"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



8 de diciembre de 2021

La despeinada y su diario

 

(Kitagawa Utamaro)

Necesito que me dejen sola. Que no haya ruidos ni murmullos. Estos me inquietan más que las voces. A la voz templada la escuchas y decides si estás de acuerdo o no con lo que dice. Los murmullos encubren algún tipo de conspiración. ¿Qué estarán diciendo de los míos o de mí misma?, es lo primero que pienso. Tras los murmullos suele haber murmuraciones. Cuántas veces han creído que yo no estaba presente y he oído murmurar sobre mí. Cuántas. Pero me da lo mismo. 

Esta hora de la mañana, sin asear, con los cabellos casi pegados al futón todavía, apenas cubierta por una bata porque el frescor es hiriente para mi piel, es el mejor momento para escribir. ¿Qué escribo? Ocurrencias, como aquel monje de hace siglos tan clarividente como sencillo en sus diarios. Pero yo no he elegido los caminos de meditación que escogió él. Aunque bien se empapó de vida cotidiana, que supo reconducirla. Vivir y meditar no tienen por qué estar reñidos. Sabía de la vida pero hacía otra vida dentro de ella. Tal vez yo me parezca en algo a él. Si alguien me oyera me llamaría pretenciosa o necia. Mis escritos se pretenden más mundanos que los suyos. Pero eso sí, íntimos. Si experimento lo mundano, me dije hace tiempo, no tiene por qué quedar a disposición de los ojos que me ven mal o de los oídos que escuchan versiones sobre mí o de los deseos de torpes libidinosos que no ofrecen a cambio interés alguno. Así que atesoro mis experiencias de vida construyendo una habitación mental, imaginaria, para mí sola. 

Esa habitación es mi diario. Si esta confidencia la escuchara alguien seguro que le entrarían unas ganas enormes de saber qué cuenta mi diario. Simplemente porque se dicen tantas cosas frívolas de mí. Ah, pero un diario es confidencial. Que nadie se esfuerce en buscarlo por la casa cuando yo no esté en ella. Si alguien registrase armarios hallará algunos libros de autores ajenos, y luego muchas pliegos en blanco. Tal vez entonces se pongan furibundos, llegando a pensar: lo llevará consigo allá donde vaya. Pues sí. Soy celosa de mi intimidad pero práctica. Un diario estorba cuando una sale cada día al mundo. Un diario, como un amante sincero, espera en tensión, pero preservándose. Un diario es un vigía que tiene su santo y seña y solo se deja acceder para quien conoce la consigna. Un diario sabe preservarse recóndito y solo dispuesto al reclamo de la propia autora.

Siempre escribo a esta hora temprana. Cuando los pensamientos se debaten entre el eco de los sueños y los quehaceres que se presentan cara al día. Los sueños permiten comparar con las posibilidades reales y no hay que desdeñarlos nunca. Suelen ser sugerentes para distinguir entre la vaciedad de una vida y el sentido de ser protagonistas de ella. Por supuesto que mis pretensiones no pueden ser como las de aquel monje, que había acumulado una experiencia rica, mientras a mí me falta aún mucho camino. Suponiendo que me decida algún día a dejar llevar mis pies por el mundo. Tampoco la técnica que utilizo es la misma que la de él. Dicen que sus pequeños relatos los escribía en papeles que iba pegando en la pared, que así los tenía a la vista y se permitía refrescar la memoria y reconsiderar no solo lo relatado sino sus reflexiones acerca de lo relatado. Cosa de bonzos que se retiran del mundo tras haber subido y bajado a palacios y covachas. 

