"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



25 de mayo de 2017

Revelaciones del viejo fotógrafo


(Eikoh Hosoe)


La diferencia entre la largura de los dedos de Ito y los de Tatsuaki es mínima. También se asemejan en la delgadez. Puestos en paralelo no se distingue en ellos tamaño ni peso. No así su conservación, tersos y rectilíneos los de la chica, arrugados y ligeramente corvos los del anciano. Pero cuando se tocan no hay división en las sensaciones. O bien si en la primera percepción les choca un poco su roce tienden a compensar la diferente textura. Por distintos motivos el hombre y la mujer agradecen el tacto enfrentado y obtienen el punto placentero que cada uno desea percibir del otro. Shintaro Tatsuaki retiene en su cuerpo a través de las yemas de la chica el lenguaje iniciático de los sentidos, que creía olvidado. En Ito Kabane la dulce herida del placer tiene lugar cuando él deja caer lentamente sus manos ásperas sobre cualquier espacio de su piel. Una experiencia que la estremece pero a la que se entrega sin dudar. Siempre quise amar un cuerpo rijoso y abrupto como el tuyo, dice la joven abiertamente. Y yo no dejar de gozar un cuerpo volátil y lúbrico como el que me ofreces, dice el viejo en un juego de contrapartidas que les aboca a ir más allá.

Tiempo de revelaciones mientras brindan con sake. Ella, cruzando las piernas sobre el tatami, ágil, esbelta, se deja servir. Nunca tan acogida como estando contigo, le dice al viejo. Nunca tan libre para explorar las distancias que el tiempo sitúa a los cuerpos, dice. No hay más sentido del brindis que el instante, dice el fotógrafo, arrodillado frente a la joven. Como el clic certero de una cámara, cuya extensión reside en la calidad de la toma, en que ese clic firme haya respondido al ojo que uno pone en el paisaje o en un rostro. Y dura para siempre. Yo ahora brindo para que estas horas duren incluso cuando las horas no existan, apostilla Tatsuaki. Pueden durar más que el instante, responde la mujer, porque nuestra pulsación ha sido certera. Tu sueño, Tatsuaki, recogía imágenes antiguas y probablemente mucho más sabias que las que yo puedo tener. Estoy segura de que tus sueños de esta noche se nutrían de tu propio oficio, de las hermosas fotografías que nuestros abuelos realizaban y a veces coloreaban. O de la literatura de la que te habrás empapado, algo en la que yo soy una neófita. Todo aquello andará perdido en tu subconsciente. Yo soy la actualidad tangible pero tus sueños aún no me reconocen porque todavía me posees y estoy cerca. Tatsuaki se conmovió al escucharla. Es tan segura cada afirmación de la chica, pensó. Sí, dijo con voz melancólica, los sueños vienen para compensar las carencias y para sustituir las pérdidas. Se sintió atrapado en el diálogo. Ito, lo que haya leído o visto o simplemente escuchado de viva voz, sumado a los vaivenes que nuestra sociedad ha sufrido en el siglo pasado, y aunque no todo lo hayas vivido en persona, juega malas pasadas. Quieres entender el mundo por medio de todo ello, pero los sueños no interpretan el mundo, lo transforman. Lo normal es que, como otras veces me ha pasado, uno sueñe con obreras o conductoras de tranvías o estudiantes o incluso con las enfermeras de aquella guerra que nos tocó casi al final a los de mi generación. Me cansé de fotografiar todo tipo de personajes de la vida ordinaria, pero la vida natural, la excepción que se ha apoderado de mí desde que te conozco ha buscado otros interlocutores oníricos. No me reprendas por ello. Soñar no es un acto voluntario. Llevarte a los sueños, aunque estés aquí, es una consagración.

Volvieron a alzar la taza y a rozar sus dedos mientras ejecutaban el ritual. Entonces, la joven preguntó. Me gustaría saber cómo amaba en tu sueño cada una de las mujeres que dices que tenían mi rostro. ¿Era la geisha la más sabia y aplicada? ¿O acaso la noble señora, alejada del guerrero, multiplicando sus fantasías de manera exquisita? ¿Pudo ser la joven campesina, que aparentaba recato y sumisión, la que más te complacía con su inocencia, tras la que ocultaba un larvado deseo? Al anciano fotógrafo le brillaron los ojos. Este es el instante que siempre recordaremos, dijo. Sí, respondió la modelo, el clic que nos hará permanecer. Pero no me has respondido, añadió.





15 de mayo de 2017

Presencias reales


(Nobuyoshi Araki)


