"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



5 de febrero de 2022

Mi gato ingrato y una más

 

(Kitagawa Utamaro)


Cada vez que me visto para asistir a una celebración me peleo con mi gato. Su fijación por arroparse en mis sedas no tienen nombre. Me vas a rasgar la tela, le digo enérgica. Me vas a dejar desnudo, dice él con segundas. Y es que ambos dialogamos desde nuestros silencios y nos acogemos en nuestras desdichas. Eres una cortesana ingrata conmigo, refunfuña. ¿Y si no vuelves? Siempre he vuelto, trato de aplacar su congoja. Y si me pasara algo cuidarían de ti mis hermanas o las sirvientas. Entonces mi felino saca sus uñas y tira con violencia el pareo que yo estoy tratando de colocar. 

Mi gato y yo somos cómplices pero no carne de nuestra carne. Nos reconocemos en lo que nos aportamos pero diferimos en identidades. Colaborar no es hacer lo que le da la gana a uno sobre lo que quiere el otro, ¿te das cuenta?, le digo. Él maúlla y nunca sé si está de acuerdo o si se enfada. No le gusta ser más explícito porque no es tonto. Si digo algo lo puedes utilizar contra mí, me espetó un día.

También conozco sus zalamerías y no me dejo impresionar. Se parece tanto entonces a los hombres que intentan cortejarme. Más bien prefiero que sea marrullero, que haga trastadas. Cuando espera que le eche una bronca no hago nada y él se enerva más. Sea por celos o porque no cedo a sus deseos se muestra arrogante y virulento. Hay ocasiones en que me dan ganas de zarandearlo y echarlo de casa. El otro día le pillé conduciendo a una de mis hermanas hasta la almohada en la que guardo intimidades. ¿Qué hacéis hurgando en mi almohada?, les grité furiosa. ¿No sabéis que el lugar sobre el que reposa por la noche mi cabeza es también mi propia cabeza? Tanto mi hermana como mi gato se quedaron temblando. 

¿Qué pensáis encontrar ahí dentro?, y me mostré más enfurecida, si bien era puro teatro. Como actriz del kabuki no habría tenido precio y habría hecho sentir a los espectadores con más intensidad que los comediantes de paso. Mi hermana tartamudeó y el minino fue a esconderse en uno de los pliegues del futón. La ocasión era magnífica para llamar a ambos al orden. Continué con mi perorata. ¿Creéis que vais a encontrar ahí mis pensamientos?, y me dirigí con mirada dura a la chica. Y tú, gato retorcido,¿presumes siempre de tanta confianza conmigo y me traicionas como hacen a veces los criados de los samuráis, que se venden por la diezmillonésima parte de un koban?

Me reí tanto para mis adentros haciéndoselo pasar mal a los dos que casi sentí pena. Pero no podía permitir que espiaran lo que escribo o los recuerdos que guardo. Sé que mi hermana buscaba con afán desde hace tiempo mi diario. Pero, ah, el diario está a salvo en otra parte. Y ni mi gato es tan listo como para descubrirlo.



8 de diciembre de 2021

La despeinada y su diario

 

(Kitagawa Utamaro)

Necesito que me dejen sola. Que no haya ruidos ni murmullos. Estos me inquietan más que las voces. A la voz templada la escuchas y decides si estás de acuerdo o no con lo que dice. Los murmullos encubren algún tipo de conspiración. ¿Qué estarán diciendo de los míos o de mí misma?, es lo primero que pienso. Tras los murmullos suele haber murmuraciones. Cuántas veces han creído que yo no estaba presente y he oído murmurar sobre mí. Cuántas. Pero me da lo mismo. 

Esta hora de la mañana, sin asear, con los cabellos casi pegados al futón todavía, apenas cubierta por una bata porque el frescor es hiriente para mi piel, es el mejor momento para escribir. ¿Qué escribo? Ocurrencias, como aquel monje de hace siglos tan clarividente como sencillo en sus diarios. Pero yo no he elegido los caminos de meditación que escogió él. Aunque bien se empapó de vida cotidiana, que supo reconducirla. Vivir y meditar no tienen por qué estar reñidos. Sabía de la vida pero hacía otra vida dentro de ella. Tal vez yo me parezca en algo a él. Si alguien me oyera me llamaría pretenciosa o necia. Mis escritos se pretenden más mundanos que los suyos. Pero eso sí, íntimos. Si experimento lo mundano, me dije hace tiempo, no tiene por qué quedar a disposición de los ojos que me ven mal o de los oídos que escuchan versiones sobre mí o de los deseos de torpes libidinosos que no ofrecen a cambio interés alguno. Así que atesoro mis experiencias de vida construyendo una habitación mental, imaginaria, para mí sola. 

Esa habitación es mi diario. Si esta confidencia la escuchara alguien seguro que le entrarían unas ganas enormes de saber qué cuenta mi diario. Simplemente porque se dicen tantas cosas frívolas de mí. Ah, pero un diario es confidencial. Que nadie se esfuerce en buscarlo por la casa cuando yo no esté en ella. Si alguien registrase armarios hallará algunos libros de autores ajenos, y luego muchas pliegos en blanco. Tal vez entonces se pongan furibundos, llegando a pensar: lo llevará consigo allá donde vaya. Pues sí. Soy celosa de mi intimidad pero práctica. Un diario estorba cuando una sale cada día al mundo. Un diario, como un amante sincero, espera en tensión, pero preservándose. Un diario es un vigía que tiene su santo y seña y solo se deja acceder para quien conoce la consigna. Un diario sabe preservarse recóndito y solo dispuesto al reclamo de la propia autora.

Siempre escribo a esta hora temprana. Cuando los pensamientos se debaten entre el eco de los sueños y los quehaceres que se presentan cara al día. Los sueños permiten comparar con las posibilidades reales y no hay que desdeñarlos nunca. Suelen ser sugerentes para distinguir entre la vaciedad de una vida y el sentido de ser protagonistas de ella. Por supuesto que mis pretensiones no pueden ser como las de aquel monje, que había acumulado una experiencia rica, mientras a mí me falta aún mucho camino. Suponiendo que me decida algún día a dejar llevar mis pies por el mundo. Tampoco la técnica que utilizo es la misma que la de él. Dicen que sus pequeños relatos los escribía en papeles que iba pegando en la pared, que así los tenía a la vista y se permitía refrescar la memoria y reconsiderar no solo lo relatado sino sus reflexiones acerca de lo relatado. Cosa de bonzos que se retiran del mundo tras haber subido y bajado a palacios y covachas. 

Pero su método sí que es ejemplar para mí. Poder extraer deducciones de lo que una ve y sobre todo observa es mi aspiración, no solo como parte del aprendizaje sino como norma de conducta que pueda transmitir a otras personas. Pero qué digo. Apenas he vivido y ya pretendo decir a los demás cómo vivir. Es una tentación pero también me parece un horror. Que cada cual descubra su camino y sus tropiezos. Me conformo de momento con que mis diarios reflejen mis errores, más fáciles de percibir a corto plazo que los aciertos. Sobre los aciertos de una pocos hay que los reconozcan. En cambio cuán dada es la gente a señalar tus defectos o simplemente las limitaciones. Es lo fácil de hacer, meterse impunemente en la vida de los demás. Sin embargo, hay que contar con ello, pues tratar de ser una mujer libre no resulta fácil. ¿Que opinan que soy una libertina? Sin duda es envidia. ¿Que me acusan de destrozar familias? Que yo sepa con mi amistad no rompo nada, pero eso evidencia la resignación que cunde entre quienes no saben vivir sino subyugados. ¿Que hasta los más próximos se compadecen de mí porque comentan que pienso demasiado y eso deshace los sesos? Me río, porque veo mucho irresponsable por ahí que no emplea un mínimo de su tiempo en utilizar la mente.  

Todos estos pensamientos que apunto hoy, acariciada por el frescor del travieso viento kokaze, que sigue el curso del río, son como mis abluciones. Una manera de despertar mis sentidos, de enderezar mi mirada, de aceptar el transcurso de un día más por el que me siento agradecida.





16 de junio de 2021

El amo esclavo (de la sirvienta)

 

(Kitagawa Utamaro)


Si sus hijas supiesen que él, el padre, el amo, el propietario, la autoridad, mi esclavo, sugiere que muchas tardes en que nos recibimos el uno al otro me vista de geisha, estallarían en mil iras. ¿Por la actitud del progenitor? Más bien por la mía. Seguro que a él le permitirían transigir con todo, pobrecito viudo que con los recursos que tiene puede permitirse caprichos, pensarían. En cuanto a mí, la sirvienta cumplidora con las tareas de toda la familia, qué puedo decir. ¿Que soy una viciosa? ¿Que quiero pertenecer con pleno derecho a la familia? ¿Que me aprovecho del hombre para elevarme sobre mi condición?

No busco obtener beneficio alguno de mis entregas cariñosas. Sé que de saberse fuera de nuestro recóndito cubil la gente opinaría lo contrario. Es muy simple. A mí me gusta satisfacerle y me enternece verlo sometido con esa franqueza varonil que no le obliga sino a ser el animal puro y llano que lleva dentro. La complicidad de extraer lo más íntimo de nosotros mismos nos reclama. El amo, acostumbrado a anteriores posesiones ardorosas que no le habrían distinguido nunca de un perro, encuentra en mí un camino diferente hacia el placer. 