Pero su método sí que es ejemplar para mí. Poder extraer deducciones de lo que una ve y sobre todo observa es mi aspiración, no solo como parte del aprendizaje sino como norma de conducta que pueda transmitir a otras personas. Pero qué digo. Apenas he vivido y ya pretendo decir a los demás cómo vivir. Es una tentación pero también me parece un horror. Que cada cual descubra su camino y sus tropiezos. Me conformo de momento con que mis diarios reflejen mis errores, más fáciles de percibir a corto plazo que los aciertos. Sobre los aciertos de una pocos hay que los reconozcan. En cambio cuán dada es la gente a señalar tus defectos o simplemente las limitaciones. Es lo fácil de hacer, meterse impunemente en la vida de los demás. Sin embargo, hay que contar con ello, pues tratar de ser una mujer libre no resulta fácil. ¿Que opinan que soy una libertina? Sin duda es envidia. ¿Que me acusan de destrozar familias? Que yo sepa con mi amistad no rompo nada, pero eso evidencia la resignación que cunde entre quienes no saben vivir sino subyugados. ¿Que hasta los más próximos se compadecen de mí porque comentan que pienso demasiado y eso deshace los sesos? Me río, porque veo mucho irresponsable por ahí que no emplea un mínimo de su tiempo en utilizar la mente.  

Todos estos pensamientos que apunto hoy, acariciada por el frescor del travieso viento kokaze, que sigue el curso del río, son como mis abluciones. Una manera de despertar mis sentidos, de enderezar mi mirada, de aceptar el transcurso de un día más por el que me siento agradecida.





16 de junio de 2021

El amo esclavo (de la sirvienta)

 

(Kitagawa Utamaro)


Si sus hijas supiesen que él, el padre, el amo, el propietario, la autoridad, mi esclavo, sugiere que muchas tardes en que nos recibimos el uno al otro me vista de geisha, estallarían en mil iras. ¿Por la actitud del progenitor? Más bien por la mía. Seguro que a él le permitirían transigir con todo, pobrecito viudo que con los recursos que tiene puede permitirse caprichos, pensarían. En cuanto a mí, la sirvienta cumplidora con las tareas de toda la familia, qué puedo decir. ¿Que soy una viciosa? ¿Que quiero pertenecer con pleno derecho a la familia? ¿Que me aprovecho del hombre para elevarme sobre mi condición?

No busco obtener beneficio alguno de mis entregas cariñosas. Sé que de saberse fuera de nuestro recóndito cubil la gente opinaría lo contrario. Es muy simple. A mí me gusta satisfacerle y me enternece verlo sometido con esa franqueza varonil que no le obliga sino a ser el animal puro y llano que lleva dentro. La complicidad de extraer lo más íntimo de nosotros mismos nos reclama. El amo, acostumbrado a anteriores posesiones ardorosas que no le habrían distinguido nunca de un perro, encuentra en mí un camino diferente hacia el placer. 

Por supuesto que no tengo inconveniente en vestirme como él desee si me lo pide, porque así fecunda sus fantasías. Y yo, naturalmente, enriquezco las mías. Pero sabe que me sobran los adornos, el kimono, el peinado, y ante él, o mejor dicho, sobre él, soy la poseedora de su ejercicio y la propietaria de su deseo durante las horas en que nos solazamos. ¿Que le gusta tomarme vestida? Se lo concedo. ¿Que le agrada que le lleve a fantasear como si él fuese yo y viceversa? Entro en el juego. ¿Que me pide que le convierta en cien animales feroces? Transgredo lo solicitado, porque la transgresión pactada es también compartida y respetuosa. ¿Que dice que me quiere como la espuma del oleaje? Sumérgete en mi desnudez total, le respondo. 

Conmigo mi amo pierde todo su dominio exterior, ese que le hace ser temido y respetado, y obedece a mis mandatos. A mi lado el carácter adusto lo pierde. Sus gestos autoritarios habituales, que nadie se atreve a ignorar, los deja fuera del futón. Es otro hombre frente a mí. O, mejor dicho, es un hombre desprovisto de máscaras. Un ínfimo individuo al que le gusta ser premiado o castigado con los juegos que le propongo. Es el hombre de cuerpo aún robusto pero también el poeta de las palabras inesperadas. Tu mejor seda es la piel que luces, me dice con naturalidad. El peinado más ceremonioso que me ofreces es desarbolar tu cabellera zaína, es otra de sus expresiones. El color de tus mejillas es la ausencia de color. Tus ojos me detienen, tu boca me exige, tus brazos y tus piernas reptan y me engullen. Escuchar la oratoria de su magma me abduce y entro en un abandono que antes no había conocido. Yo, que creía que me las sabía todas.

