(Eikoh Hosoe)
¿Sigue teniendo su estudio en el mismo Shinjuku?, le pregunta Ito Kabane al anciano de vuelta a la ciudad. Sí, lo tengo, responde el fotógrafo, pero piso lo justo por él. Está en el distrito más expuesto, imagina, aunque también más entretenido para desarrollar la mirada. Durante años trabajé dentro y fuera del estudio. Pero lo que me gustaba era hacer sobre todo trabajo de campo. Los vecinos me respetaron siempre, algo que el casero que tenía entonces no hizo. Incluso se brindaban gratuitamente a dejarse fotografiar. Te sorprenderías qué clase de gente vive en una zona así. Muchos son vecinos de tránsito, los hay desalojados a la fuerza de otras partes, bastantes incluso se esconden porque son perseguidos por la ley y por bandas de pésima calaña. Naturalmente queda gente de edad avanzada que nunca ha prosperado, y las parcelas donde sobreviven son objeto de la codicia constructora. Muchos no tienen ya hijos o, si los tienen, escasamente los ven. Ito le escucha con atención y, aunque es cauta, no puede inhibirse de preguntarle directamente. ¿Cómo se ha llevado con la otra gente, la más peligrosa? Es cosa de saber estar, de permanecer receptivo y no presumir con ellos de nada, dice Tatsuaki. Pero para mí es algo natural. Les he escuchado siempre, me he interesado hasta por personajes en plena autodestrucción. Saben que su vecino fotógrafo nunca se ha enriquecido. Si me han pedido favores que tuvieran o no relación con mi oficio yo se los he hecho. Algunos jóvenes han prosperado como modelos por fotos que les hice en el momento oportuno, pero después desaparecieron de allí y se perdieron en distritos más elegantes de Shinjuku o del resto de Tokio. Es verdad que hay gente especialmente desesperada, yonquis a los que les caigo bien sin mayor motivo, prostitutas que desean que mi cámara les rescaten de su ajamiento, delincuentes que te piden que abogues a su favor cuando les detiene la policía. Los más agresivos suelen ser hombres que llevan sin trabajo algún tiempo. Nunca he preguntado demasiado, ¿sabes? Tal vez me han visto como un tipo discreto. La joven interviene. Pero seguro que las fotografías que haya hecho a esa gente les tiene que haber cautivado, ¿no? Con la maestría que tienen sus imágenes seguro que les mejoró. Tatsuaki salta enérgico. No, en absoluto, yo no mejoré nada. Les capté siempre tal como se mostraban y ellos lo asumían. Era como si al verse en sus actitudes, o en sus maneras de moverse, o en su aspecto físico, eso les permitiera reflexionar más profundamente. Lo interesante es que ellos me hablaban de sí mismos. Nunca interpretaron que yo les sacaba mal, se aceptaban como eran, si bien a veces exponían opiniones críticas sobre su estado. He visto quejas, también lágrimas, también silencios desgarradores. La mayoría se atemperaban cuando comentábamos juntos las fotografías, y acababan agradeciendo verse fijados en un papel. Cuando yo les regalaba las fotografías siempre me decían: le debo una, maestro. A mí me produjo siempre tanta vergüenza que me llamaran maestro. ¡Si eran ellos los que me estaban enseñando de la vida! ¡Si eran sus depravaciones o sus miserias o sus exasperaciones las que me hablaban del verdadero mundo, el de los individuos!
Ito Kabane observó la contenida irritación del hombre. Sus ojos lo atravesaban y lo envolvían. Si él se dio cuenta, disimuló, aunque un ligero rubor atezó su rostro. La mujer habló enérgica. Quiero que usted descubra mis depravaciones y mis desesperanzas, Tatsuaki. Quiero saber cómo es la mujer abyecta que llevo dentro, la mentirosa, la dañina. Quiero que su cámara fotográfica sea mi diván de psicoanalista, que me vea y que me haga ver. El viejo fotógrafo exhibió una sonrisa amable que mecía. No me veo analista de nadie, joven Kabane. Pero si mis ojos no me lo impiden y mi pulso para tomar las imágenes no me traicionan trataré de llegar donde me dejes. Tatsuaki se cortó. Tal vez había hablado demasiado.