Por supuesto que no tengo inconveniente en vestirme como él desee si me lo pide, porque así fecunda sus fantasías. Y yo, naturalmente, enriquezco las mías. Pero sabe que me sobran los adornos, el kimono, el peinado, y ante él, o mejor dicho, sobre él, soy la poseedora de su ejercicio y la propietaria de su deseo durante las horas en que nos solazamos. ¿Que le gusta tomarme vestida? Se lo concedo. ¿Que le agrada que le lleve a fantasear como si él fuese yo y viceversa? Entro en el juego. ¿Que me pide que le convierta en cien animales feroces? Transgredo lo solicitado, porque la transgresión pactada es también compartida y respetuosa. ¿Que dice que me quiere como la espuma del oleaje? Sumérgete en mi desnudez total, le respondo. 

Conmigo mi amo pierde todo su dominio exterior, ese que le hace ser temido y respetado, y obedece a mis mandatos. A mi lado el carácter adusto lo pierde. Sus gestos autoritarios habituales, que nadie se atreve a ignorar, los deja fuera del futón. Es otro hombre frente a mí. O, mejor dicho, es un hombre desprovisto de máscaras. Un ínfimo individuo al que le gusta ser premiado o castigado con los juegos que le propongo. Es el hombre de cuerpo aún robusto pero también el poeta de las palabras inesperadas. Tu mejor seda es la piel que luces, me dice con naturalidad. El peinado más ceremonioso que me ofreces es desarbolar tu cabellera zaína, es otra de sus expresiones. El color de tus mejillas es la ausencia de color. Tus ojos me detienen, tu boca me exige, tus brazos y tus piernas reptan y me engullen. Escuchar la oratoria de su magma me abduce y entro en un abandono que antes no había conocido. Yo, que creía que me las sabía todas.

A veces me gustaría que todo el mundo supiera ese esfuerzo constante suyo en aderezar sus rituales con las palabras. ¿Dónde ha aprendido el hombre rudo a amar con verbosidad exquisita si no es a mi lado y a través de lo que le sugiero? Dice que conmigo cuanto sale de su cuerpo es manifestación de amor. ¿Podría negárselo? Dice que el tesoro hay que tenerlo siempre protegido para impedir que nadie lo robe. Dice que los límites de la vida y de la muerte se borran al trascender nuestros cuerpos. Dice que el dolor es un relato testimonial del pasado y que, por lo tanto, hay que seguir conjurándolo entre ambos. Es inagotable la transformación de este hombre a mi lado. Verdad es que a veces me entra la risa por las cosas que se le ocurren, pero sé que las siente, y me contengo. Porque nada hay absurdo en el amor, si es imaginado y, sobre todo, sentido. No era un hombre propicio a conceder gratuitamente palabras, y asimismo hoy no lo sigue siendo en sus negocios o cuando marca territorios de poder. Entonces, ¿no es una maravilla que solamente a mí me las ofrezca tan dadivosamente? Ignoro si otras mujeres le habrán enseñado cuanto le enseño yo, y me da lo mismo, pero sospecho que o no lo han hecho o él ha sido un aprendiz deficiente y torpe. ¿No tengo suficientes razones para mantener sometido a quien a su vez me somete en las circunstancias más lujuriosas?




19 de mayo de 2021

La sirvienta

(Kitagawa Utamaro)
 

¿No os aburrís de no hacer nada? Yuko tiene una manera incisiva más que descarada de tratar a sus amas. Pero también hábil. Hastiada no de ejecutar los deberes domésticos sino de tener que servir de intermediaria en los caprichosos amoríos de ellas sabe vengarse a su manera con una dialéctica mañosa. Por un tiempo, las dice, me gustaría probar vuestra vida. Incluso pudiera ser que me atrapara y no quisiera ya salir de ella. Sayuri y Riko la conocen y no se perturban. Además la necesitan. Es, además de eficiente criada, la mejor celestina que han tenido y domina como nadie el arte de convencer a los amantes tímidos y de frenar a los pretendientes demasiado ansiosos. 

Así que te gustaría tener todo el tiempo para ti, como nosotras, ¿eh, Yuko? Esta sabe atajarlas. Digamos que es curiosidad. Me gusta la ocupación de sirvienta. Mando sobre los quehaceres, los llevo a cabo con orden, me entretienen que sean tan diversos. Y además no tenéis queja de mi trabajo. ¿Qué más puedo pedir? Soy diligente al recibir a los recaderos que vienen a traer los pedidos. Ninguno de los comerciantes del mercado me rechaza. Los funcionarios dan prioridad a mi presencia cuando voy con algún recado del señor. Y vuestro padre me respeta como era de esperar de un educado y culto amo. Por supuesto, Yuko se reserva aspectos íntimos que podrían molestar a las mujeres. Cómo va a contarles que su señor padre se convierte en el aprendiz más sumiso entre sus brazos. Cómo va a revelar que los recaderos o los que atienden los puestos de abastecimiento se pelean por verla. Si te parece, la espeta Riko, un día te vestimos con uno de nuestros mejores kimonos y te acicalamos hasta convertirte en una belleza que sorprenderá. Te enseñaremos movimientos del cuerpo y modos de pisar que alteran a los hombres, añade Sayuri. Y después te pasearemos con nosotras por el paseo de los abedules que hay junto al lago. No me tentéis, les corta Yuko. Si la propuesta es para reíros de mi tengo que deciros que os puede salir al revés la jugada. Y si os guía una intención sana podría ser que la aceptara, pero ¿y si me convierto en vuestra competencia? ¿Y si los hombres se encaprichan más con la sirvienta que con las hijas del propietario? Tal vez solo pretendéis que haga de cebo para poneros en bandeja de plata los frutos que deseáis y no podéis alcanzar. Pero ¿no teméis que ahí me porte como la empleada desleal y traicionera? Las hermanas se miran entre sí, inquietas y arrepentidas de haber hecho propuestas a una vulgar sirvienta. Agitan nerviosas los abanicos y recuperan su sonrisa falsa. Estás bien donde estás, Yuko. Era hablar por hablar, mujer. 

La sirvienta pone los tés al alcance de las mujeres. Escucha lo que ellas comentan entre sí. Nuestro padre ha vuelto muy pronto de Funabashi. Creo que nos dejará ir esta tarde de excursión con unos amigos. ¿Se lo pides tú o lo hago yo? Se ponen de pie. Yuko recoge las tazas, con la mansedumbre acostumbrada. Estas no saben que su padre va a ser cada vez más generoso concediendo permisos, piensa tragándose una risa tan malévola como concupiscente.  



3 de mayo de 2021

La mujer que se quedó en blanco

( Kitagawa Utamaro)
 

Hoy me he quedado todo el día en blanco. Después de arreglarme y vestirme con uno de los mejores kimonos de seda no he querido ir a ninguna parte. ¿Que me están esperando? Que esperen o, mejor dicho, que no estén pendientes de mí. Lo siento por ti, hermana, que pusiste tanto empeño en llevarme a la presentación de los nuevos vecinos. Me da igual por vosotros, vecinos, a los que no tengo mayor interés en conocer. 

¿Me vais a llamar huraña solo porque no me gusta seguir las costumbres? Si te apartas de lo que todos hacemos te comerá la soledad, os he escuchado infinidad de veces. Yo callo cuando me decís estas cosas, pero me gusta tanto ser una solitaria. Responsabilidades, las mínimas. Dependencias, escasas.  Complacencias, ninguna. Entonces, ¿para que te vistes como si fueras a celebrar algo?, me interpeláis. Yo callo, pero me digo: para festejarme a mí misma. 

Conozco vuestro argumento. No hay celebración sin exhibición, razonáis a vuestro uso. Pero yo, ¿para qué quiero exhibirme? Me dais la lata con tanta insistencia como molestia. Eres demasiado atractiva como para encerrarte. O bien: sabes hablar, cuando te lo propones, como nadie en este barrio. Tienes ideas que embelesan. Si te portaras de otro modo seducirías a quien te apeteciera. Esa insistencia en que hacéis reproches sobre mi modo de ser y de actuar me resbala mucho. Si me gusta hablar bien es para traducir el mundo para mí misma. Si hay dones naturales en mi cuerpo quiero protegerlos. Si mis pensamientos son ocurrentes es porque necesito comprender las cosas. Si otra persona me gusta no trato de crear una ficción para que caiga rendida. 

Solo me entiende mi sobrina Shika. Quiero ser de mayor como tú, me regala los oídos. No sé entonces si dar el parabién a su sentimiento o prevenirla. Solo la sonrío y la estrecho entre mis brazos. Que aprenda ella a saber lo que quiere. ¿Que soy ejemplo y luego me maldice? Habrá sido decisión suya. ¿Que aprende del lado amable de mi personalidad y rehúye las consecuencias negativas de mis actos? Será ecuánime y eso probablemente le proporcionará satisfacciones. Shika ha llegado de improviso. Tía Natsumi, no te enfades conmigo, pero entre los nuevos vecinos hay un joven que te caería bien. Me da igual, la contesto. Es que es diferente a otros, no va a pretender ser el centro de atención de nadie. Se aparta de la gente y su familia dice que no se presta a reuniones. ¿No te parece que es como tú? Me he quedado pensativa y sospecho que con una sonrisa díscola. Shika, la contesto, me aguanto a duras penas, ¿crees que podría soportar la presencia de alguien que fuera mi viva imagen? Pero mi sobrina es tenaz. Te interesaría. Dicen que es un hombre oscuro. Entonces, la contesto punzante, de dos individuos de tinieblas, ¿qué luz que les acerque cabe esperar?




