(Katsushika Hokusai)
El día en que volaron los apuntes que tenía preparados el cronista del shogun fue turbulento. El viento llegó impetuoso del lado del mar y una bruma se extendió sobre los campos y las aldeas confundiendo a las gentes. Los arrozales se vaciaron de campesinos y en los caminos los carreteros buscaron refugio. El cronista estaba dando fin a la redacción de las hazañas de su señor cuando la naturaleza barrió de un plumazo los acontecimientos historiados. El cronista palideció, se agitó tratando de asir algunas de las hojas escritas, luego se dio por muerto. En cuanto se entere de esto el shogun ordenará que me ejecuten, comentó con sus ayudantes.
Shiki Fujimara, de extracción humilde pero de un tesón ejemplar y de una superación sobresaliente, pasaba por ser un excelente calígrafo. También era reconocido como uno de los más exhaustivos recopiladores de acontecimientos. Exigente y minucioso, su trabajo lo realizaba de manera discreta. Se entrevistaba con personas de toda condición, no solo con los mandatarios más egregios o con los funcionarios. Si el shogun había participado en una batalla iba a tomar nota también de las impresiones de los sencillos soldados de la infantería. Si se aplicaban nuevas leyes fiscales sobre las ciudades Fujimara consultaba a comerciantes y artesanos para pulsar los efectos. Si cundía un mal en los cultivos o se extendía alguna enfermedad desconocida entre los agricultores indagaba causas y recababa opinión, siendo receptivo a posibles soluciones. Si había tenido lugar un suceso natural que hubiese conmocionado a una aldea o incluso a una comarca, sabiendo que podía haber afectado a los más humildes, se interesaba y hacía una descripción detallada que luego elevaba a sus superiores. Sin que nadie se lo pidiera expresamente Shiki Fujimara levantaba acta, por su cuenta y riesgo, de cuanto llegaba a sus oídos. Decía que lo que le sucede al súbdito más desfavorecido del shogunato le sucede también al gobernante más elevado. ¿Confundía la realidad con sus deseos o era un mensaje indirecto dirigido a la autoridad?
El cronista, una vez que hubo pasado aquel fenómeno que nadie supo explicar y volvió la normalidad, decidió mantener el temple. Nada podía hacer si sus informes habían sido pasto del viento, salvo redactarlos de nuevo. Pero ¿con qué datos? Ciertamente su memoria era prodigiosa, pero no hasta el punto de retener el orden de lugares, situaciones, cantidades, nombres o sencillamente fechas de los sucesos que había anotado. El shogun no tiene por qué saber qué hay de verdad y qué de inexactitud -no se atrevió a citar siquiera la palabra mentira- en la nueva relación que debo iniciar, comentó con sus íntimos. Envió un correo al poderoso señor justificando que demoraba la entrega de la crónica, pues ya había corrido por todos los territorios la extraña turbulencia que había paralizado durante un tiempo la actividad de los hombres. Si el viento ha barrido la historia, rehagámosla, exclamó inflamado de seguridad y esperanza.
Fue tal el empeño de Shiki Fujimara y su equipo que en pocos días no solo recuperaron el relato, sino que lo doblaron en extensión. El cronista no daba crédito. ¿Qué me había dejado antes o qué he puesto ahora sin que haya ningún nuevo acontecimiento digno de narrar? Ni siquiera he mencionado el suceso que nos ha desbordado a todos, pues todavía no es objeto del informe. Revisó este y le pareció que era más o menos como el anterior. La ocupación caligráfica no había cambiado. El tamaño del papel de arroz tampoco. Sí que tuvo la sensación de que el estilo de la nueva redacción tenía más de relato novelado que de crónica. Al leer por tercera vez el texto advirtió que los personajes citados en la escritura anterior habían tomado preponderancia. Como si hablasen por sí mismos más que por la mano del narrador. Y que cuanto expresaban no era una mera transmisión de hechos, sino que revelaban opiniones. Que la mención de una pérdida, por ejemplo, se había convertido en la difusión de una queja. Que la evocación de un episodio bélico alzaba ayes y lamentos, pero también cantos de victoria. O que la exposición de una injusticia era acompañada de voces discrepantes que dialogaban de modo alborotado. Incluso al mencionar la boda de unos simples aldeanos no solo se citaba la celebración y se daba cuenta de su ritual, sino que derivaba por los amores y los negocios que habían convergido en el paso de la pareja. Este informe definitivo ya no era, como el primero, una somera relación épica del shogun y sus generales, ni una exaltación de la corte y la riqueza de su capital. Detrás latían multitud de asuntos menores que hablaban en directo de la penosa pero estoica existencia que llevaban los súbditos.
El tiempo que le había sido concedido para concluir la crónica tocaba a su fin. Tendré que enviar al shogun el trabajo tal como queda, decidió. Si lo acepta, habré salvado la situación y me habré asegurado el futuro. Si no le gusta, sea cual sea el castigo, al menos habré descubierto que narrar lo imaginado también puede ser una nueva manera de ganarme el pan. Si sobrevivo, dejó caer irónico.
(Cuántas interpretaciones se ocultan tras la transcripción de una historia)