A veces me gustaría que todo el mundo supiera ese esfuerzo constante suyo en aderezar sus rituales con las palabras. ¿Dónde ha aprendido el hombre rudo a amar con verbosidad exquisita si no es a mi lado y a través de lo que le sugiero? Dice que conmigo cuanto sale de su cuerpo es manifestación de amor. ¿Podría negárselo? Dice que el tesoro hay que tenerlo siempre protegido para impedir que nadie lo robe. Dice que los límites de la vida y de la muerte se borran al trascender nuestros cuerpos. Dice que el dolor es un relato testimonial del pasado y que, por lo tanto, hay que seguir conjurándolo entre ambos. Es inagotable la transformación de este hombre a mi lado. Verdad es que a veces me entra la risa por las cosas que se le ocurren, pero sé que las siente, y me contengo. Porque nada hay absurdo en el amor, si es imaginado y, sobre todo, sentido. No era un hombre propicio a conceder gratuitamente palabras, y asimismo hoy no lo sigue siendo en sus negocios o cuando marca territorios de poder. Entonces, ¿no es una maravilla que solamente a mí me las ofrezca tan dadivosamente? Ignoro si otras mujeres le habrán enseñado cuanto le enseño yo, y me da lo mismo, pero sospecho que o no lo han hecho o él ha sido un aprendiz deficiente y torpe. ¿No tengo suficientes razones para mantener sometido a quien a su vez me somete en las circunstancias más lujuriosas?




19 de mayo de 2021

La sirvienta

(Kitagawa Utamaro)
 

¿No os aburrís de no hacer nada? Yuko tiene una manera incisiva más que descarada de tratar a sus amas. Pero también hábil. Hastiada no de ejecutar los deberes domésticos sino de tener que servir de intermediaria en los caprichosos amoríos de ellas sabe vengarse a su manera con una dialéctica mañosa. Por un tiempo, las dice, me gustaría probar vuestra vida. Incluso pudiera ser que me atrapara y no quisiera ya salir de ella. Sayuri y Riko la conocen y no se perturban. Además la necesitan. Es, además de eficiente criada, la mejor celestina que han tenido y domina como nadie el arte de convencer a los amantes tímidos y de frenar a los pretendientes demasiado ansiosos. 

Así que te gustaría tener todo el tiempo para ti, como nosotras, ¿eh, Yuko? Esta sabe atajarlas. Digamos que es curiosidad. Me gusta la ocupación de sirvienta. Mando sobre los quehaceres, los llevo a cabo con orden, me entretienen que sean tan diversos. Y además no tenéis queja de mi trabajo. ¿Qué más puedo pedir? Soy diligente al recibir a los recaderos que vienen a traer los pedidos. Ninguno de los comerciantes del mercado me rechaza. Los funcionarios dan prioridad a mi presencia cuando voy con algún recado del señor. Y vuestro padre me respeta como era de esperar de un educado y culto amo. Por supuesto, Yuko se reserva aspectos íntimos que podrían molestar a las mujeres. Cómo va a contarles que su señor padre se convierte en el aprendiz más sumiso entre sus brazos. Cómo va a revelar que los recaderos o los que atienden los puestos de abastecimiento se pelean por verla. Si te parece, la espeta Riko, un día te vestimos con uno de nuestros mejores kimonos y te acicalamos hasta convertirte en una belleza que sorprenderá. Te enseñaremos movimientos del cuerpo y modos de pisar que alteran a los hombres, añade Sayuri. Y después te pasearemos con nosotras por el paseo de los abedules que hay junto al lago. No me tentéis, les corta Yuko. Si la propuesta es para reíros de mi tengo que deciros que os puede salir al revés la jugada. Y si os guía una intención sana podría ser que la aceptara, pero ¿y si me convierto en vuestra competencia? ¿Y si los hombres se encaprichan más con la sirvienta que con las hijas del propietario? Tal vez solo pretendéis que haga de cebo para poneros en bandeja de plata los frutos que deseáis y no podéis alcanzar. Pero ¿no teméis que ahí me porte como la empleada desleal y traicionera? Las hermanas se miran entre sí, inquietas y arrepentidas de haber hecho propuestas a una vulgar sirvienta. Agitan nerviosas los abanicos y recuperan su sonrisa falsa. Estás bien donde estás, Yuko. Era hablar por hablar, mujer. 