16 de abril de 2021

Conversaciones con mi gato

(Kitagawa Utamaro)


Podría decirte lo convencional. ¿Quién te quiere más que yo? Y yo podría responderte: ¿Quién se deja amar más que yo? Yo te lo demuestro. Te acaricio. Aseo tu imagen bellísima sin apenas molestarte. Te dejo en el cuenco más elegante el nutriente. Elijo la mejor calidad de los pescados que te agradan. Tienes el rincón más calentito de la casa par echar tus sueños profundos. Y nadie te pone objeciones a que elijas cualquier espacio para tus abundantes duermevelas. Y al desnudar mi cuerpo permito que lo contemples sin cortapisas, mientras tus ojos difusos y tibios apenas saben o demuestran apreciarlo. Yo te lo agradezco y también sé corresponderte. Me acurruco junto a ti cuando tu estado de ánimo es confuso. Salto y me pongo en guardia ante ruidos exteriores para prevenir tu seguridad.  Hago piruetas majestuosas ante tu mirada, no menos felina que la mía, cuando tu cuerpo crepita de cansancio. Escucho las palabras que emites al dejarte embargar por la melancolía o si te enfureces por algo. Vigilo tu adormecimiento de animal humano tras una jornada cansina o frustrante. Me sorprendo con las respiraciones agitadas que muestras en tantas ocasiones. Y me asusto un poco cuando te invade tal quietud que me hace pensar si no habrás desaparecido de este mundo. Yo además te entiendo. Debe ser que nuestras especies están hechas para aproximarse. Te dejo libre en tus períodos de celo. Dejo abierta la trampilla para que rondes a tus amores furtivos. Aunque a veces pienso que no volverás. Hay noches temerosas y, sin embargo, cuando casi he perdido la esperanza te encuentro de nuevo, exhausto y en ocasiones herido, a mis pies. ¿Puedo confesarte yo algo como gato sincero y fiel que soy? Si no permitieras mis escapadas buscaría la manera. ¿O ibas a pensar que solo los humanos tenéis necesidades y podéis recurrir a satisfacciones aventureras? ¿Te reprendo cuando de pronto te vas para encontrarte con el molinero o entregarte al hijo del samurái que no quiere seguir los pasos de su padre y prefiere ser eso que llamáis poeta? Y te diré más. Vuelves siempre echa unas trazas, que ni disimulas en mi presencia, acaso piensas que no me merezco una apariencia honorable de tu cuerpo soñado, solo porque soy gato. Y entonces llega lo peor, detecto tu otro olor, que no es el olor tuyo, que es la furia de un hombre pasajero que necesita a la mujer para sentirse más completo. Si ves que te rehúyo, no te sorprendas, uno tiene derecho también a sentir celos y odiar al otro que te posee. Ven aquí, tú eres el único, te lo repetiré mil veces. Ah, ahora me vienes con zalamerías, ¿no? Puestos a hablar de zalamerías, viejo amigo, creo que superas tú todo lo imaginario.
 



28 de marzo de 2021

La lectora de libros prohibidos

 

(Kitagawa Utamaro)


Me gusta encerrarme en mi habitación. Correr las puertas, echar las persianas, esperar a que en la casa reine el silencio. No es cuestión de rebajar mis nervios solamente. Ni de sentir que mi intimidad permanezca preservada por unas horas. Tampoco se trata de rarezas de las que me acusan en la familia, aunque esto último según se mire. En realidad tales motivos, ni verdaderos ni falsos del todo, ocultan a los ojos de los demás mi verdadera dedicación, que consiste en leer. 

Diréis: leer es algo admitido incluso para las mujeres. ¿Por qué ocultarse? Pero es que yo no leo cualquier cosa. Leo libros prohibidos. Y lo hago con avidez. Pero esta no crece solamente en el momento en que mi voz interior pronuncia cada frase o hila el argumento de lo que está escrito. Aumenta después, cuando tras cada relato me quedo paralizada, como si me ausentara de esta habitación, como si me evadiera de la vida. Si un cuento me lleva a escapar es porque me atraen más sus personajes que los de carne y hueso que me rodean. Puedo ir y vivir en lo que viven ellos allá adentro. Y puedo volver de ese viaje con relativa facilidad si me resulta peligroso o incomprensible. Aunque bien pensado, ¿no es más arriesgado lo que vivimos cada día? 

No entiendo del todo por qué han prohibido cierta clase de obras. O mejor dicho, no aceptaré jamás que sean condenadas o escondidas. Supongo que si las prohíben quienes tienen poder de decidir con la ley en la mano es porque los libros cuentan lo que no quieren que sea escuchado. Porque va contra sus ideas o sus intereses, que para el caso es lo mismo. ¡Malditos hipócritas! Vetan a los demás lo que no se privan a sí mismos. No esperéis que desvele cómo consigo las obras vedadas, debo guardar el secreto por la cuenta que me tiene. Pero revelaré algo. La lectura no acaba para mí ni cuando la caligrafía agota el pliego ni cuando yo me quedo abstraída sobre lo leído. No acaba nunca. La prolongo y echo mano de mi pulso o solamente de mis pensamientos imaginarios para continuar las historias. Sobre el papel o simplemente dentro de mi cabeza. Algunas de ellas las altero, otras las alimento, luego enrollo de nuevo el soporte y vuelvo a quedarme otra vez sumida en el silencio y en la umbría de mi cuarto. 

¿Solo escribes para ti?, dirá alguno. ¿Y para quién, si no? Aunque esté utilizando esta aparente forma de coloquio en realidad se queda aquí. Os hablo a vosotros como si estuvierais al otro lado de mi voz, si bien sé que no estáis, pero sois mi excusa, los testigos que me invento porque uno puede querer estar solo en el mundo pero necesita del mundo. Más si pretende expresarse o recibir otras expresiones. ¿Queréis saber qué libros prohibidos leo? Os lo contaría pero oigo ruidos en la casa. La luz del alba raya algunas zonas de la habitación. Mi vela ha terminado. Han caído varias horas que las he vivido de otra manera. Incluso haciendo estas confidencias que debéis guardarme con celo. Tal vez otro día os hable de lo que se dice en los libros prohibidos. 




20 de marzo de 2021

El aseo de Hanako

 

(Kitagawa Utamaro)



Lo mejor del aseo es que una puede escabullirse entre sus propios pensamientos, se le ocurre a Hanako. ¿Fue después de entregarse a Hiro cuando se dio cuenta de lo poco que significaba ya para ella? Su porte elegante y una cultivada musculatura, ¿bastan siquiera para mantener esos encuentros fugaces? Hanako no le da demasiadas vueltas. Tampoco su convencionalismo, si no torpeza, cuando me tiene me resulta soportable. Es un hombre hueco y no soporto más perder el tiempo con cerebros orondos. Lo aparente atrae, incluso seduce, pero solo las mujeres frágiles o desesperadas pueden cometer la locura de prolongar una relación que va a derivar en tedio y en sucesivas traiciones. Además, ¿quién me garantiza que la elegancia que exhibe no sea postiza, un simple recurso para vivir de las mujeres?

Hanako hace de su aseo diario una academia de reflexión. Los cuidados de una mujer, piensa, se han inventado no solo para mantener la imagen o asegurar la limpieza sino como posesión de un tiempo propio. Es en momentos como este, que hay que tomar con  toda la lentitud necesaria, a través de los cuales circulan las opciones y se proponen decisiones para los entresijos de la vida cotidiana. ¿Dónde podría valorar mejor los comportamientos de las amistades? ¿En qué otro espacio debo considerar las relaciones que mantengo con los hombres de mi vida? ¿No es en este apartado solitario en que me alejo de todos y detengo las actividades, donde puedo recapacitar sobre lo que quiero o no hacer?

Ha vuelto Hiro, le dicen desde el otro lado de la puerta. La mujer no rompe su serenidad. Decidle que estoy pero que no voy a estar, responde. Piensa: Si tiene luces lo entenderá, y si no lo capta no tendré inconveniente en hacérselo ver de otro modo. ¿A cuenta de qué tiene una que dar tantas explicaciones? Por nada del mundo dejaría que interrumpiese mi hora de aseo. O bien la higiene es siempre doble o, mejor dicho, única, que cubra la anatomía del cuerpo pero también la configuración recóndita de la mente, o no hay higiene que valga. Vuelve una voz a interrumpir sus devaneos lógicos. Hiro dice que no volverá si no lo recibes. La risa interior de Hanako está a punto de emerger volcánica, pero se contiene. Estoy en el mejor momento del día, decídselo, encarga con sosiego. Creo que voy a dedicarme a mí misma durante todas las horas que quedan de la jornada. ¿Quién puede procurarme los cuidados más acertados sino la propia mujer que llevo dentro?  





