta calma y una visión general sobre la vida de los otros hombres. Toma nota de lo que te digo, tú puedes seguir la misma senda que yo. En este sentido ambos nos parecemos, somos unos elegidos por la bondad de nuestra naturaleza, que es tanto como decir la de nuestros progenitores. El dibujante se identificó con Mori. Me pasa lo mismo. Me reconozco en aquello que veo y que se mueve. Tal vez por ello siento que mis manos hacen evolucionar mi forma de pintar, porque mis ojos no ven solo lo aparente sino el impulso de cada humano. El pastor miró con emoción al joven. La palabra y la imagen, y tú me lo estás descubriendo, no existirían por sí mismas. Necesitan intermediarios como nosotros para revelar el mudo visible y el invisible. O para fantasear sobre él y adulterarlo, porque imágenes y palabras tienen ese poder semejante de contar las cosas como parece que son o de alterarlas con todas las consecuencias. Y que cada hombre escoja.
Fumiyo recogió sus útiles, encarpetó los últimos esbozos y se echó a la espalda la mochila. Soy como una tortuga. Sin el caparazón que llevo encima mi existencia quedaría a la intemperie. ¿Y qué sería de mí?
6 de octubre de 2020
El hacedor de poemas
Cuando se pregunta al pastor Mori que dónde ha aprendido a hacer poesía, él responde invariablemente que eso es igual que preguntar a los pájaros cómo han aprendido a volar. Así zanja Mori tener que dar explicaciones que ni sabría ni querría dar. Pero la gente se muere de curiosidad y no deja de hacer cábalas sobre sus inspiraciones. Todo el mundo que escucha la poesía del pastor, se trate de aldeanos de la comarca o viajeros de paso, se asombra de que un hombre iletrado cante con tanta precisión y entusiasmo las cosas que canta sobre la naturaleza y describa con conmovida hondura los sentimientos de los hombres.
Muchos, que saben de las artes que posee el hombre pero que son incapaces de escribir ternuras a sus amadas, recurren a él. Mori les satisface, sin pretender sacar beneficio económico de esa labor, pero imaginando sensibilidades y manifestando afectos sobre mujeres a las que él no podría acceder jamás. Unos le piden que exprese lo mucho que echan de menos a su amada. Otros que manifieste cuánto les gustaría llegar a un compromiso con futuro. Algunos son más decididos y le sugieren que en su poema haga con discreta maña propuestas libidinosas a las destinatarias. Hay quien apunta a que se hable de pasada o a bocajarro de posesiones y bienes, aunque sean imaginarios, con ánimo de añadir un elemento de seducción nada desdeñable. Incluso alguno llega más lejos y reclama del poeta que compare a la mujer de su interés con objetos bellos o con paisajes deslumbrantes o incluso con hazañas de heroínas de las leyendas ancestrales. No siempre da resultado pero tiene su impacto.
En ese ejercicio por encargo Mori pone una condición. Que no le pidan que se precipite en la entrega de sus escritos. Recaba de sus solicitantes información sobre el tipo de mujer a la que aspiran. Sus características físicas, su manera de comportarse, el tipo de vida que les rodea, hasta lo que se dice de ella. Conforme a lo que le cuentan Mori establece un patrón, pero nunca repite un poema, desafiando de este modo los principios de originalidad y personalización de unos afectos con los que se identifica. Tal empeño pone el poeta en sus versos que a medida que los elabora recrea con su fantasía una mujer. Aquella es atractiva porque recuerda el remanso de un río, la otra merece ser colmada de afectos por su capacidad comprensiva, aquella destella tal inteligencia que ciega al que la solicita, otra más es de tan difícil como cautivador alcance pues presume de ser independiente, a la de más allá se la anhela por su acendrada entrega a la familia...Mori vive y revive en sus ensoñaciones a cada mujer para la que escribe un poema por encargo y sabe que el haiku o el tanka que otro presentará es en realidad él mismo y que cuando la mujer lo reciba estará recibiendo al humilde pastor aunque ella no lo sepa.