La sirvienta pone los tés al alcance de las mujeres. Escucha lo que ellas comentan entre sí. Nuestro padre ha vuelto muy pronto de Funabashi. Creo que nos dejará ir esta tarde de excursión con unos amigos. ¿Se lo pides tú o lo hago yo? Se ponen de pie. Yuko recoge las tazas, con la mansedumbre acostumbrada. Estas no saben que su padre va a ser cada vez más generoso concediendo permisos, piensa tragándose una risa tan malévola como concupiscente.  



3 de mayo de 2021

La mujer que se quedó en blanco

( Kitagawa Utamaro)
 

Hoy me he quedado todo el día en blanco. Después de arreglarme y vestirme con uno de los mejores kimonos de seda no he querido ir a ninguna parte. ¿Que me están esperando? Que esperen o, mejor dicho, que no estén pendientes de mí. Lo siento por ti, hermana, que pusiste tanto empeño en llevarme a la presentación de los nuevos vecinos. Me da igual por vosotros, vecinos, a los que no tengo mayor interés en conocer. 

¿Me vais a llamar huraña solo porque no me gusta seguir las costumbres? Si te apartas de lo que todos hacemos te comerá la soledad, os he escuchado infinidad de veces. Yo callo cuando me decís estas cosas, pero me gusta tanto ser una solitaria. Responsabilidades, las mínimas. Dependencias, escasas.  Complacencias, ninguna. Entonces, ¿para que te vistes como si fueras a celebrar algo?, me interpeláis. Yo callo, pero me digo: para festejarme a mí misma. 

Conozco vuestro argumento. No hay celebración sin exhibición, razonáis a vuestro uso. Pero yo, ¿para qué quiero exhibirme? Me dais la lata con tanta insistencia como molestia. Eres demasiado atractiva como para encerrarte. O bien: sabes hablar, cuando te lo propones, como nadie en este barrio. Tienes ideas que embelesan. Si te portaras de otro modo seducirías a quien te apeteciera. Esa insistencia en que hacéis reproches sobre mi modo de ser y de actuar me resbala mucho. Si me gusta hablar bien es para traducir el mundo para mí misma. Si hay dones naturales en mi cuerpo quiero protegerlos. Si mis pensamientos son ocurrentes es porque necesito comprender las cosas. Si otra persona me gusta no trato de crear una ficción para que caiga rendida. 

Solo me entiende mi sobrina Shika. Quiero ser de mayor como tú, me regala los oídos. No sé entonces si dar el parabién a su sentimiento o prevenirla. Solo la sonrío y la estrecho entre mis brazos. Que aprenda ella a saber lo que quiere. ¿Que soy ejemplo y luego me maldice? Habrá sido decisión suya. ¿Que aprende del lado amable de mi personalidad y rehúye las consecuencias negativas de mis actos? Será ecuánime y eso probablemente le proporcionará satisfacciones. Shika ha llegado de improviso. Tía Natsumi, no te enfades conmigo, pero entre los nuevos vecinos hay un joven que te caería bien. Me da igual, la contesto. Es que es diferente a otros, no va a pretender ser el centro de atención de nadie. Se aparta de la gente y su familia dice que no se presta a reuniones. ¿No te parece que es como tú? Me he quedado pensativa y sospecho que con una sonrisa díscola. Shika, la contesto, me aguanto a duras penas, ¿crees que podría soportar la presencia de alguien que fuera mi viva imagen? Pero mi sobrina es tenaz. Te interesaría. Dicen que es un hombre oscuro. Entonces, la contesto punzante, de dos individuos de tinieblas, ¿qué luz que les acerque cabe esperar?