8 de diciembre de 2020

La geisha del espejo

 

(Kitagawa Utamaro)


La dueña de una lujosa casa de té observó que una de sus geishas desatendía a los clientes. Mira que me fuiste recomendada por tu padre, el noble Fujita. ¿Es que le vas a dejar en mal lugar? Todo el día ahí, absorta en el espejo. ¿Qué esperas encontrar hoy en ti que no vieras ayer? La geisha movió la cabeza desde el espejo al rostro de la gobernanta sin emitir palabra y volvió, indolente, a contemplar el rostro del día anterior. Luego, con humildad explicó: simplemente trato de evitar que se pierda mi imagen. La otra echó una carcajada. Quien tiene que decir que no pierdes tu hermoso rostro son quienes vienen a reclamar los servicios de este lugar. Además, si te preocupa algún ligero cambio, porque perder lozanía no la pierdes ya que eres muy joven, sabes de sobra que el maquillaje lo ocultaría. Y tu actitud solícita, los exquisitos modales y las artes que te hemos enseñado lo corregirán a los ojos de los hombres pudientes que vienen a relajarse y de paso cerrar sus negocios. No eres tú sola la que queda en entredicho, sino la fama de la casa de té. Eso es lo que no me gusta y me desasosiega, dice apenada la geisha. Que al maquillarme esté ofreciendo una cara que no es. Y yo sé que mi verdadero rostro no es el mismo de un día a otro, me lo dice el espejo. Lo que permanece invariable es la decoración que lleva y no me gusta ser solo actriz. Y no lo eres, la consuela la okasan. Pero mujer, piensa que los hombres que aquí vienen se conforman con una representación. Incluso agradecen las máscaras, pero sobre todo el estilo delicado y discreto con que os movéis a su alrededor. Y valoran como nadie que alguna de vosotras ceda a atenciones más convenientes para ellos. Pero, ¿o es que buscas algo más en este oficio de elegidas? ¿Tal vez pretendes que te corresponda alguno solo por obsesionarte con tu verdadero rostro del espejo? A ese paso pronto descubrirás que el espejo miente. Como mentirá la mirada sugerente de los hombres a los que sirvas. La joven geisha se ajustó las hombreras del kimono y sonrió con un gesto de sumisión a la señora. Al levantarse dejó caer a propósito el espejo, en cuyos añicos se vio también ella rota.



 

23 de noviembre de 2020

Las hermanas

 

                                                                   
(Kitagawa Utamaro)


¿No te cansas de esperar en vano a tu samurai?, pregunta Aiko con ironía a su hermana mientras le atusa los cabellos. Cada día me haces la misma pregunta y cada día te contesto que no hay espera vana cuando la meta a alcanzar es satisfactoria, le responde Seijun con aplomo. 

Con frecuencia al alisar aquella larga cabellera negra Aiko gusta de hacer rabiar a la otra. Yo te peino día tras día para que estés presentable por si aparece de improviso, aunque bien sabes que cuando un guerrero está a punto de llegar suele venir precedido de rumores y anuncios que ponen sobre aviso a todos. Mi samurai es muy especial, tiene más de monje místico que de feroz servidor de su señor, le responde Seijun sin dejarse amilanar. Le gusta la discreción y prometió antes de partir que rendiría cuentas de su misión solo a quien requirió de sus servicios y que no se entregaría a otro culto que no fuera a mi persona. Aiko encuentra divertida aquella seguridad de su hermana e insiste en polemizar. No sería el primer samurai que viera la vida de otra manera después de hacer una campaña. Además, ¿quién te dice que su mística guerrera y amorosa no la dirige hacia otro señor más dadivoso y hacia otra señora más complaciente? Seijun encuentra hirientes aquellas palabras. ¿No sabe tu boca segregar saliva en lugar de veneno? Yo al menos tengo un hombre en el que pensar en el transcurso de las horas del día y al que esperar aunque se sucedan las estaciones del año. Y eso me proporciona seguridad. En cambio tú pareces conformarte con las lecturas de esos libros que te traen de Yoshiwara, un barrio de perdición que parece pertenecer más a otro país más que al nuestro, y que te llenan la cabeza de fantasías. 

Seijun ha terminado la frase con un quejido ahogado. El tirón de pelo de su hermana le ha sorprendido y por un momento le crece la cólera. Pero Aiko la sigue peinando con delicadeza pensando si debe desquitarse. De pronto gira la cabeza de Seijun y mira a sus ojos con agudeza. En lo que leo hay todo tipo de seres que me hacen sentir e incluso vibrar, sin riesgo de traición ni de pérdida. Si me son nobles, condesciendo. Si me enamoran, me entrego. Me invitan a sus aventuras y yo me apunto a ellas. Si recorren el mundo más allá de nuestras islas me embarco para saber cómo es lo que hay al otro lado. Nunca me tratan mal y su espera no me supone ansiedad alguna. ¿Que desaparecen del relato? Otros llegarán. ¿Para qué padecer por las inciertas promesas de los vivientes? ¿Por qué esperar a individuos de paso cuando puedo retener a cualquier personaje que me cautive?

Qué diferentes somos, responde Seijun tras un silencio que es más producto del asombro que de la confusión. En el fondo somos tan parecidas, le corrige Aiko con guasa. Ninguna de las dos toca otro cuerpo que no sea el propio.

  


14 de noviembre de 2020

Utamaro. Sueño de la escribiente


(Kitagawa Utamaro)


La dulce Sei soñó una noche que dejaba de escribir. Varios vecinos se la acercaban y la inquirían displicentes: Sei, ¿por qué no escribes? Atemorizada, los rehuía e iba a ocultarse entre los bambúes. Al borde del camino aparecía entonces el melancólico pastor de cabras. Me han dicho que ya no escribes nada, Sei, ¿y cómo voy a acompañar entonces mis largos tiempos de soledad?  Sei le replicaba: escribiré solo para ti, porque solo deseo escribir para los solitarios y para los que son apartados del mundo. En aquel momento el joven pastor desaparecía y las cabras cercaban a Sei. Volveré a escribir, volveré a escribir, se puso a gritar como loca tomando a la carrera la senda que iba a la aldea. Pero cuando llegó la aldea tampoco estaba. 

Sei se despertó con tal brusquedad que le costó respirar. Se sentó temblorosa y agitada sobre el futón y la humedad de las manos no era de sudor sino de tinta.



Garras de la noche
¿por qué hendís mis sienes?
Solo soy vuestra
si el sueño escribe.
Mi voz para los hombres.


 

24 de octubre de 2020

Las mironas

 

(Katsushika Hokusai)


Rika y yo solemos escondernos detrás de los juncales para ver a los hombres bañarse. Siempre que se lo propongo Rika dice que no quiere ir. ¿No te gusta ver los cuerpos que no podemos contemplar habitualmente?, insisto. Sí, pero ¿y el castigo si nos descubren?, es su argumento inapelable. Se trata de un ritual que nos traemos entre las dos para conjurar los miedos. La curiosidad es más poderosa y asumimos que tendremos que pagar, llegado el caso, un precio. En mi casa yo veo a veces los cuerpos desnudos de los mayores como sombras a través de los fusuma que dividen las habitaciones, y Rica se enorgullece de pertenecer a una familia pudiente. Pues yo, la digo, los veo en directo, pero tan a oscuras que muchas veces pienso si realmente los veo o solo los imagino. Nuestra casa no da para muchas distancias. Una vez, sabes, llegué a casa a una hora inhabitual y pillé a mis padres abrazados y moviéndose. Rika quiere saber: ¿se movían los dos? ¿Mucho? ¿Poco? Rika es preguntona y a veces me invento las cosas para dármelas de saber. Yo prácticamente solo veía a mi padre, pues mi madre tenía echado el cuerpo hacia atrás y el corpachón de él la ocultaba. Me asusté un poco, ya que mi padre parecía desatado y no te puedo decir si la trataba bien o la dañaba. Y los gemidos de mi madre no ayudaban a distinguir qué ocurría. Agazapada aguanté un buen rato y muy quieta para no ser descubierta en mi rincón. ¿Y qué pasó?, dice Rika con una expectación insaciable. Él bramó con mucha fuerza, yo me asusté mucho, no sabía si había pelea o juego. De un brinco se apartó, tuve miedo de mirar el cuerpo de mi padre. Contuve la respiración cuanto pude. Rika no cesa de preguntar. ¿Y tu madre? ¿Estaba bien o lloraba? No sé cómo pude contener un grito cuando ella se incorporó, radiante y con rostro divertido, respondí. Aquella mujer que se alzaba desde un cuerpo juvenil  no era mi madre.

