Me gusta encerrarme en mi habitación. Correr las puertas, echar las persianas, esperar a que en la casa reine el silencio. No es cuestión de rebajar mis nervios solamente. Ni de sentir que mi intimidad permanezca preservada por unas horas. Tampoco se trata de rarezas de las que me acusan en la familia, aunque esto último según se mire. En realidad tales motivos, ni verdaderos ni falsos del todo, ocultan a los ojos de los demás mi verdadera dedicación, que consiste en leer.
Diréis: leer es algo admitido incluso para las mujeres. ¿Por qué ocultarse? Pero es que yo no leo cualquier cosa. Leo libros prohibidos. Y lo hago con avidez. Pero esta no crece solamente en el momento en que mi voz interior pronuncia cada frase o hila el argumento de lo que está escrito. Aumenta después, cuando tras cada relato me quedo paralizada, como si me ausentara de esta habitación, como si me evadiera de la vida. Si un cuento me lleva a escapar es porque me atraen más sus personajes que los de carne y hueso que me rodean. Puedo ir y vivir en lo que viven ellos allá adentro. Y puedo volver de ese viaje con relativa facilidad si me resulta peligroso o incomprensible. Aunque bien pensado, ¿no es más arriesgado lo que vivimos cada día?
No entiendo del todo por qué han prohibido cierta clase de obras. O mejor dicho, no aceptaré jamás que sean condenadas o escondidas. Supongo que si las prohíben quienes tienen poder de decidir con la ley en la mano es porque los libros cuentan lo que no quieren que sea escuchado. Porque va contra sus ideas o sus intereses, que para el caso es lo mismo. ¡Malditos hipócritas! Vetan a los demás lo que no se privan a sí mismos. No esperéis que desvele cómo consigo las obras vedadas, debo guardar el secreto por la cuenta que me tiene. Pero revelaré algo. La lectura no acaba para mí ni cuando la caligrafía agota el pliego ni cuando yo me quedo abstraída sobre lo leído. No acaba nunca. La prolongo y echo mano de mi pulso o solamente de mis pensamientos imaginarios para continuar las historias. Sobre el papel o simplemente dentro de mi cabeza. Algunas de ellas las altero, otras las alimento, luego enrollo de nuevo el soporte y vuelvo a quedarme otra vez sumida en el silencio y en la umbría de mi cuarto.
¿Solo escribes para ti?, dirá alguno. ¿Y para quién, si no? Aunque esté utilizando esta aparente forma de coloquio en realidad se queda aquí. Os hablo a vosotros como si estuvierais al otro lado de mi voz, si bien sé que no estáis, pero sois mi excusa, los testigos que me invento porque uno puede querer estar solo en el mundo pero necesita del mundo. Más si pretende expresarse o recibir otras expresiones. ¿Queréis saber qué libros prohibidos leo? Os lo contaría pero oigo ruidos en la casa. La luz del alba raya algunas zonas de la habitación. Mi vela ha terminado. Han caído varias horas que las he vivido de otra manera. Incluso haciendo estas confidencias que debéis guardarme con celo. Tal vez otro día os hable de lo que se dice en los libros prohibidos.
"Vetan a los demás lo que no se privan a sí mismos."
ResponderEliminarNunca se lo dijo más claro.
Saludos,
J.
Ya sabes lo extendida que está esa práctica en muchos ámbitos. Saludo, José A.
EliminarQue nada ni nadie interrumpa esas horas de felicidad. Son sagradas, forman parte del proceso interno uniéndose al externo, ambos inmateriales bajo el soporte de la expresión y recepción imaginativa.
ResponderEliminarEs también una hora de aseo, como la del post anterior. Pero esta vez de aseo totalmente mental. Voces interiores que oxigenan y devuelven la capacidad de respirar de la lectora.
EliminarEsos libros prohibidos no hacen más que acrecentar la curiosidad. La lectora sigue los textos, y eso es sensacional, dándonos una visión de esa tranquilidad con la que lee.
ResponderEliminarUn abrazo, y feliz día
La curiosidad no suele ser algo conveniente para un sistema caduco y represor, de ahí que leer sea...Pon tú el calificativo. Amable jornada, sí.
EliminarComo en pintura, esas "Poesías" de Tiziano que el Rey guardaba solo para él...
