(Kitagawa Utamaro)
Necesito que me dejen sola. Que no haya ruidos ni murmullos. Estos me inquietan más que las voces. A la voz templada la escuchas y decides si estás de acuerdo o no con lo que dice. Los murmullos encubren algún tipo de conspiración. ¿Qué estarán diciendo de los míos o de mí misma?, es lo primero que pienso. Tras los murmullos suele haber murmuraciones. Cuántas veces han creído que yo no estaba presente y he oído murmurar sobre mí. Cuántas. Pero me da lo mismo.
Esta hora de la mañana, sin asear, con los cabellos casi pegados al futón todavía, apenas cubierta por una bata porque el frescor es hiriente para mi piel, es el mejor momento para escribir. ¿Qué escribo? Ocurrencias, como aquel monje de hace siglos tan clarividente como sencillo en sus diarios. Pero yo no he elegido los caminos de meditación que escogió él. Aunque bien se empapó de vida cotidiana, que supo reconducirla. Vivir y meditar no tienen por qué estar reñidos. Sabía de la vida pero hacía otra vida dentro de ella. Tal vez yo me parezca en algo a él. Si alguien me oyera me llamaría pretenciosa o necia. Mis escritos se pretenden más mundanos que los suyos. Pero eso sí, íntimos. Si experimento lo mundano, me dije hace tiempo, no tiene por qué quedar a disposición de los ojos que me ven mal o de los oídos que escuchan versiones sobre mí o de los deseos de torpes libidinosos que no ofrecen a cambio interés alguno. Así que atesoro mis experiencias de vida construyendo una habitación mental, imaginaria, para mí sola.
Esa habitación es mi diario. Si esta confidencia la escuchara alguien seguro que le entrarían unas ganas enormes de saber qué cuenta mi diario. Simplemente porque se dicen tantas cosas frívolas de mí. Ah, pero un diario es confidencial. Que nadie se esfuerce en buscarlo por la casa cuando yo no esté en ella. Si alguien registrase armarios hallará algunos libros de autores ajenos, y luego muchas pliegos en blanco. Tal vez entonces se pongan furibundos, llegando a pensar: lo llevará consigo allá donde vaya. Pues sí. Soy celosa de mi intimidad pero práctica. Un diario estorba cuando una sale cada día al mundo. Un diario, como un amante sincero, espera en tensión, pero preservándose. Un diario es un vigía que tiene su santo y seña y solo se deja acceder para quien conoce la consigna. Un diario sabe preservarse recóndito y solo dispuesto al reclamo de la propia autora.
Siempre escribo a esta hora temprana. Cuando los pensamientos se debaten entre el eco de los sueños y los quehaceres que se presentan cara al día. Los sueños permiten comparar con las posibilidades reales y no hay que desdeñarlos nunca. Suelen ser sugerentes para distinguir entre la vaciedad de una vida y el sentido de ser protagonistas de ella. Por supuesto que mis pretensiones no pueden ser como las de aquel monje, que había acumulado una experiencia rica, mientras a mí me falta aún mucho camino. Suponiendo que me decida algún día a dejar llevar mis pies por el mundo. Tampoco la técnica que utilizo es la misma que la de él. Dicen que sus pequeños relatos los escribía en papeles que iba pegando en la pared, que así los tenía a la vista y se permitía refrescar la memoria y reconsiderar no solo lo relatado sino sus reflexiones acerca de lo relatado. Cosa de bonzos que se retiran del mundo tras haber subido y bajado a palacios y covachas.
Pero su método sí que es ejemplar para mí. Poder extraer deducciones de lo que una ve y sobre todo observa es mi aspiración, no solo como parte del aprendizaje sino como norma de conducta que pueda transmitir a otras personas. Pero qué digo. Apenas he vivido y ya pretendo decir a los demás cómo vivir. Es una tentación pero también me parece un horror. Que cada cual descubra su camino y sus tropiezos. Me conformo de momento con que mis diarios reflejen mis errores, más fáciles de percibir a corto plazo que los aciertos. Sobre los aciertos de una pocos hay que los reconozcan. En cambio cuán dada es la gente a señalar tus defectos o simplemente las limitaciones. Es lo fácil de hacer, meterse impunemente en la vida de los demás. Sin embargo, hay que contar con ello, pues tratar de ser una mujer libre no resulta fácil. ¿Que opinan que soy una libertina? Sin duda es envidia. ¿Que me acusan de destrozar familias? Que yo sepa con mi amistad no rompo nada, pero eso evidencia la resignación que cunde entre quienes no saben vivir sino subyugados. ¿Que hasta los más próximos se compadecen de mí porque comentan que pienso demasiado y eso deshace los sesos? Me río, porque veo mucho irresponsable por ahí que no emplea un mínimo de su tiempo en utilizar la mente.
Todos estos pensamientos que apunto hoy, acariciada por el frescor del travieso viento kokaze, que sigue el curso del río, son como mis abluciones. Una manera de despertar mis sentidos, de enderezar mi mirada, de aceptar el transcurso de un día más por el que me siento agradecida.