  


12 de octubre de 2020

Pintar los oficios

 

(Katsushika Hokusai)


Fumiyo, el dibujante foráneo que había aprendido a dotar de pinceladas los versos del pastor, sintió la llamada de los demás oficios. Si quieres temas para tu arte busca en la costa y en las aldeas, le había recomendado Mori. Fumiyo le agradeció la sugerencia. Hasta ahora me había parado a observar por los caminos, pues el paso de comerciantes, funcionarios o samuráis hacia sus destinos me ha parecido siempre una imagen que si no se plasma será desconocida. En los viajes toda esta gente no aparenta tanto y se delatan en sus debilidades. A mí me gusta pintar no solo lo que permanece sino lo que transita, no lo que se exhibe sino aquello que no quiere ser visto, no la vanidad sino las insuficiencias. Si es por eso, replicó el pastor poeta, tus pretensiones las vas a satisfacer en cada oficio o forma de vida. La vorágine lo invade todo, nadie se detiene en la marcha de los quehaceres cotidianos, solo yo puedo presumir de una cierta calma y una visión general sobre la vida de los otros hombres. Toma nota de lo que te digo, tú puedes seguir la misma senda que yo. En este sentido ambos nos parecemos, somos unos elegidos por la bondad de nuestra naturaleza, que es tanto como decir la de nuestros progenitores. El dibujante se identificó con Mori. Me pasa lo mismo. Me reconozco en aquello que veo y que se mueve. Tal vez por ello siento que mis manos hacen evolucionar mi forma de pintar, porque mis ojos no ven solo lo aparente sino el impulso de cada humano. El pastor miró con emoción al joven. La palabra y la imagen, y tú me lo estás descubriendo, no existirían por sí mismas. Necesitan intermediarios como nosotros para revelar el mudo visible y el invisible. O para fantasear sobre él y adulterarlo, porque imágenes y palabras tienen ese poder semejante de contar las cosas como parece que son o de alterarlas con todas las consecuencias. Y que cada hombre escoja. 

Fumiyo recogió sus útiles, encarpetó los últimos esbozos y se echó a la espalda la mochila. Soy como una tortuga. Sin el caparazón que llevo encima mi existencia quedaría a la intemperie. ¿Y qué sería de mí?


 

6 de octubre de 2020

El hacedor de poemas



(Katsushika Hokusai)



Cuando se pregunta al pastor Mori que dónde ha aprendido a hacer poesía, él responde invariablemente que eso es igual que preguntar a los pájaros cómo han aprendido a volar. Así zanja Mori tener que dar explicaciones que ni sabría ni querría dar. Pero la gente se muere de curiosidad y no deja de hacer cábalas sobre sus inspiraciones. Todo el mundo que escucha la poesía del pastor, se trate de aldeanos de la comarca o viajeros de paso, se asombra de que un hombre iletrado cante con tanta precisión y entusiasmo las cosas que canta sobre la naturaleza y describa con conmovida hondura los sentimientos de los hombres. 

Muchos, que saben de las artes que posee el hombre pero que son incapaces de escribir ternuras a sus amadas, recurren a él. Mori les satisface, sin pretender sacar beneficio económico de esa labor, pero imaginando sensibilidades y manifestando afectos sobre mujeres a las que él no podría acceder jamás. Unos le piden que exprese lo mucho que echan de menos a su amada. Otros que manifieste cuánto les gustaría llegar a un compromiso con futuro. Algunos son más decididos y le sugieren que en su poema haga con discreta maña propuestas libidinosas a las destinatarias. Hay quien apunta a que se hable de pasada o a bocajarro de posesiones y bienes, aunque sean imaginarios, con ánimo de añadir un elemento de seducción nada desdeñable. Incluso alguno llega más lejos y reclama del poeta que compare a la mujer de su interés con objetos bellos o con paisajes deslumbrantes o incluso con hazañas de heroínas de las leyendas ancestrales. No siempre da resultado pero tiene su impacto.

En ese ejercicio por encargo Mori pone una condición. Que no le pidan que se precipite en la entrega de sus escritos. Recaba de sus solicitantes información sobre el tipo de mujer a la que aspiran. Sus características físicas, su manera de comportarse, el tipo de vida que les rodea, hasta lo que se dice de ella. Conforme a lo que le cuentan Mori establece un patrón, pero nunca repite un poema, desafiando de este modo los principios de originalidad y personalización de unos afectos con los que se identifica.  Tal empeño pone el poeta en sus versos que a medida que los elabora recrea con su fantasía una mujer. Aquella es atractiva porque recuerda el remanso de un río, la otra merece ser colmada de afectos por su capacidad comprensiva, aquella destella tal inteligencia que  ciega al que la solicita, otra más es de tan difícil como cautivador alcance pues presume de ser independiente, a la de más allá se la anhela por su acendrada entrega a la familia...Mori vive y revive en sus ensoñaciones a cada mujer para la que escribe un poema por encargo y sabe que el haiku o el tanka que otro presentará es en realidad él mismo y que cuando la mujer lo reciba estará recibiendo al humilde pastor aunque ella no lo sepa.

Un día aparece un joven estudiante de artes que va de paso a Edo. Al oír recitar al pastor, que declama los versos de su invención al aire de la soledad, no dice nada, se sienta sobre un hito del camino, despliega su cuaderno y los útiles de dibujo y se pone a tomar apuntes del entorno. El pastor le observa. No has preguntado nada como hacen otros, le dice. ¿Para qué?, responde el muchacho. Todo lo que quisiera saber lo acabas de decir en el haiku que estabas recitando. Mori se asombra. Eres el único que lo entiende y mira que pasa gente por estas sendas. El estudiante se ruboriza. Un buen haiku no es un mero poema, añade. Es sobre todo una sensación y muchas veces un sentimiento, y siempre es asombro. ¿Quieres uno para tu amada?, le propone Mori. Mi amada quedó atrás en el tiempo y en el espacio. Pero no estaría mal que junto a mi pintura de grullas le hiciera llegar unas letras que fundieran dos artes. Expresaría así la fusión de dos personas, de dos aspiraciones, de dos recuerdos, y quién sabe si de dos reencuentros en el futuro. 

Entonces Mori, que entiende el desasosiego del muchacho, le propone el siguiente poema, saltándose las reglas de las rimas.

Al andar el país el monte me protege / mi cuerpo busca el cobijo de tu sombra / te veo en las grullas que picotean en los humedales / ellas me miran y me llaman / pero yo solo te elijo a ti.



17 de septiembre de 2020

Las mujeres de la naturaleza

 

(Katsushika Hokusai)



El grupo de mujeres amigas decidió ausentarse de sus ocupaciones habituales. Unas, ignorando al esposo. Otras, sorteando su trabajo cotidiano. Todas, rompiendo con sus monotonías. Hagamos del paseo por el lago Yamanaka una fiesta especial que nos merecemos, se dijeron. Hemos preparado una excursión, pero venimos todas con nuestras mejores galas sin haberlo acordado, observó Seina. Eso es prueba de que tenemos la misma conexión instintiva, replicó Yuji, pues si nos ponemos guapas para nuestros maridos o para las visitas y las ceremonias, ¿por qué no íbamos a hacerlo para complacer a la naturaleza ? ¿Acaso no se merece nuestra elegancia? Reiko, que era la más reflexiva, apuntilló: Estoy de acuerdo. Cada elemento o ser de la naturaleza ve y siente en su mundo. Mira con sus propios ojos y disfruta o rechaza cuanto no le gusta de los humanos o de otras especies. Entonces, saltó Asuka, ¿crees que hay entre los montes, la vegetación o las aguas un intercambio de emociones? Porque los humanos, cuando nos asombra un paisaje o nos afecta una persona también vibramos, ya sea por gusto o por desdén. Yuji, en la que aún coleaban ancestrales creencias animistas, no dudó. Cada componente de la naturaleza sufre un florecimiento pero también un desgaste. Sus miradas y sentimientos, que los tienen, no son como los de los humanos, pero no me cabe duda de que tampoco son simples comparsas pasivos de la existencia. Además, ¿cómo no van a estar contentos cuando nacen a la vida y también acongojados cuando sufren la pérdida? A Reiko le gusta la polémica. Dices bien. En las interpretaciones que hacemos normalmente creemos que el Universo entero solo se explica desde nuestras necesidades y caprichos, pero a mí me parece que aquel ni imparte órdenes ni exige misiones a ejecutar. La naturaleza sabe ser por sí misma, no nos necesita. Puesto que siempre nos estamos quejando de nuestros maridos y amantes acaso nosotras deberíamos tomar ejemplo del caos a través del cual se manifiesta todo lo natural. Seina, más sencilla y también más sensitiva, prefiere gozar de la excursión y desvía el tema. ¿Hemos venido al lago a contemplar lo hermoso y a gozar de los aromas que emanan de las orillas floreadas o a discutir como los hombres en las tabernas? Ah, corta Asuka, ya quisieran los hombres hablar en las tabernas de otra cosa que no sea lo que les dicta su instinto de quejas, su avidez de ganancias o la presuntuosidad de sus conquistas. La barca es un altavoz de risas. Las mujeres se dispersan entre sí con miradas hacia todas partes, ansiosas por juntar por un día la observación de los paisajes con la disposición de un tiempo que les es propio y que tienen que hurtar a los días ordinarios. Toca el shamisen y cantemos una melodía, propone Yuji a la instintiva Seina. ¿De amor?, pregunta esta. Ahora que estamos solas no solo de amor sino también de guerra, responden las demás con picardía. 