Un día aparece un joven estudiante de artes que va de paso a Edo. Al oír recitar al pastor, que declama los versos de su invención al aire de la soledad, no dice nada, se sienta sobre un hito del camino, despliega su cuaderno y los útiles de dibujo y se pone a tomar apuntes del entorno. El pastor le observa. No has preguntado nada como hacen otros, le dice. ¿Para qué?, responde el muchacho. Todo lo que quisiera saber lo acabas de decir en el haiku que estabas recitando. Mori se asombra. Eres el único que lo entiende y mira que pasa gente por estas sendas. El estudiante se ruboriza. Un buen haiku no es un mero poema, añade. Es sobre todo una sensación y muchas veces un sentimiento, y siempre es asombro. ¿Quieres uno para tu amada?, le propone Mori. Mi amada quedó atrás en el tiempo y en el espacio. Pero no estaría mal que junto a mi pintura de grullas le hiciera llegar unas letras que fundieran dos artes. Expresaría así la fusión de dos personas, de dos aspiraciones, de dos recuerdos, y quién sabe si de dos reencuentros en el futuro.
Entonces Mori, que entiende el desasosiego del muchacho, le propone el siguiente poema, saltándose las reglas de las rimas.
Al andar el país el monte me protege / mi cuerpo busca el cobijo de tu sombra / te veo en las grullas que picotean en los humedales / ellas me miran y me llaman / pero yo solo te elijo a ti.
17 de septiembre de 2020
Las mujeres de la naturaleza
El grupo de mujeres amigas decidió ausentarse de sus ocupaciones habituales. Unas, ignorando al esposo. Otras, sorteando su trabajo cotidiano. Todas, rompiendo con sus monotonías. Hagamos del paseo por el lago Yamanaka una fiesta especial que nos merecemos, se dijeron. Hemos preparado una excursión, pero venimos todas con nuestras mejores galas sin haberlo acordado, observó Seina. Eso es prueba de que tenemos la misma conexión instintiva, replicó Yuji, pues si nos ponemos guapas para nuestros maridos o para las visitas y las ceremonias, ¿por qué no íbamos a hacerlo para complacer a la naturaleza ? ¿Acaso no se merece nuestra elegancia? Reiko, que era la más reflexiva, apuntilló: Estoy de acuerdo. Cada elemento o ser de la naturaleza ve y siente en su mundo. Mira con sus propios ojos y disfruta o rechaza cuanto no le gusta de los humanos o de otras especies. Entonces, saltó Asuka, ¿crees que hay entre los montes, la vegetación o las aguas un intercambio de emociones? Porque los humanos, cuando nos asombra un paisaje o nos afecta una persona también vibramos, ya sea por gusto o por desdén. Yuji, en la que aún coleaban ancestrales creencias animistas, no dudó. Cada componente de la naturaleza sufre un florecimiento pero también un desgaste. Sus miradas y sentimientos, que los tienen, no son como los de los humanos, pero no me cabe duda de que tampoco son simples comparsas pasivos de la existencia. Además, ¿cómo no van a estar contentos cuando nacen a la vida y también acongojados cuando sufren la pérdida? A Reiko le gusta la polémica. Dices bien. En las interpretaciones que hacemos normalmente creemos que el Universo entero solo se explica desde nuestras necesidades y caprichos, pero a mí me parece que aquel ni imparte órdenes ni exige misiones a ejecutar. La naturaleza sabe ser por sí misma, no nos necesita. Puesto que siempre nos estamos quejando de nuestros maridos y amantes acaso nosotras deberíamos tomar ejemplo del caos a través del cual se manifiesta todo lo natural. Seina, más sencilla y también más sensitiva, prefiere gozar de la excursión y desvía el tema. ¿Hemos venido al lago a contemplar lo hermoso y a gozar de los aromas que emanan de las orillas floreadas o a discutir como los hombres en las tabernas? Ah, corta Asuka, ya quisieran los hombres hablar en las tabernas de otra cosa que no sea lo que les dicta su instinto de quejas, su avidez de ganancias o la presuntuosidad de sus conquistas. La barca es un altavoz de risas. Las mujeres se dispersan entre sí con miradas hacia todas partes, ansiosas por juntar por un día la observación de los paisajes con la disposición de un tiempo que les es propio y que tienen que hurtar a los días ordinarios. Toca el shamisen y cantemos una melodía, propone Yuji a la instintiva Seina. ¿De amor?, pregunta esta. Ahora que estamos solas no solo de amor sino también de guerra, responden las demás con picardía.
