"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



15 de octubre de 2016

Vuelta a Aomori


(Eikoh Hosoe)



¿Sigue teniendo su estudio en el mismo Shinjuku?, le pregunta Ito Kabane al anciano de vuelta a la ciudad. Sí, lo tengo, responde el fotógrafo, pero piso lo justo por él. Está en el distrito más expuesto, imagina, aunque también más entretenido para desarrollar la mirada. Durante años trabajé dentro y fuera del estudio. Pero lo que me gustaba era hacer sobre todo trabajo de campo. Los vecinos me respetaron siempre, algo que el casero que tenía entonces no hizo. Incluso se brindaban gratuitamente a dejarse fotografiar. Te sorprenderías qué clase de gente vive en una zona así. Muchos son vecinos de tránsito, los hay desalojados a la fuerza de otras partes, bastantes incluso se esconden porque son perseguidos por la ley y por bandas de pésima calaña. Naturalmente queda gente de edad avanzada que nunca ha prosperado, y las parcelas donde sobreviven son objeto de la codicia constructora. Muchos no tienen ya hijos o, si los tienen, escasamente los ven. Ito le escucha con atención y, aunque es cauta, no puede inhibirse de preguntarle directamente. ¿Cómo se ha llevado con la otra gente, la más peligrosa? Es cosa de saber estar, de permanecer receptivo y no presumir con ellos de nada, dice Tatsuaki. Pero para mí es algo natural. Les he escuchado siempre, me he interesado hasta por personajes en plena autodestrucción. Saben que su vecino fotógrafo nunca se ha enriquecido. Si me han pedido favores que tuvieran o no relación con mi oficio yo se los he hecho. Algunos jóvenes han prosperado como modelos por fotos que les hice en el momento oportuno, pero después desaparecieron de allí y se perdieron en distritos más elegantes de Shinjuku o del resto de Tokio. Es verdad que hay gente especialmente desesperada, yonquis a los que les caigo bien sin mayor motivo, prostitutas que desean que mi cámara les rescaten de su ajamiento, delincuentes que te piden que abogues a su favor cuando les detiene la policía. Los más agresivos suelen ser hombres que llevan sin trabajo algún tiempo. Nunca he preguntado demasiado, ¿sabes? Tal vez me han visto como un tipo discreto. La joven interviene. Pero seguro que las fotografías que haya hecho a esa gente les tiene que haber cautivado, ¿no? Con la maestría que tienen sus imágenes seguro que les mejoró. Tatsuaki salta enérgico. No, en absoluto, yo no mejoré nada. Les capté siempre tal como se mostraban y ellos lo asumían. Era como si al verse en sus actitudes, o en sus maneras de moverse, o en su aspecto físico, eso les permitiera reflexionar más profundamente. Lo interesante es que ellos me hablaban de sí mismos. Nunca interpretaron que yo les sacaba mal, se aceptaban como eran, si bien a veces exponían opiniones críticas sobre su estado. He visto quejas, también lágrimas, también silencios desgarradores. La mayoría se atemperaban cuando comentábamos juntos las fotografías, y acababan agradeciendo verse fijados en un papel. Cuando yo les regalaba las fotografías siempre me decían: le debo una, maestro. A mí me produjo siempre tanta vergüenza que me llamaran maestro. ¡Si eran ellos los que me estaban enseñando de la vida! ¡Si eran sus depravaciones o sus miserias o sus exasperaciones las que me hablaban del verdadero mundo, el de los individuos!

Ito Kabane observó la contenida irritación del hombre. Sus ojos lo atravesaban y lo envolvían. Si él se dio cuenta, disimuló, aunque un ligero rubor atezó su rostro. La mujer habló enérgica. Quiero que usted descubra mis depravaciones y mis desesperanzas, Tatsuaki. Quiero saber cómo es la mujer abyecta que llevo dentro, la mentirosa, la dañina. Quiero que su cámara fotográfica sea mi diván de psicoanalista, que me vea y que me haga ver. El viejo fotógrafo exhibió una sonrisa amable que mecía. No me veo analista de nadie, joven Kabane. Pero si mis ojos no me lo impiden y mi pulso para tomar las imágenes no me traicionan trataré de llegar donde me dejes. Tatsuaki se cortó. Tal vez había hablado demasiado.



9 de octubre de 2016

Visita a las bahías


(Issei Suda)


