"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



15 de junio de 2018

La pesadilla



(Evgeniy Shaman)



Mientras estaba ausente de este mundo pero sin hallarse todavía en el que no le tocaba estar el paciente permaneció sumido en una pesadilla. Soñó que una niña le sacaba el corazón limpiamente a través de su pecho, que lo mecía entre sus pequeñas manos y escuchaba los movimientos de aquel órgano escurridizo; el corazón seguía sonando y él seguía viviendo, y a la niña le parecía un juego entretenido; y entonces le preguntaba a aquel cuerpo abandonado ¿puedo sacar más cosas?; decía así, cosas, porque la niña no sabía nombrar aún ni lo que veía desde fuera ni menos aún lo que él tenía dentro, y el hombre le respondió: haz lo que quieras, yo no siento nada, y ella arremetió entonces con los órganos que bullían entre las costillas y las fue poniendo junto a los costados del hombre, y mientras le hablaba, le decía, por ejemplo, cuántas cosas tiernas tienes dentro, voy a volver a ponértelas. 

Al paciente le parecía divertido que la niña jugara con sus vísceras y le gustaba verse convertido en un puzzle, sin importarle si la niña acertaría a colocarle de nuevo cada pieza en el lugar del que provenía. La niña lo intentaba, insistiendo una y otra vez en dejarlo todo como estaba, pero o los espacios se habían reducido o a ella le sobraban fichas de aquel rompecabezas viscoso, desigual, complicado. 

En medio del sueño de la anestesia el paciente farfulló con lenguaje trabado, que nadie prestó atención. No imaginaba desde su profundo vuelo de éter que varias manos sorteaban de modo aleatorio sus vísceras, que eran revueltas sin aparente orden y con escasa delicadeza, y que las mismas manos las distribuían sobre su torso y más abajo aún, rasgando su abdomen, jugaban a situarlas en los diferentes espacios de donde habían procedido. El hombre, en su estado alejado, soñaba y, rendido pero curioso, quería hablar. No sé mucho de mi propio cuerpo, creía confesar avergonzado, salvo cuando he tenido dolor o me he dado placer, pero ¿servirá para algo esta alteración de mis órganos, quedaré como estaba, sentiré que no siento?

Como no podía obtener respuesta y los cirujanos proseguían su labor, admitió su impotencia y sólo acertó a pensar que decía: hagan lo que sea, pero déjenme bien, como al principio del principio, como si aún ni yo ni mi cuerpo hubiéramos crecido. Entonces le pareció que la mujer niña que habitaba en esos momentos sus sueños, que hurgaba en lo más profundo de sus cavidades, hablaba impositiva pero transparente. Te voy a dejar mejor que estabas, no te importe si tu cuerpo tiene otra orientación y si sus funciones se alteran un poco porque mejorará tu calidad vital. Volverás a nacer aunque nazcas con otra imagen. Entonces él, ante aquella calificación mágica que le sonaba a calidad de cuerpo, a la que estaba acostumbrado en la vida común, ya no temió. Y no hubiera tenido más temor si en el sueño no acertara por un momento a ver otro rostro y otro cuerpo de sí mismo. No puede ser, pensó mientras varios médicos tomaban con firmeza su cabeza, la ajustaban al tronco, cosían en vertical su abdomen, alineaban sus brazos y sus piernas formando el hombre total que yacía. No puede ser, se repitió asombrado, en un estado de confusa felicidad, que la niña haya acertado a poner en su sitio cada uno de mis órganos.

Las sombras blancas se alejaron de la mesa. La más rezagada de ellas recubrió con una sábana el cuerpo del hombre. La niña se iba difuminando presurosa pero divertida en sus sueños.