 

7 de septiembre de 2020

El orden de las cosas del mundo


(Kaktsushika Hokusai)



Dos paseantes ociosos que han llegado hasta aquel lugar de la costa admiran los contrastes del paisaje. Entre todo lo que vemos, le pregunta uno al otro, ¿qué considerarías prioritario? ¿El volcán? ¿El trabajo de los pescadores? ¿La labor paciente de los salineros? ¿El ritmo inagotable de las serrerías? ¿El galopar de los mensajeros? ¿La fronda que se extiende a lo largo de la orilla y por las laderas de los valles? Su compañero se lo piensa. Depende del punto de vista que se tenga, responde. Si se trata de la permanencia, me quedo sobre todo con el monte. Si hablamos del esfuerzo arriesgado de los hombres, con la pesca. Si miro el lado paciente, con la labor rutinaria de las salinas. Si valoro la estructura de las casas, el trabajo musculoso de los que preparan las maderas. Si anhelo la paz entre las provincias, alabo la premura infatigable de los correos. Si persigo solamente la relajación, la amplia arboleda. Luego la prioridad, dice el primero, es cosa de cada cual, ¿no? Consiste en la utilidad que damos a los elementos naturales, a las cosas y a las actividades que fluyen en derredor nuestro. Pero advierte esto. ¿Acaso no elegimos ese orden nosotros porque somos viajeros caprichosos y libres de obligaciones y tiempos? ¿Cuál serán las prioridades que tengan cualquiera de esos hombres que realizan un trabajo intenso, sin apenas horas para una actitud contemplativa? Tal vez sus sueños, replica el otro.




25 de agosto de 2020

Encuentro del peregrino y la joven de la casa de té


(Katsushika Hokusai)



Un peregrino llamado Taiji se paró ante el mojón que indicaba el límite de la prefectura. Desconcertado por no saber qué camino seguir para llegar al santuario de Nikko preguntó a Kanae, empleada en la cercana casa de té, y que pasaba por allí casualmente para realizar un mandado. Suelo orientarme muy bien, dijo Taiji, pero no sé por qué me siento confuso. Mi anhelo por llegar al santuario no ha mermado, pero el cansancio y la ansiedad dispersan mi mente. Vas en buena dirección, le replicó Kanae, y no debes ceder puesto que te has propuesto tan noble cometido. Además, ya sabes lo que se dice acerca de Nikko. Que quien no lo haya visto nunca no sabrá jamás lo que es la belleza. El peregrino quebró ante los ojos profundos de la joven y fue osado. Cierto que ese dicho es muy conocido por todas partes, pero creo que la belleza está ahora mismo ante mí. Mi devoto peregrinaje bien puede esperar. Kanae bajó por un instante la mirada y luego reprendió al hombre. Las divinidades y tu promesa son prioritarios. Y jamás debe ser traicionada tu intención fundamental por ningún motivo que surja en el camino, peregrino. No te equivoques. Además, ¿sabes a qué me dedico y cuál es el acontecer de mi vida? Sea el que sea, respondió Taiji, ahora mismo para mí tú eres un santuario vivo. Kanae tembló ante aquellas palabras tan excelsas y fuera del tono al que estaba habituada. Debes partir en busca de Nikko, le indicó. ¿Ves allá al fondo un camino de cedros que se inicia? Síguelo y lograrás tu propósito, viajero. Este, alentado por la delicada presencia de Kanae, no pudo morderse la lengua. Belleza por belleza, tomo la que me ofrece la senda donde me he extraviado. Si hubiera llegado ya a Nikko, ¿no me habría perdido el fruto más gratificante del azar? Hubo un silencio y solo hablaron las miradas. Ve y vuelve, dijo entonces la muchacha. Yo seguiré en la casa de té que hay ahí junto al arroyo. Tendrás luego que demostrarme si la belleza de Nikko es tan desbordante como cuentan. O si no ha sido suficiente para ti.




14 de agosto de 2020

Las pinturas secretas



 (Katsushika Hokusai)



Unos visitantes curiosos preguntaron con aviesa intención al artista por qué solo pintaba vistas exteriores. No solo pinto lo que cualquiera puede ver cada día, sino otros paisajes más reservados, respondió él. ¿Y por qué no los muestra?, le dijeron provocándole. Ah, es que solo están destinados a los iniciados en la belleza y a los estimulados por la inteligencia, sentenció ingenioso el artista.

Todos apreciamos con mucho agrado la calidad y detalle de sus perspectivas sobre el paisaje, le siguieron atosigando con adulación. Así como la presencia omnímoda del Fuji, que no parece tener secretos para usted. Nos asombra cómo deja constancia de las tareas o del bullicio de la ciudad o del paseo de las gentes. Sus grabados son una fuente inagotable de deleite para todos los que admiramos su obra. Si ese mismo trabajo, con la meticulosidad y precisión con que lo ejecuta, lo traslada a la vida íntima seguramente habrá cerrado el círculo de representación del universo de la vida. El artista sonrió ante la insistencia malintencionada. ¿Se merecía aquella gente explicaciones? Un artista sentido no necesita hablar de lo que hace, se dijo a sí mismo, pues la obra habla por él. Les interrumpió con mordacidad razonada. La vida no se cierra por más que los artistas la representemos desde un ángulo u otro. La vida es inagotable y se recrea constantemente. ¿Acaso el sol sale cada mañana del mismo modo sobre el Fuji? El oleaje del mar o el curso de los ríos, ¿dibujan siempre los mismos movimientos? Las estaciones del año, ¿exponen idéntica luz y perfilan únicas geometrías? Las tareas o los entretenimientos de los humanos ¿siguen pasos iguales? Los instantes íntimos y apasionados, ¿se repiten dos veces?

Casi todos los visitantes, enmudecidos, hicieron un gesto afirmando sus conclusiones interrogativas. Pero uno de ellos, acaso el más necio e inoportuno, le espetó con soberbia: maestro, y nosotros que tan partidarios somos de su trabajo, ¿no nos merecemos ver la obra secreta? Nos tenemos por devotos de la belleza y nos consideramos suficientemente espoleados por la inteligencia. El artista, rehuyendo cualquier signo de afectación, optó por descalificarle sutilmente. Es que mi obra recóndita solo va dirigida a los que saben recrear el placer, y no solo a malgastarlo. Y el número de los adeptos a este arte, que es contado, no se abre a la simple curiosidad retorcida y morbosa de cualquiera. 




6 de agosto de 2020

Ajetreo a vista de ociosos


(Katsushika Hokusai)



Me gusta este ajetreo urbano, comenta el ocioso Fusaji a su amigo de infancia Ofumi, ahora monje. Si los dioses nos procuraron al emperador, los hombres nos proporcionan las tareas entretenidas que llenan los días. Algo que tú deberías agradecer como nadie, le responde Ofumi, pues nunca has sabido tener un oficio ni voluntad de desempeñarlo. Fusaji, que alardea de ver el mundo de otra manera, liberal y con perspectiva, dice él, no se arredra ante el comentario directo. Se muestra altivo. Nací para contemplar y para levantar acta del ritmo frenético de la ciudad, ¿te parece poco? Eso me permite observar con distancia ecuánime las tareas y admirar a quienes las ejecutan. Su amigo, reposado pero no carente de criterio, le busca la vuelta. Va a resultar que a quien debemos agradecer la riqueza que fluye por nuestras calles es a tu supuesta capacidad de cronista, y no al trabajo de los artesanos y comerciantes, al sudor de sus empleados y a quienes mantienen el orden y los servicios de la ciudad. 

Este tipo de conversaciones solo se puede tener sobre el puente de Nihon-basi, porque da la justa visión de todos los mundos que habitan en este. Tal es el fragor de un movimiento humano que hipnotiza a los viajeros, entusiasma a los emprendedores y hace presumir a los habitantes de Edo ante los provincianos.

El bohemio Fusaji, que sabe reírse con descaro hasta de su sombra, y que no le afecta lo que digan de él, es también un conversador fantasioso. ¿Te has fijado, Ofumi, que hay toda una escala de valores, y no solo de terrenos, desde este panorama que contemplamos? El monte sagrado de nuestras divinidades preside a lo lejos el palacio del shogun, su delegado en la tierra. Y esa colina del mundo intermedio se eleva a su vez, señorial y dominadora, sobre la frenética actividad de una ciudad elegida. ¿Qué somos nosotros frente a este panorama de bienes? El monje se ajusta la túnica, advirtiendo cierto tufo de pensamiento filosófico en su amigo. ¿El puente donde se cruzan los destinos de estas gentes, tal vez? ¿O el río cuya mirada es diferente cada día que transcurre en nuestras vidas? No vas descaminado, le corta Fusaji. Pero yo no quería tener respuestas, sino solo hacerme preguntas, tal como tú también lo entiendes.

La vieja camaradería permite a ambos amigos sortear sus diferencias y buscar lo que les une. El gusto por la conversación y el paseo sin compromiso. Hablas como un experto pensador, le dice con agrado Ofumi. Al menos aprovechas bien el ocio y sacas conclusiones muy descriptivas, no solo de lo aparente, sino de lo que late bajo la superficie de las cosas. Pero ¿por qué no vas más allá? Naturalmente, para ir más allá tendrías que estar en la piel de cualquiera de los que habitan en los estamentos que has nombrado. No puedes ser el Fuji porque morar en él nos está vetado a los hombres. No puedes ser shogun o cortesano, porque no te fue dado ser elegido para un cargo tan noble. Y tampoco eres cuerpo sudoroso o mente desquiciada por las deudas porque no has ejercitado nunca en la lucha por la vida a través de un trabajo. Fusaji, rápido de reflejos, busca al monje sin sutilezas. Amigo mío, podría aún ser monje como vosotros, que disfrazáis cual servicio al Tao lo que no es sino otra clase de ocio, aunque le llaméis contemplación. 