7 de septiembre de 2020
El orden de las cosas del mundo
25 de agosto de 2020
Encuentro del peregrino y la joven de la casa de té
14 de agosto de 2020
Las pinturas secretas
6 de agosto de 2020
Ajetreo a vista de ociosos
28 de julio de 2020
Los remeros, entre el albur y la voluntad
13 de julio de 2020
El adolescente inquieto y el molino
5 de julio de 2020
El sueño de Ama
La primera luz del día le hizo tomar conciencia de su desnudez. Su cabellera dispersa la alertó. Olió su cuerpo y se extrañó de que de él emanara un miasma marino que no era el habitual de su esposo. A medida que se observó con detenimiento le alarmó la presencia de marcas rosáceas inhabituales en torno a las areolas de los pechos, otras más oscuras en el abdomen, algunos signos de succiones de causa desconocida entre los muslos. ¿De dónde viene todo esto?, se preguntó. Esta noche no he recibido a mi esposo. Trató de prospectar en las horas ocultas. Mis sueños han sido extremadamente revueltos. Algo o alguien me arrebataba, y no podía liberarme de su fortaleza. Pero no me disgustaba en absoluto. ¿Se trataba de un hombre o de un monstruo? Ante la mera ocurrencia rio con picardía voraz. ¿Me deseaban o era yo la que luchaba por no quedar insatisfecha en mi apetito?
Ama, al recordar parte de la pesadilla, fue sintiendo el dulce hostigamiento de su sexo. Si exploro en los sueños, ¿descubriré el placer o el terror? ¿Me encontraré con el premio o con el castigo? ¿O acaso en los sueños se hacen uno? Se concentró más afinadamente en bucear en la turbiedad onírica. ¿A quién me he entregado esta noche, en un estado en que perdía mi conciencia y me veía incapaz de resistir? No retengo rostros humanos entre lo soñado, pero sí me acucia la sensación paralizante de que quienes me estaban tomando eran seres rudos si bien tiernos, feos mas complacientes, ágiles y a la vez incisivos, imparables pero que sabían abarcar cada espacio de mi cuerpo.
Al forzar la memoria sobre sus fantasías nocturnas, Ama se turbó. No acertaba a distinguir si se había entregado en los sueños o si había sido visitada por huéspedes misteriosos en las horas en que había permanecido sola. Un simple sueño no deja huellas en la piel. Si ha sido algo imaginario tengo que reconocer que el sueño sabe proporcionar amantes perfectos, pensó con regocijo. Si me he dado a un ser superior, inmersa en alguna hipnosis que no he rechazado, debo admitir que con su habilidad ha ahondado en mi cuerpo hasta sus últimos rincones. Haya sido por lo que haya sido, ¿acaso lo sentido era menos real que lo que me aporta un hombre? Se acarició la piel muy despacio. Impregnada del olor a salitre se estremeció. Sintió que aún permanecía encendido dentro de sí un rescoldo del deseo. Cerró los ojos e invocó de nuevo a los monstruos.
27 de junio de 2020
Subiendo la última cuesta
La anciana se para para coger aire. Piensa que es el último esfuerzo, le anima su marido. Todo esfuerzo nos ha costado mucho siempre, pero este carece de esperanzas, dice ella con desgana. Donde vamos quedaremos libres de tantos afanes onerosos, mujer. Eso debe consolarte, ya no tendremos dolor, ni tendremos que llorar por nadie, ni angustiarnos por la mayor trampa que nos ha embargado en la vida, la preocupación por el futuro.