16 de abril de 2021

Conversaciones con mi gato

(Kitagawa Utamaro)


Podría decirte lo convencional. ¿Quién te quiere más que yo? Y yo podría responderte: ¿Quién se deja amar más que yo? Yo te lo demuestro. Te acaricio. Aseo tu imagen bellísima sin apenas molestarte. Te dejo en el cuenco más elegante el nutriente. Elijo la mejor calidad de los pescados que te agradan. Tienes el rincón más calentito de la casa par echar tus sueños profundos. Y nadie te pone objeciones a que elijas cualquier espacio para tus abundantes duermevelas. Y al desnudar mi cuerpo permito que lo contemples sin cortapisas, mientras tus ojos difusos y tibios apenas saben o demuestran apreciarlo. Yo te lo agradezco y también sé corresponderte. Me acurruco junto a ti cuando tu estado de ánimo es confuso. Salto y me pongo en guardia ante ruidos exteriores para prevenir tu seguridad.  Hago piruetas majestuosas ante tu mirada, no menos felina que la mía, cuando tu cuerpo crepita de cansancio. Escucho las palabras que emites al dejarte embargar por la melancolía o si te enfureces por algo. Vigilo tu adormecimiento de animal humano tras una jornada cansina o frustrante. Me sorprendo con las respiraciones agitadas que muestras en tantas ocasiones. Y me asusto un poco cuando te invade tal quietud que me hace pensar si no habrás desaparecido de este mundo. Yo además te entiendo. Debe ser que nuestras especies están hechas para aproximarse. Te dejo libre en tus períodos de celo. Dejo abierta la trampilla para que rondes a tus amores furtivos. Aunque a veces pienso que no volverás. Hay noches temerosas y, sin embargo, cuando casi he perdido la esperanza te encuentro de nuevo, exhausto y en ocasiones herido, a mis pies. ¿Puedo confesarte yo algo como gato sincero y fiel que soy? Si no permitieras mis escapadas buscaría la manera. ¿O ibas a pensar que solo los humanos tenéis necesidades y podéis recurrir a satisfacciones aventureras? ¿Te reprendo cuando de pronto te vas para encontrarte con el molinero o entregarte al hijo del samurái que no quiere seguir los pasos de su padre y prefiere ser eso que llamáis poeta? Y te diré más. Vuelves siempre echa unas trazas, que ni disimulas en mi presencia, acaso piensas que no me merezco una apariencia honorable de tu cuerpo soñado, solo porque soy gato. Y entonces llega lo peor, detecto tu otro olor, que no es el olor tuyo, que es la furia de un hombre pasajero que necesita a la mujer para sentirse más completo. Si ves que te rehúyo, no te sorprendas, uno tiene derecho también a sentir celos y odiar al otro que te posee. Ven aquí, tú eres el único, te lo repetiré mil veces. Ah, ahora me vienes con zalamerías, ¿no? Puestos a hablar de zalamerías, viejo amigo, creo que superas tú todo lo imaginario.
 



28 de marzo de 2021

La lectora de libros prohibidos

 

(Kitagawa Utamaro)


Me gusta encerrarme en mi habitación. Correr las puertas, echar las persianas, esperar a que en la casa reine el silencio. No es cuestión de rebajar mis nervios solamente. Ni de sentir que mi intimidad permanezca preservada por unas horas. Tampoco se trata de rarezas de las que me acusan en la familia, aunque esto último según se mire. En realidad tales motivos, ni verdaderos ni falsos del todo, ocultan a los ojos de los demás mi verdadera dedicación, que consiste en leer. 

Diréis: leer es algo admitido incluso para las mujeres. ¿Por qué ocultarse? Pero es que yo no leo cualquier cosa. Leo libros prohibidos. Y lo hago con avidez. Pero esta no crece solamente en el momento en que mi voz interior pronuncia cada frase o hila el argumento de lo que está escrito. Aumenta después, cuando tras cada relato me quedo paralizada, como si me ausentara de esta habitación, como si me evadiera de la vida. Si un cuento me lleva a escapar es porque me atraen más sus personajes que los de carne y hueso que me rodean. Puedo ir y vivir en lo que viven ellos allá adentro. Y puedo volver de ese viaje con relativa facilidad si me resulta peligroso o incomprensible. Aunque bien pensado, ¿no es más arriesgado lo que vivimos cada día? 