Ambos echan a reír con estrépito. Los transeúntes les observan asombrados, tal vez pensando que muy de mañana le han dado fuerte al sake. 




28 de julio de 2020

Los remeros, entre el albur y la voluntad


(Katsushika Hokusai)


El oleaje nos va a estrellar contra los farallones, patrón, gritaron alarmados los remeros. Calma, dejad que yo os guíe, y concentraos. Cuando la barca sea elevada, vosotros detened los remos. Al caer, hundidlos y remad fuerte en dirección contraria a las rocas. No vamos a poder, la potencia de las olas es superior a la nuestra, dijo azorado el más inexperto de la tripulación. Calla, que no se te vaya la energía por la boca, le espetó un compañero que tenía en su haber un buen número de desventuras, lo que quiere decir tanto como experiencias. Mientras, el patrón, aferrado a la proa, iba midiendo cada movimiento de las olas. Ahora, tronó con un vigor tan intenso como el de los remeros, y estos hundieron los remos con inusitado impulso como si cuerpo y remo fuesen una herramienta única. Aquel movimiento les alejó un poco más de las rocas. Aprovechando el descenso de la ola, el jefe volvió a darles consejos. Sentid el movimiento del mar como una composición musical. Pero no como simples oyentes, sino como si fuerais vosotros mismos los que añadís notas y modificáis el ritmo. Si salimos de esta pondré doble incienso en el altar de mis antepasados o haré una peregrinación a Nikko, soltó otro de los navegantes. Ya harás lo que quieras, replicó el que estaba al lado, pero como no pongas ahora todo tu empeño en la remada los dioses no tendrán ni tus preces ni tus ofrendas. Atención, dijo de nuevo el jefe, volviendo a dirigir el instante en que la embarcación era elevada por el capricho del océano. Los remeros contuvieron las armas y prepararon la respuesta contundente a la furia del mar, hasta que volvieron a descender. Vamos bien, animó el patrón. Remad ahora como si cada uno fuerais dos. Al unísono, todos se dieron cuenta que se alejaban un poco más de la peligrosa costa. El joven no lo veía tan claro. Por mucho que hagamos estamos sometidos al azar y si el azar no quiere lo tendremos difícil, dijo derrotista. Tú respira hondo y concentra tu fuerza. Al peligro se le vence con la voluntad, le replicó el guía. Si cedes tu energía el azar nos devorará a todos. En ese momento los hombres golpearon el oleaje con más tenacidad. Los farallones iban quedando atrás. 




(Sin intención de realizar el esfuerzo no hay garantía de un logro. Sin voluntad se reducen o anulan las posibilidades de salir a flote)




13 de julio de 2020

El adolescente inquieto y el molino


(Katsushika Hokusai)



El adolescente Kazuma, que lleva poco tiempo en tareas del molino se queja. ¿Va a ser siempre así? Los compañeros ríen y se mofan. Desde que el arroz es arroz es como decir desde que el mundo es mundo. Pero el mundo es más grande y diverso, replica incauto. Y esto también, dice Teisuke. No te revuelvas por ello, puedes elegir. Si no te gusta cargar sacos siempre podrás volver al arrozal y pasarte el día con el agua a la cintura, haciendo gavillas y curtiendo tu cuerpo para el reuma que un día heredarás. Además no digas que esto es aburrido, salta Kiyogi. Hoy te puede apetecer cargar con los sacos, mañana volcar el arroz  para quitar la cascarilla, o bien ir con las mujeres a lavar el grano. Y si sabes algo de mecánica tal vez te interese estar pendiente de que la rueda no se bloquee. Así que no digas que no es un trabajo ameno. Hay una carcajada unánime en todos los operarios que el joven no digiere bien. Sigo pensando que si voy a estar así toda la vida mejor me busco otro oficio. ¿Y crees que en otros oficios no sucede algo parecido?, le impele Teisuke.  ¿Preferirías lavar los caballos de un dignatario? ¿O salir a pescar de madrugada? ¿Te gustaría mejor hacer de recadero atravesando cada día las zonas más escarpadas y peligrosas? ¿O estar toda la jornada en la serrería llenándote de cortaduras? ¿Acaso te resultaría más atractivo trasladar sobre tus hombros a los viajeros en el paso del río Oi? ¿O dándole al remo hasta que en pocos años te encorvaras y ya no te quisiera ni tu propia mujer? ¿Elegirías hacer de porteador arriba y abajo por esas cuestas que dan a abismos por los que te puedes despeñar? ¿O te ves siendo criado de algún samurái déspota y caprichoso? 

Kazuma, que suda por todos los poros de su cuerpo, se aturde. ¿Me queréis decir que no hay trabajo que no sea mejor que otro? ¿Que haga lo que haga estoy destinado a que los días nunca sean nuevos? Kiyogi, que sin ser un hombre excesivamente mayor tiene un carácter amargado, le mira de frente y le advierte. Mucho me temo que para los de nuestra condición no hay salida. Podemos, y no siempre, intentar cambiar de actividad pero no hay actividad que no exija el cien por cien de nuestro esfuerzo. No hay trabajo que no sea insistir una y otra vez, con mayor o menor riesgo, con mayor o menor desgaste. Hace tiempo que los que estamos aquí comprendimos que trabajar es una condena pero mayor pena es estar tirado por los caminos y que nadie te respete. ¿Acaso crees que si te metes a monje o a soldado vas a tener más resuelta la vida? Kazuma respira hondo y sonríe.  No me veo ni meditando y elevando plegarias a las divinidades ni obedeciendo mientras me juego el pellejo para beneficio de los señores de la guerra. Tal vez tengas razón y hoy mi lugar sea este. Mañana quién sabe. 
  



5 de julio de 2020

El sueño de Ama


(Katsushika Hokusai)


Ama se despertó inquieta. Hacía rato que su marido había salido con la negrura de la madrugada para la faena de bajura. El mar a esas horas se debe aún a la luna y esta lo fecunda generosamente. Ama sudaba y creyó por un instante que el océano también la había arrebatado y luego la había devuelto a la orilla. Cosas del sueño, pensó. Agitó la cabeza a derecha e izquierda, estiró los brazos y las piernas lo más que pudo, erigió lentamente su torso y lo palpó palmo a palmo, deleitándose en sus formas, desafiando la oscuridad. Gustaba de admirarse de la armónica flexibilidad de la que aún disponía. También de las agradecidas formas femeninas que dibujaban su cuerpo y que ella apuntalaba con el tacto. No obstante una cierta febrícula la mantenía lasa y abotagada. He dormido profundamente pero estoy agarrotada, se dijo. Se abandonó un rato más al futón, confusa en pensamientos y sensaciones agitadas. Como si el sueño hubiera dejado pendiente alguna de sus funciones.

La primera luz del día le hizo tomar conciencia de su desnudez. Su cabellera dispersa la alertó. Olió su cuerpo y se extrañó de que de él emanara un miasma marino que no era el habitual de su esposo. A medida que se observó con detenimiento le alarmó la presencia de marcas rosáceas inhabituales en torno a las areolas de los pechos, otras más oscuras en el abdomen, algunos signos de succiones de causa desconocida entre los muslos. ¿De dónde viene todo esto?, se preguntó. Esta noche no he recibido a mi esposo. Trató de prospectar en las horas ocultas. Mis sueños han sido extremadamente revueltos. Algo o alguien me arrebataba, y no podía liberarme de  su fortaleza. Pero no me disgustaba en absoluto. ¿Se trataba de un hombre o de un monstruo? Ante la mera ocurrencia rio con picardía voraz. ¿Me deseaban o era yo la que luchaba por no quedar insatisfecha en mi apetito?

Ama, al recordar parte de la pesadilla, fue sintiendo el dulce hostigamiento de su sexo. Si exploro en los sueños, ¿descubriré el placer o el terror? ¿Me encontraré con el premio o con el castigo? ¿O acaso en los sueños se hacen uno? Se concentró más afinadamente en bucear en la turbiedad onírica. ¿A quién me he entregado esta noche, en un estado en que perdía mi conciencia y me veía incapaz de resistir? No retengo rostros humanos entre lo soñado, pero sí me acucia la sensación paralizante de que quienes  me estaban tomando eran seres rudos si bien tiernos, feos mas complacientes, ágiles y a la vez incisivos, imparables pero que sabían abarcar cada espacio de mi cuerpo.