La mujer toma un leve impulso y se incorpora a la marcha. Qué lejos quedan los cerezos, dice de pronto. Demasiado lejos, asiente él. Donde vamos a estar, insiste la anciana, ¿habrá cerezos? Si los hay nos acurrucaremos entre ellos, sin esperar nada, aunque estén tan marchitos como nosotros. Sí, le apoya él, si así lo prefieres allí nos quedaremos. ¿Quieres que toque un poco el shakuhachi para ti, como antes? Ella asiente con la cabeza, esbozando con sus labios arrugados una sonrisa lacia que se petrifica al instante. El hombre saca de un pequeño morral la flauta. Desafía con sus notas al aire cada vez más gélido de la altura. La anciana balbucea: Así tocabas cuando te conocí. Si me quedo dormida sigue con esa música. Luego cierra los ojos. Él se afana con aquellas notas agudas, cadenciosas, prolongándolas como si fueran hermanas del viento. Su tono es cada vez más frágil. Mira los cerezos, exclama. Pero ella ya no oye, no mira, no suspira, no sueña. Me has ganado la mano por poco, dice el hombre en vano. Y el vidrio de sus ojos opacos resplandece un instante. El eco de los recuerdos borrosos se humedece lentamente.
21 de junio de 2020
Presentes y mortales
Al nieto le estimulan las respuestas del abuelo y no cesa en el diálogo. ¿Por qué los ancianos se quieren ir y en cambio hay gente más joven que no quiere morirse? Los ojos del abuelo destellan. Apenas duda en la contestación. El viejo ya no tiene nada que perder. El joven, o el niño, aún no tienen casi nada que perder. Pero ¿por qué le das vueltas a lo que no está en nuestra mano sino en poder del Tiempo? El crío juega con las barbas del anciano y se encoge de hombros. Ah, dice, entonces ¿el verdadero poder no lo tiene la montaña, siempre tan grande y tan presente? Es que la montaña también se debe al Tiempo, replica el abuelo, aunque eso no lo puedes entender todavía. Pero el chico no se rinde. Y al Tiempo ¿se le ve con tanta claridad como a la montaña? Si se quiere ver, sí, pero se trata de otro paisaje, más cambiante y menos duradero, sentencia el hombre. Tú y yo somos Tiempo. Tú eres el tiempo que tuve y yo soy el tiempo que algún día tendrás. Pero el niño ha hecho correr unas canicas y deja al abuelo con la palabra en la boca.
(El triunfo de la presencia conlleva el precio de la mortalidad)
10 de junio de 2020
Los criados de los samuráis

(Katsushika Hokusai)
Kazuma, el joven preguntón, que anda descubriendo todavía el mundo y está convencido de que se lo descubre a los demás, crédulo de saber interpretarlo manifiesta discrepancias. Pero sus glorias les proporcionaron riquezas y gracias a ellas viven bien y por eso nosotros tenemos empleo. Shima, el compañero, está más curtido en los lances de la discusión y apea al otro de su visión bienintencionada. Ah, ya, unos bienes logrados a costa del perecimiento de gentes a las que ni siquiera conocían. ¿O qué crees? ¿Que los samuráis o los sogunes o los nobles de las ciudades se regalan propiedades y servidumbres por las buenas? Kazuma se obstina en su pretendido saber. El arte noble de la guerra lo permite, dictamina. Sí, ríe Sima, sobre todo cuando ese valeroso arte se fundamenta en fomentar guerras para hacerse con lo que otros poseen. ¿O pensabas que las guerras son inocentes por naturaleza? ¿O que solo son una respuesta a las intenciones bélicas de otros? Las guerras traen desgracias a unos pero fama a otros, replica Kazuma, y nada se puede hacer por impedirlo. Son tan antiguas e inevitables como nuestros antepasados. Y te diré que a mí me hubiera gustado ser samurái de haber nacido en otro mundo. Son gente que se hacen respetar, aunque actúen para sus señores, y cultivan reglas de fidelidad, no teniendo inconveniente en sacrificar sus existencias por quienes les han dado razón para vivir. Su austeridad yo no podría compartirla, pero acaso en ella está la clave de lo que son.