No entiendo del todo por qué han prohibido cierta clase de obras. O mejor dicho, no aceptaré jamás que sean condenadas o escondidas. Supongo que si las prohíben quienes tienen poder de decidir con la ley en la mano es porque los libros cuentan lo que no quieren que sea escuchado. Porque va contra sus ideas o sus intereses, que para el caso es lo mismo. ¡Malditos hipócritas! Vetan a los demás lo que no se privan a sí mismos. No esperéis que desvele cómo consigo las obras vedadas, debo guardar el secreto por la cuenta que me tiene. Pero revelaré algo. La lectura no acaba para mí ni cuando la caligrafía agota el pliego ni cuando yo me quedo abstraída sobre lo leído. No acaba nunca. La prolongo y echo mano de mi pulso o solamente de mis pensamientos imaginarios para continuar las historias. Sobre el papel o simplemente dentro de mi cabeza. Algunas de ellas las altero, otras las alimento, luego enrollo de nuevo el soporte y vuelvo a quedarme otra vez sumida en el silencio y en la umbría de mi cuarto. 

¿Solo escribes para ti?, dirá alguno. ¿Y para quién, si no? Aunque esté utilizando esta aparente forma de coloquio en realidad se queda aquí. Os hablo a vosotros como si estuvierais al otro lado de mi voz, si bien sé que no estáis, pero sois mi excusa, los testigos que me invento porque uno puede querer estar solo en el mundo pero necesita del mundo. Más si pretende expresarse o recibir otras expresiones. ¿Queréis saber qué libros prohibidos leo? Os lo contaría pero oigo ruidos en la casa. La luz del alba raya algunas zonas de la habitación. Mi vela ha terminado. Han caído varias horas que las he vivido de otra manera. Incluso haciendo estas confidencias que debéis guardarme con celo. Tal vez otro día os hable de lo que se dice en los libros prohibidos. 




20 de marzo de 2021

El aseo de Hanako

 

(Kitagawa Utamaro)



Lo mejor del aseo es que una puede escabullirse entre sus propios pensamientos, se le ocurre a Hanako. ¿Fue después de entregarse a Hiro cuando se dio cuenta de lo poco que significaba ya para ella? Su porte elegante y una cultivada musculatura, ¿bastan siquiera para mantener esos encuentros fugaces? Hanako no le da demasiadas vueltas. Tampoco su convencionalismo, si no torpeza, cuando me tiene me resulta soportable. Es un hombre hueco y no soporto más perder el tiempo con cerebros orondos. Lo aparente atrae, incluso seduce, pero solo las mujeres frágiles o desesperadas pueden cometer la locura de prolongar una relación que va a derivar en tedio y en sucesivas traiciones. Además, ¿quién me garantiza que la elegancia que exhibe no sea postiza, un simple recurso para vivir de las mujeres?

Hanako hace de su aseo diario una academia de reflexión. Los cuidados de una mujer, piensa, se han inventado no solo para mantener la imagen o asegurar la limpieza sino como posesión de un tiempo propio. Es en momentos como este, que hay que tomar con  toda la lentitud necesaria, a través de los cuales circulan las opciones y se proponen decisiones para los entresijos de la vida cotidiana. ¿Dónde podría valorar mejor los comportamientos de las amistades? ¿En qué otro espacio debo considerar las relaciones que mantengo con los hombres de mi vida? ¿No es en este apartado solitario en que me alejo de todos y detengo las actividades, donde puedo recapacitar sobre lo que quiero o no hacer?

Ha vuelto Hiro, le dicen desde el otro lado de la puerta. La mujer no rompe su serenidad. Decidle que estoy pero que no voy a estar, responde. Piensa: Si tiene luces lo entenderá, y si no lo capta no tendré inconveniente en hacérselo ver de otro modo. ¿A cuenta de qué tiene una que dar tantas explicaciones? Por nada del mundo dejaría que interrumpiese mi hora de aseo. O bien la higiene es siempre doble o, mejor dicho, única, que cubra la anatomía del cuerpo pero también la configuración recóndita de la mente, o no hay higiene que valga. Vuelve una voz a interrumpir sus devaneos lógicos. Hiro dice que no volverá si no lo recibes. La risa interior de Hanako está a punto de emerger volcánica, pero se contiene. Estoy en el mejor momento del día, decídselo, encarga con sosiego. Creo que voy a dedicarme a mí misma durante todas las horas que quedan de la jornada. ¿Quién puede procurarme los cuidados más acertados sino la propia mujer que llevo dentro?