Desde el extremo más avanzado de Chinzan se pueden contemplar las bahías. La de Aomori y la de Mutsu. Le he traído a este lugar, le dice la joven al anciano, porque es un punto intermedio entre dos paisajes gratos. Como todo en la vida, dice él, si te sabes situar a tiempo entre dos territorios no solo tendrás perspectiva para decidir sino también altas posibilidades de que lo que elijas sea correcto. Pero, eso, ¿cómo se sabe? pregunta la expectante Ito Kabane. ¿Antes de ir? ¿Mientras localizas el punto y te sitúas adecuadamente? ¿O solamente es una conclusión que el desenlace te va a permitir aclarar? El anciano fotógrafo matiza. Nada hay determinado de antemano, dice convencido, ni por estar en una zona de la vida ni por el tiempo que te toca vivir. Lo que parece seguro hoy puede que mañana esté revuelto. El tiempo que crees disponer se te puede escapar de las manos de modo inesperado. Buscamos lo equidistante para decidir una elección pero a veces ésta se improvisa. Y un minuto puede ser más resolutivo que todas las horas que te hayas tomado pensando en afrontar un problema. Aquí sí que estamos bien situados, dice la modelo. Son dos bahías del mismo mar y si se cierran los ojos y se abren de golpe se tiene la impresión de que solo hay una. ¿Es una trampa del ojo o una figuración del deseo de recrear la belleza, que todo lo unifica de modo caprichoso, maestro? El fotógrafo miope la mira con atención. ¿Cómo eres capaz de ver lo exterior con esa agudeza?, le dan ganas de contestar a la mujer. Responde tu misma, le dice. Cuando uno se hace una pregunta ya lleva incorporada la respuesta. Sucede parecido con la mirada. Las respuestas del paisaje están ahí, como lo están los cuerpos, los movimientos, los comportamientos de las personas que suscitan emociones contrapuestas. Pero, ¿lo captamos todo tal cual es? ¿O la mente, que utiliza el vehículo de la mirada, lo altera y apenas interpretamos con parcialidad lo que existe por todas partes? Hay engaño, por supuesto, pues tendemos al artificio y lo sublimamos para tratar de que las cosas sean de nuestro gusto. ¿No es eso traicionar el honesto ejercicio de capturar una imagen en el empeño por conocer su entraña?, dice Ito. La imagen siempre es imagen, contesta el fotógrafo. Algo fluctuante, ni totalmente auténtica ni en absoluto falsa. Es, sobre todo, percepción. Diría que percepción intencionada. Pero un fotógrafo que quiera ver, y no solo dejarse seducir por la imagen, debe luchar contra el ridículo sentido de propiedad sobre lo real que embauca a todos. ¿Sabe, señor Tatsuaki?, dice la mujer con desenfado. Creo que le he traído hasta este mirador para contemplar las ideas de nuestro propio mundo interior. Es como si al aprender de usted mi visión se complementara. Tatsuaki estuvo a punto de soltar una carcajada. No, mi joven modelo, nuestro mundo personal no existe ahora. No tendría sentido llegar hasta esta parte del país, que yo no conocía, y no dejarse absorber por ese horizonte que se disuelve ante nuestros ojos con su belleza insólita. 

La joven Ito Kabane se apoyó en el hombro del anciano. Ambos pusieron sobre las cejas la palma de una mano extendida, a modo de visera. Ojo avizor a la luz que secuestraba al océano y que difuminaba las costas.


  

1 de octubre de 2016

El fotógrafo propone


(Nobuyoshi Araki)



¿Posarías para mí como si fuera mi último trabajo?, preguntó el hombre con extrema y ruborosa lentitud. Del té ascendía una cortina humeante versátil, placentera, que envolvía los gestos y las palabras. En la ascensión de aquel aroma el rostro de ambos se dividía diametral. Un perfil del anciano se separaba para ir a encontrarse con el otro lado de la cara de la joven, que se había a su vez segmentado. Era una visión extraña que solamente para quien ha adquirido mucha experiencia contemplando con detalle los objetos no pasa inadvertido. El anciano lo había experimentado otras veces y se lo hizo saber a Ito Kabane. Si observas, le dijo, entre el humo se acaba de configurar un nuevo rostro. No nos pertenece del todo a ninguno de los dos, pero a su vez es una nueva imagen efímera tuya y mía. La tez pálida de la mujer se encendió pero el comentario resultó hipnótico. Su silencio no estuvo exento de un grado misterioso de concentración. Es verdad, a través de este humear veo un rostro que no es ni joven ni viejo, ni masculino ni femenino, ni hermoso ni feo, ni alegre ni triste, ni preocupado ni indolente. Es como si los principios duales de la vida adquirieran otra dimensión, ratificó la joven con voz tenue. Hay más, intervino él. Si nos miramos fuera de este vapor también advertiremos otra mitad de la cara en cada uno de nosotros. No debes asustarte. Es el lado impasible, inseguro pero defensivo que lucha desde nuestras facciones para proteger las emociones y los sentimientos que las azuzan. Pero yo creo que es un lado falso, un lado que se resiste a manifestar la vida que cada cual lleva dentro de sí. Una parte que trata de resignar al que se encuentra viejo, apurando sus posibilidades, y que vuelve indeciso a quien se considera joven, limitando sus osadías. Naturalmente, debes captarlo en su fugacidad, con el espacio que existe más allá del fondo de la retina, y que sortea los recuerdos y frena las vagas asociaciones de ideas. Ito Kabane cerró los párpados en un intento de sujetar una visión prácticamente inaprensible. Ni confirmó ni negó el comentario del hombre. ¿Quiere de verdad fotografiarme, Tatsuaki?, le preguntó con cierto azoramiento. Mire que tendrá que escoger qué lado visible u oculto de mí misma debe descubrir. Me gustaría mucho registrar la imagen que otros fotógrafos no habrán captado, incluso aquella que tú no hayas visto jamás por mucho que te mires en los espejos y te recrees con las páginas de las publicaciones donde ha aparecido tu cuerpo, le contestó con firmeza el fotógrafo senil. Si poso para usted, Tatsuaki, dijo la modelo entrando en un bucle de amor propio, no es para mostrarme en la alteridad aparente con que me he exhibido en otras ocasiones. Si poso para usted, debe comprometerse a revelar la naturalidad que algún día perdí. Con usted no quiero ser una modelo más. Asegúrese de que aguzará su mirada, maestro. ¿Cómo?, dijo el anciano con tono templado. ¿Aún no te habías dado cuenta de que ya lo vengo haciendo desde que nos conocimos en el tren?