El compañero frota con ahínco el lomo del caballo de su amo. Qué ingenuo, le rebate Shima. Exaltas en exceso un oficio de armas que ya sé que mucha gente contempla con admiración. La fidelidad vale mientras les es reconocida. Unos valores se dan siempre a cambio de otros. Nada hay en esta vida por encima del trueque. Y el intercambio tiene muchos rostros o, mejor dicho, diversos precios, y exige no solo lo que se muestra sino lo que se oculta. No te fíes de la apariencia de las cosas por mucho que parezcan regir el mundo. Pero el honor es un valor excelso, y ellos por ahí jamás negocian, insiste Kazuma. Shima, al que los años le han hecho más escéptico, detiene su tarea. El código del honor, amigo mío, no es aplicable a los que están por debajo de ellos. ¿Tú has visto alguna vez que a sus criados les traten con la condescendencia con que actúan respecto a los que tienen poder? Sí, ellos tienen su código particular y nuestras divinidades se lo bendicen, eso está claro. Pero los que no hemos salido nunca de nuestra condición ínfima deberíamos regirnos por otro código: el de considerarnos unos a otros de igual a igual y ayudarnos en lo posible. Ahí también tienes razón, salta Kazuma, pero si pudiésemos elegir la manera de vivir, ¿por cuál optaríamos? ¿Por la de los samuráis o por la de los criados? Shima sacude la crin del caballo que asea. Hermano, le responde, no aspiremos a entender planetas en los que no pondremos jamás los pies.
(Tener claro dónde estás, porque eso es lo que eres)
27 de mayo de 2020
La casa del risco, la cascada y el arquitecto
Sus acompañantes se miran unos a otros, desconcertados por la ocurrencia, ocultando las risas. Un técnico joven y ambicioso que aspira a asentarse en la Corte, donde Masaoka es tan estimado como reconocido, osa cuestionarle. Pero señor, es un lugar agreste y de difícil acceso. Un dignatario de carrera como usted, ¿podría soportar las incomodidades? ¿Le sería práctico? ¿Honraría a sus conocimientos con el retiro a este paraje trivial perdido en lo más apartado? Le doy la razón, responde el arquitecto, en cuanto a la ubicación abrupta. También en que se trata de un paraje que no suele aparecer en los mapas. Pero de ningún modo puedo estar de acuerdo en que se trata de un paisaje trivial. Pues, ¿qué es lo práctico? ¿Aquello que gira solamente en torno a la vida económica de una región? ¿Cuanto transcurre entre los muros de una urbe? ¿Lo que se halla en la proximidad de los gobernantes y sus caprichosas disposiciones? Y lo trivial, ¿no es todo cuanto, como en este caso, no ha sido intervenido por la voluntad humana transformadora, tantas veces desacertada y perjudicial? Sin duda lo práctico se abre paso por doquier y marca la riqueza y su distribución entre los habitantes de un territorio. Pero hay otro sentido de lo práctico que se oculta en los espacios más extraviados y desconocidos. Que solo son habitados o concurridos por gentes sencillas que viven del día a día. ¿Acaso no confluyen en este rincón los elementos que siempre se han considerado nutrientes de la existencia? ¿No están ante nosotros las fuerzas vivificadoras? ¿No recurren al agua, a la piedra, al árbol o al viento los sentidos con el fin de percibir tanto la belleza como la armonía del mismo funcionamiento terrestre? En definitiva, ¿dónde podría yo encontrar mejor inspiración que en el casamiento entre las formas del relieve y el fondo sencillo de un cobijo que se muestra ante nuestra mirada?
El joven que trata de marcarse méritos todavía se resiste a la argumentación del arquitecto. Usted, maestro Masaoka, que construye para el emperador y los príncipes, tiene designios más elevados. ¿Se le ocurriría traer aquí a vivir al mandatario más excelso en nombre de unas ideas tan espirituales? Masaoka hace un gesto irónico. No soy quién para traer a un lugar como este u otro cualquiera a quien me otorga reconocimientos y me da el trabajo. Ni siquiera para proponérselo, pues entiendo las funciones que desarrollan quienes tienen que vivir pendientes de la gobernación. Pero la visión de este lugar, mi joven ayudante, ha penetrado en mi mente y la ha enriquecido. Y mi mente dice que puedo llevar lo que veo hasta los dominios del Emperador. ¿No se ponen ordinariamente la ciencia y la técnica al servicio de los palacios o de los edificios de la burocracia? ¿No median ellas en el ordenamiento de las ciudades? ¿No serían las mejores aliadas para representar en Edo o Kyoto lo que aquí y ahora mismo admiramos como un don de la propia naturaleza? Respetemos este entorno y llevémoslo a través de nuestros saberes y nuestro ingenio hasta las ciudades para que estén menos huérfanas.