ResponderEliminarLa prohibición solo alimenta las ganas de transgredirla.
Mil besos.
Cuánto me gustaría verlas, creo que se exponen en El Prado. El rey Felipe II tendría sus buenos ingresos para permitirse encargar obras y guardárselas para su disfrute personal. ¿Establecería diálogos con los mitos?
EliminarProhibición ama a Transgresión. ¿O es a la inversa?
Están expuestas en el Prado hasta julio. Creo que es la segunda vez que se reúnen todas.
EliminarAl parecer, "dormía" la siesta en privado frente a ellas... ja, ja.
Mil besos.
Ay, la siesta. Pero me parece bien que se deleitase con la Belleza y sus consecuencias. Él no correría riesgos inquisitoriales.
EliminarProhibir siempre ha sido contraproducente, aumenta las ganas de transgredir y despierta una curiosidad que en ocasiones es más perverso, incluso, que aquello que se prohibe.
ResponderEliminarSalut
Si no hubiéramos transgredido en nuestros tiempos jóvenes creo que no entenderíamos muchas cosas hoy día. Por supuesto hay transgresiones y transgresiones. Los negacionistas y vivalavirgen que vemos que campan a pesar de la pandemia no tienen mis respetos.
EliminarEn épocas de represión, de censura, la lectura te salva... y más la prohibida... Gracias, buena semana
ResponderEliminarLo que sucede es que también lo leído puede exigir sus comprobaciones en la vida tangible. Pero algunos empezamos a la inversa, queriendo comprender el mundo en su cercanía (hasta cierto punto lo logramos) y más tarde descubrimos en algunos libros la verdad de la vida (con menos riesgo)
EliminarDestilas una prosa, precisa y preciosa. He leído el texto dos veces. Estaría encantado de conversar con tan cultivada señora.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro, pero no me pidas que te la presente, tendría que viajar al pasado y con esto de la pandemia el shogur de turno en Japón no me concederá licencia. Más adelante me lo vuelves a recordar.
EliminarQuienes escriben esas obras después prohibidas, parten de un gesto infinito de libertad que muchos jamás conocerán. Son privilegiados.
ResponderEliminarY les puede costar caro. También somos privilegiados quienes las buscamos, sobre todo si son de calidad.
EliminarJustamente por esto están prohibidos: " La lectura no acaba para mí ni cuando la caligrafía agota el pliego ni cuando yo me quedo abstraída sobre lo leído. No acaba nunca. La prolongo y echo mano de mi pulso o solamente de mis pensamientos imaginarios para continuar las historias." Porque ayudan a pensar, porque alimentan la imaginación y la curiosidad, porque el pensamiento crítico.
ResponderEliminarUn abrazo
Así es, y en el mejor sentido de las cosas, algo que los inquisidores no han aceptado jamás.
EliminarY los que las prohíben se las leyeron todas ¡qué descaro! ¿no es cierto?
ResponderEliminarPor supuesto, los censores las leían, pero muchos de ellos las leían mal, con prejuicios o con torpeza. Y los inteligentes sacaban su provecho intelectual. Yo he visto en una biblioteca importante libros desde el XVI y te sobrecoge la censura literal sobre las páginas impresas. Tachando frases, palabras, rompiendo páginas. Y muchas veces no concediendo la licencia para imprimir.
EliminarConmueve conocer a las almas viajeras. Una época, país o libro significa libertad.
ResponderEliminarUn placer visitarte
Y que sigan significando, que no haya nunca marcha atrás. Gusto de que sigas el blog.
EliminarA mi Eva lectora no hay libro prohibido que se le resista. De niña los robaba de la estantería para "mayores" de la biblioteca de su padre.
ResponderEliminarMe gusta este relato.
Un beso libre.
Pues tu curiosidad clandestina dice mucho a favor de ti. Me alegra tu retorno.
EliminarLa censura total o parcial está a la orden del día. Interesantísimo relato...
ResponderEliminarFelicitaciones
Un abrazo
Lo escrito por los hombres en la Historia se despliega entre dos trayectorias: la de los libros que han llegado a nuestros días y los libros desaparecidos, por destrucción interesada de otros hombres o por condena al olvido.
Eliminar