"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



16 de junio de 2021

El amo esclavo (de la sirvienta)

 

(Kitagawa Utamaro)


Si sus hijas supiesen que él, el padre, el amo, el propietario, la autoridad, mi esclavo, sugiere que muchas tardes en que nos recibimos el uno al otro me vista de geisha, estallarían en mil iras. ¿Por la actitud del progenitor? Más bien por la mía. Seguro que a él le permitirían transigir con todo, pobrecito viudo que con los recursos que tiene puede permitirse caprichos, pensarían. En cuanto a mí, la sirvienta cumplidora con las tareas de toda la familia, qué puedo decir. ¿Que soy una viciosa? ¿Que quiero pertenecer con pleno derecho a la familia? ¿Que me aprovecho del hombre para elevarme sobre mi condición?

No busco obtener beneficio alguno de mis entregas cariñosas. Sé que de saberse fuera de nuestro recóndito cubil la gente opinaría lo contrario. Es muy simple. A mí me gusta satisfacerle y me enternece verlo sometido con esa franqueza varonil que no le obliga sino a ser el animal puro y llano que lleva dentro. La complicidad de extraer lo más íntimo de nosotros mismos nos reclama. El amo, acostumbrado a anteriores posesiones ardorosas que no le habrían distinguido nunca de un perro, encuentra en mí un camino diferente hacia el placer. 

Por supuesto que no tengo inconveniente en vestirme como él desee si me lo pide, porque así fecunda sus fantasías. Y yo, naturalmente, enriquezco las mías. Pero sabe que me sobran los adornos, el kimono, el peinado, y ante él, o mejor dicho, sobre él, soy la poseedora de su ejercicio y la propietaria de su deseo durante las horas en que nos solazamos. ¿Que le gusta tomarme vestida? Se lo concedo. ¿Que le agrada que le lleve a fantasear como si él fuese yo y viceversa? Entro en el juego. ¿Que me pide que le convierta en cien animales feroces? Transgredo lo solicitado, porque la transgresión pactada es también compartida y respetuosa. ¿Que dice que me quiere como la espuma del oleaje? Sumérgete en mi desnudez total, le respondo. 

Conmigo mi amo pierde todo su dominio exterior, ese que le hace ser temido y respetado, y obedece a mis mandatos. A mi lado el carácter adusto lo pierde. Sus gestos autoritarios habituales, que nadie se atreve a ignorar, los deja fuera del futón. Es otro hombre frente a mí. O, mejor dicho, es un hombre desprovisto de máscaras. Un ínfimo individuo al que le gusta ser premiado o castigado con los juegos que le propongo. Es el hombre de cuerpo aún robusto pero también el poeta de las palabras inesperadas. Tu mejor seda es la piel que luces, me dice con naturalidad. El peinado más ceremonioso que me ofreces es desarbolar tu cabellera zaína, es otra de sus expresiones. El color de tus mejillas es la ausencia de color. Tus ojos me detienen, tu boca me exige, tus brazos y tus piernas reptan y me engullen. Escuchar la oratoria de su magma me abduce y entro en un abandono que antes no había conocido. Yo, que creía que me las sabía todas.

A veces me gustaría que todo el mundo supiera ese esfuerzo constante suyo en aderezar sus rituales con las palabras. ¿Dónde ha aprendido el hombre rudo a amar con verbosidad exquisita si no es a mi lado y a través de lo que le sugiero? Dice que conmigo cuanto sale de su cuerpo es manifestación de amor. ¿Podría negárselo? Dice que el tesoro hay que tenerlo siempre protegido para impedir que nadie lo robe. Dice que los límites de la vida y de la muerte se borran al trascender nuestros cuerpos. Dice que el dolor es un relato testimonial del pasado y que, por lo tanto, hay que seguir conjurándolo entre ambos. Es inagotable la transformación de este hombre a mi lado. Verdad es que a veces me entra la risa por las cosas que se le ocurren, pero sé que las siente, y me contengo. Porque nada hay absurdo en el amor, si es imaginado y, sobre todo, sentido. No era un hombre propicio a conceder gratuitamente palabras, y asimismo hoy no lo sigue siendo en sus negocios o cuando marca territorios de poder. Entonces, ¿no es una maravilla que solamente a mí me las ofrezca tan dadivosamente? Ignoro si otras mujeres le habrán enseñado cuanto le enseño yo, y me da lo mismo, pero sospecho que o no lo han hecho o él ha sido un aprendiz deficiente y torpe. ¿No tengo suficientes razones para mantener sometido a quien a su vez me somete en las circunstancias más lujuriosas?