(De aquellos orígenes ancestrales proceden las ideas que la mano del hombre ejecuta)
19 de mayo de 2020
Dos amigos en la casa de té
Circulaba dinero negro y devaluado. Algunos proponían negocios nada claros que nadie sabía si se llevarían a efecto. Se jugaba a los juegos de azar exponiendo a la desesperada títulos de propiedad de bienes y familias. Corría el sake, que también había subido de precio. Mi amigo Jakuren, licenciado en las artes y técnicas de la medicina, porque él aseveraba que arte y técnica son las dos caras del mismo cuerpo de la atención, fue tentado por uno de aquellos tahúres. Afortunadamente su apuesta fue prudente, la pérdida escasa, y supo adaptar allí mismo uno de los principios de su aprendizaje. Aplica cuidados antes de que se infecte la herida y corta antes de que llegue la gangrena. Eso lo dices ahora, le consolé, pero si no tiro de ti hubieran intentado quitarte hasta el diploma. Mi amigo rio y de pronto se puso pensativo. ¿Crees que mi carrera me servirá para dar respuestas a la vida? Crecido en su actitud me pareció oportuno animarle. Creo más bien, le dije con cierta severidad, no exenta de benevolencia, que es más bien la vida la que confirmará tus conocimientos. Los específicos y los generales, pues de la observación amplia y del trato con tus pacientes deducirás, con altas posibilidades de acierto, lo que no imaginas. Él afirmó con la cabeza. Esa debe ser el lado de arte que compone mi profesión, ¿verdad? Una parte fundamental, le apoyé, pues irás descubriendo que cada enfermo es único y, por lo tanto, aunque haya características comunes con otros necesitarás comprender qué le diferencia de otros.
Jakuren se puso cabizbajo repentinamente. De todos modos, en malos tiempos tengo que afrontar la tarea. Le corregí. O en buenos para aprender, pues verás cosas profundas y sorprendentes de la manera de ser de los humanos que en otras circunstancias más pujantes te serían ocultadas. Eso te acercará al paciente, sin duda, pero todavía te conducirá más lejos, a prospectar y acaso entender a la persona. Su faz cambió, supongo que por efecto de mis palabras. Pero temí haber sido excesivamente moralista. De pronto le dije: no me hagas demasiado caso. No soy precisamente el más apropiado para dar lecciones ni consejos a nadie. Bien sabes que no tengo oficio y que vagabundeo por esos mundos con trucos y villanías que no solo salen de mis escritos. Mi amigo hizo un guiño. Eh, tal vez curen más tus relatos que los tratados de la ciencia y los tratamientos de los médicos, y me golpeó cariñosamente en el pecho. Fui sarcástico. O que perjudiquen, o que condenen, o que manden a las entrañas del Fuji, no olvides que tengo un modo de escribir muy oscuro y nada alentador.
(¿Quién puede garantizar la salvación por la literatura?)
13 de mayo de 2020
El monje anciano y el novicio
5 de mayo de 2020
Los enamorados ante la fiesta de las Estrellas
28 de abril de 2020
El canto de las hormigas y el filósofo
20 de abril de 2020
El dignatario viaja de incógnito
11 de abril de 2020
El geógrafo en el albergue de los sueños

(Katsushika Hokusai)
Bien sea por las palabras de la mujer o por el aroma del té, Manji acaricia el aliciente de la conversación. Mire que es difícil superar la armonía del universo cuando se recorren los caminos. Y mi oficio me ha enseñado mucho de ello. Cerrar los ojos al mundo de las formaciones geológicas o rechazar la inhalación del olor que emana de las flores o no poner oído al canto original y variado de las aves o no ceder a la palpación del bambú sería un error imperdonable. La belleza del paisaje solo existe cuando afinamos nuestros sentidos como herederos del suelo, de las aguas y del éter. Cada pisada, señora, me ha llevado a un mundo más profundo.