El anciano fotógrafo despierta del breve letargo al que le ha conducido su fatiga y dice a la joven: creo que he tenido un sueño en que recorría tu cuerpo palmo a palmo y no atisbaba rastro alguno de tatuajes. ¿Y qué más aparecía en tu sueño?, pregunta Ito Kabane. Aparecías tú en distintos tiempos, vistiendo con prendas que unas veces eran antiguas y otras actuales, maquillada o a piel limpia. Tan pronto sugerente como reacia a mis solicitudes. Tus comportamientos parecían semejantes pero no lo eran, responde el viejo. Ella insiste. ¿No se trataría acaso de otras mujeres? Tatsuaki habla despacio, como si se esforzara por no dejar escapar el sueño. No, dice. Eras tú, sólo tú. Pero habitabas personalidades contradictorias. Cada una de ellas intentaba llevarme para sí desprendiéndose de las otras. Te mostrabas como la noble esposa de un sogún, que traicionaba a su marido enviado por el emperador a una guerra lejana. En otra ocasión eras una geisha sensible y delicada, educada en la corte antigua de Edo, que rompía la disciplina y la educación de una geisha para encontrarse a escondidas conmigo. Y cuando estaba a punto de disfrutar de su entregada habilidad desaparecía la mujer de compañía y tu rostro, sin haberse ajado lo más mínimo, se ofrecía como una aldeana juguetona y sonriente que abandonaba sus tareas campestres y me conducía a la orilla de un arroyo. Lo misterioso es que ninguna de aquellas mujeres, que eran la misma, llevaba tatuaje alguno en sus cuerpos. La joven se sintió halagada por el relato fantasioso del viejo. Luego le objetó. Pero son personajes que en la vida real debieron tener caras y actitudes muy distintas debido a sus roles, que vestirían con prendas que no se parecerían en absoluto, y seguramente sus modales no tendrían nada que ver entre sí. Seguro que ninguna de ellas era yo, volvió a la carga. Creo, más bien, que antiguas amantes han aparecido en tus sueños, sin duda llegadas para disputar por celos mi presencia, dijo con abierta picardía. Tatsuaki rió. No me veo tan viejo como para haber vivido en tiempos de los sogunes o de las geishas, y mi infancia campesina queda ya muy lejana. No te equivoques. Aunque fuera mi sueño yo sé que se basaba en lo vivido esta noche aquí contigo. ¿Acaso has descubierto tantas personalidades dentro de mí?, sugirió la joven. ¿O has jugado a inventarlas y a recrearte en ellas? El fotógrafo, saliendo de su lasitud, respondió apartando de golpe la sábana que cubría a la mujer. ¿Ves cómo no tienes ningún tatuaje?, dijo mientras admiraba la desnudez insólita, irrepetible, de Ito. Como las mujeres del sueño.



4 de mayo de 2017

Prolongada desnudez



(Nobuyoshi Araki)



Volver a ser tu propio cuerpo, cansado y lacio, es triste, dijo Shintaro Tatsuaki con voz apagada. ¿Tanto has sentido el mío?, replicó audaz Ito Kabane, interpretando aquella brizna de angustia del hombre. Tatsuaki necesitaba mantener el calor de la ternura en la que habían estado envueltos. He sentido el tuyo y he recuperado el que una vez tuve, afirmó. Los humanos estamos condenados a la soledad y la mayor y más grave forma que adopta es el deterioro corporal, evidentemente, pero así mismo la incomunicación y la pérdida de ilusiones. Uno está solo de verdad cuando no puede responder con vigor natural a nada y a nadie, cuando va siendo más incrédulo y, sobre todo, cuando no se soporta a sí mismo. Algunos soslayan la degradación que poco a poco les mengua frecuentando relaciones sociales con reprimida desgana, intentando que ciertas actividades cotidianas de trabajo o de entretenimiento les hagan creer que aún están enteros. A nadie se nos oculta que cada vez perdemos más ritmo y que vamos echando por la borda proyectos que nos habían mantenido y que ahora se nos ofrecen con escaso si no insuficiente interés. El anciano hizo un alto mientras la joven le contemplaba absorta, pendiente de sus palabras, que ella consideraba una revelación, también sabiduría. Hay facetas de nuestra vida especialmente complicadas y críticas, siguió el fotógrafo. Es verdad que los hombres nos resistimos, incluso mantenemos contactos esporádicos, no importa de qué manera, con mujeres porque necesitamos demostrarnos lo que ya no somos. Estamos y no estamos con ellas, porque lo que realmente nos interesa es saber que en nosotros aún late algo. ¿Quieres decir que hay mucho de engaño a medida que avanza la edad?, le interrumpe la joven. Yo te he sentido auténtico, increíblemente vigoroso. Hasta espontáneamente tierno, como si no hubiera merma en tu generosidad de dar y en tu capacidad de recibir, insistió Ito con pregonada sinceridad. Al anciano le agradó aquel reconocimiento de una mujer a la que multiplicaba en edad. Pero necesitaba expansionarse. Siempre hay engaño a lo largo de la vida, unas veces malévolo, otras necesario y bienintencionado. Lo considero un ingrediente fundamental de uno mismo, a veces más estimulante que otros. La verdad aísla. Si hubiera siempre verdad en las cosas pereceríamos antes. Ito Kabane miró con perplejidad al anciano pero le premió con una sonrisa. No voy a dejar que te alejes, le dijo. Aunque yo viaje siempre estaré muy cerca, le confesó al hombre. Tatsuaki sujetó la cabeza de la chica, introdujo sus dedos entre los cabellos húmedos de sudor, habló a sus ojos y miró su boca. Le habló pausadamente, con voz melancólica. Nunca como ahora había tenido tanto miedo a la ausencia, Ito. Nunca me habían dado tanto pavor las palabras entusiastas ni tanto espanto las promesas que tal vez difícilmente se puedan cumplir como las que escucho de ti. Haz lo que debas y quieras hacer, le dijo, casi le exigió. No estaría bien que yo te pidiera que volvieras, si bien debo reconocer que durante este tiempo en que nos hemos amado me has hecho ser el que una vez fui. Y no he querido ser otro, ni para nadie más.

Duró el silencio entre la joven y el anciano. Se agotaron las palabras, pero fructificaron las miradas, se activaron los tactos, crecieron las ansiedades. Acercaron otra vez el calor de sus carnes. Aquella desnudez compartida les reclamó de nuevo. Como si ambos pensaran: no puede, no debe haber un después.