Todo eso que dices es cierto, replica ella. Me admiran tus conocimientos y alabo tu sensibilidad. Pero ¿crees que es suficiente? ¿Te parece que todo lo existente está ahí afuera? ¿No sabes que hay más mundos dentro del visible y mucho más allá del aparente? ¿Dimensiones concéntricas ocultas que se multiplican en un mismo cuerpo? ¿Movimientos convulsos que brindan sus ritmos para quien desee abandonarse a ellos? El geógrafo, que escucha a la señora con creciente interés, se siente espoleado. En mis peregrinaciones por esta y otras regiones se han mostrado ante mi mirada toda clase de armonías. Incluso las que se explican solamente por el caos. ¿Me quiere decir usted que en este albergue humilde puedo encontrar visiones no descubiertas y sensaciones no percibidas? Joven Manji, le susurró la mujer, aquí vienen aldeanos y comerciantes, guerreros y dignatarios, artistas y monjes. No hay condición de hombre que no se detenga en este lugar apartado. Pero ellos no esperan lo que intuyo que tú buscas, el verdadero fruto de la tierra. La esencia de la femineidad.
Entonces, Manji cedió a la aguda y velada proposición de la señora. Me quedaré esta noche, dijo, pero a condición de que me garantice que viviré dos sueños.
(No dar por suficientemente conocido lo vivido; estar abierto hasta el fin al brindis de la vida)
4 de abril de 2020
El aprendiz de artes
Maestro Higuchi, lo que más me preocupa es no precisar la luz. Es más rápida que la gente, más revuelta que las aguas, más mutable que las nubes. La luz es cambiante, cierto, le consoló el maestro, pero muy generosa. Lo que un día te quita, otro te lo devuelve con creces. Una mañana tiemblas porque nace el día apagado, pero al siguiente te permite ver la cumbre de la gran montaña. Taira no cesaba en su inquisición sobre el maestro. Me desconcierta la crecida ondulante y agitada de los ríos. ¿Piensa que seré capaz de reflejarlo con mi mano? Tú mira la corriente y deja que te robe la mirada. El río es un ladrón honrado que sabe devolver lo hurtado. Tu mano, al fin y al cabo, no hará sino seguir los pasos que le indique tu visión personal de lo que se te muestra.
El aprendiz, encontrando satisfactorias y animosas las respuestas del maestro, abusó de su condescendencia. Aún hay algo que me abruma más. ¿Llegaré a representar a las mujeres tales como se muestran? ¿Cómo podré acceder a ellas para que se conviertan en modelos? Higuchi, que estaba de vuelta del viaje de la vida, le observó con mirada escéptica y divertida. Ah, joven Taira. Representar a las mujeres no es lo más sencillo, pero sí lo más profundo, si lo logras. Yo puedo señalarte los burdeles con las mujeres más hermosas y satisfactorias de la ciudad. También puedo indicarte los domicilios de las mujeres fieles, cuyo rostro y porte no difieren demasiado de las otras. Y si te quedas simplemente a la orilla de los caminos verás todos los días mujeres hacendosas que realizan su trabajo honrado y se vanaglorian de un cierto margen de independencia de sus horas, sin que desmerezcan de otra clase de mujeres. Qué tipo de mujer querrás retratar depende de tu elección. Yo nunca tuve dudas, le confesó. Taira, que se sentía excitado por las revelaciones de su maestro. llegó al límite. Usted, ¿cuales eligió?, se atrevió a preguntar. El maestro se levantó, corrió la fusuma de aquel espacio de la casa, y le dijo alejándose: a todas. Nunca fui desdeñando a unas o dejándome atraer solo por otras. Pero tú tendrás que adivinarlo cuando llegue el momento.