Al forzar la memoria sobre sus fantasías nocturnas, Ama se turbó. No acertaba a distinguir si se había entregado en los sueños o si había sido visitada por huéspedes misteriosos en las horas en que había permanecido sola. Un simple sueño no deja huellas en la piel. Si ha sido algo imaginario tengo que reconocer que el sueño sabe proporcionar amantes perfectos, pensó con regocijo. Si me he dado a un ser superior, inmersa en alguna hipnosis que no he rechazado, debo admitir que con su habilidad ha ahondado en mi cuerpo hasta sus últimos rincones. Haya sido por lo que haya sido, ¿acaso lo sentido era menos real que lo que me aporta un hombre? Se acarició la piel muy despacio. Impregnada del olor a salitre se estremeció. Sintió que aún permanecía encendido dentro de sí un rescoldo del deseo. Cerró los ojos e invocó de nuevo a los monstruos.



27 de junio de 2020

Subiendo la última cuesta



(Katsushika Hokusai)


Cuando sus pisadas quiebran se sujetan de la mano. Entrecruzan los dedos con un vigor diferente a aquel otro juvenil, tan lejano. Se estremecen con el aliento tibio de unos cuerpos que se dispersan. El frío que escarba en ellos no es un frío del que se puedan reponer. El dolor de los pies retorcidos no es ya ni siquiera un suplicio que amortigüe. El apego a la aldea que dejan atrás ya no es asimiento. Suben prudentes y callados. Ven con dificultad los ramajes que entorpecen las sendas. Tropiezan con suelos pedregosos. Se confunden con los últimos bambúes. Se extravían. Cada poco van deteniéndose ante los repechos. Miran de reojo el horizonte que ha quedado atrás. A medida que ascienden el largo paisaje queda debajo de ellos. El pasado, las familias, los quehaceres. Todo se va olvidando. Las ilusiones, las pérdidas, los desengaños, las frustraciones. Su único plano de visión se dirige hacia el interior de sus pensamientos, que se debilitan.

La anciana se para para coger aire. Piensa que es el último esfuerzo, le anima su marido. Todo esfuerzo nos ha costado mucho siempre, pero este  carece de esperanzas, dice ella con desgana. Donde vamos quedaremos libres de tantos afanes onerosos, mujer. Eso debe consolarte, ya no tendremos dolor, ni tendremos que llorar por nadie, ni angustiarnos por la mayor trampa que nos ha embargado en la vida, la preocupación por el futuro.

La mujer toma un leve impulso y se incorpora a la marcha. Qué lejos quedan los cerezos, dice de pronto. Demasiado lejos, asiente él. Donde vamos a estar, insiste la anciana, ¿habrá cerezos? Si los hay nos acurrucaremos entre ellos, sin esperar nada, aunque estén tan marchitos como nosotros. Sí, le apoya él, si así lo prefieres allí nos quedaremos. ¿Quieres que toque un poco el shakuhachi para ti, como antes? Ella asiente con la cabeza, esbozando con sus labios arrugados una sonrisa lacia que se petrifica al instante. El hombre saca de un pequeño morral la flauta. Desafía con sus notas al aire cada vez más gélido de la altura. La anciana balbucea: Así tocabas cuando te conocí. Si me quedo dormida sigue con esa música. Luego cierra los ojos. Él se afana con aquellas notas agudas, cadenciosas, prolongándolas como si fueran hermanas del viento. Su tono es cada vez más frágil. Mira los cerezos, exclama. Pero ella ya no oye, no mira, no suspira, no sueña. Me has ganado la mano por poco, dice el hombre en vano. Y el vidrio de sus ojos opacos resplandece un instante. El eco de los recuerdos borrosos se humedece lentamente.



21 de junio de 2020

Presentes y mortales


(Katsushika Hokusai)


Abuelo, cuando nos desplazamos a otra aldea o cruzamos el río la montaña está siempre ante nuestros ojos. ¿Es una divinidad? El abuelo se va acostumbrando a las preguntas que despiertan en el chico. Le alegran, pues sabe que la ingenuidad es el primer paso hacia el descubrimiento. Lo que en la naturaleza está siempre presente ante nuestra mirada es como una divinidad, le contesta. ¿Y es verdad que tiene fuego en lo más profundo?, continua el nieto. Probablemente, se asombra el hombre, como lo hay también dentro de nosotros pero con otra clase de calor. ¿Y es cierto que hay parejas muy ancianas que suben por sus laderas y no quieren ya bajar?, y el pequeño parece que hubiera estado guardándose las preguntas durante mucho tiempo y ahora las volcase de sopetón. Hay ancianos que se encuentran muy cansados y eligen esa manera de no seguir estando entre nosotros, confirma el otro. Abuelo, ¿tú piensas subir algún día y quedarte allí? El anciano aprieta enérgico la mano del niño. No es algo que haya que pensar. Solo si el fuego que llevo dentro se va apagando y me avisa de que me va a abandonar, entonces puede que quiera subir. Pero puede también que quiera acostarme en una barca y flotar sobre las aguas del río, a merced de la corriente, o simplemente me quede sentado en la poyata de fuera de nuestra casa, sin pensar, sin recordar.

Al nieto le estimulan las respuestas del abuelo y no cesa en el diálogo. ¿Por qué los ancianos se quieren ir y en cambio hay gente más joven que no quiere morirse? Los ojos del abuelo destellan. Apenas duda en la contestación. El viejo ya no tiene nada que perder. El joven, o el niño, aún no tienen casi nada que perder. Pero ¿por qué le das vueltas a lo que no está en nuestra mano sino en poder del Tiempo? El crío juega con las barbas del anciano y se encoge de hombros. Ah, dice, entonces ¿el verdadero poder no lo tiene la montaña, siempre tan grande y tan presente? Es que la montaña también se debe al Tiempo, replica el abuelo, aunque eso no lo puedes entender todavía. Pero el chico no se rinde. Y al Tiempo ¿se le ve con tanta claridad como a la montaña? Si se quiere ver, sí, pero se trata de otro paisaje, más cambiante y menos duradero, sentencia el hombre. Tú y yo somos Tiempo.  Tú eres el tiempo que tuve y yo soy el tiempo que algún día tendrás. Pero el niño ha hecho correr unas canicas y deja al abuelo con la palabra en la boca.





(El triunfo de la presencia conlleva el precio de la mortalidad)

10 de junio de 2020

Los criados de los samuráis



The waterfall where Yoshitsune washed his horse in Yoshino, Yamato province from Tour of Waterfalls in Various Provinces. Colour woodblock, 1833. Bequeathed by Charles Shannon RA. © The Trustees of the British Museum.
(Katsushika Hokusai)




En un recodo del río Oi los desniveles del terreno precipitan la corriente. Allí dos criados de los últimos samuráis llevan a bañar los caballos de sus amos. ¿De qué vive tu señor?, le pregunta el más joven al otro. ¿Tú que crees? De lo mismo que el tuyo. De sus sueños de gloria y de nosotros los criados, replica el mayor con ironía.

Kazuma, el joven preguntón, que anda descubriendo todavía el mundo y está convencido de que se lo descubre a los demás, crédulo de saber interpretarlo manifiesta discrepancias. Pero sus glorias les proporcionaron riquezas y gracias a ellas viven bien y por eso nosotros tenemos empleo. Shima, el compañero, está más curtido en los lances de la discusión y apea al otro de su visión bienintencionada. Ah, ya, unos bienes logrados a costa del perecimiento de gentes a las que ni siquiera conocían. ¿O qué crees? ¿Que los samuráis o los sogunes o los nobles de las ciudades se regalan propiedades y servidumbres por las buenas? Kazuma se obstina en su pretendido saber. El arte noble de la guerra lo permite, dictamina. Sí, ríe Sima, sobre todo cuando ese valeroso arte se fundamenta en fomentar guerras para hacerse con lo que otros poseen. ¿O pensabas que las guerras son inocentes por naturaleza? ¿O que solo son una respuesta a las intenciones bélicas de otros? Las guerras traen desgracias a unos pero fama a otros, replica Kazuma, y nada se puede hacer por impedirlo. Son tan antiguas e inevitables como nuestros antepasados. Y te diré que a mí me hubiera gustado ser samurái de haber nacido en otro mundo. Son gente que se hacen respetar, aunque actúen para sus señores, y cultivan reglas de fidelidad, no teniendo inconveniente en sacrificar sus existencias por quienes les han dado razón para vivir. Su austeridad yo no podría compartirla, pero acaso en ella está la clave de lo que son.

El compañero frota con ahínco el lomo del caballo de su amo. Qué ingenuo, le rebate Shima. Exaltas en exceso un oficio de armas que ya sé que mucha gente contempla con admiración. La fidelidad vale mientras les es reconocida. Unos valores se dan siempre a cambio de otros. Nada hay en esta vida por encima del trueque.  Y el intercambio tiene muchos rostros o, mejor dicho, diversos precios, y exige no solo lo que se muestra sino lo que se oculta. No te fíes de la apariencia de las cosas por mucho que parezcan regir el mundo. Pero el honor es un valor excelso, y ellos por ahí jamás negocian, insiste Kazuma. Shima, al que los años le han hecho más escéptico, detiene su tarea. El código del honor, amigo mío, no es aplicable a los que están por debajo de ellos. ¿Tú has visto alguna vez que a sus criados les traten con la condescendencia con que actúan respecto a los que tienen poder? Sí, ellos tienen su código particular y nuestras divinidades se lo bendicen, eso está claro. Pero los que no hemos salido nunca de nuestra condición ínfima deberíamos regirnos por otro código:  el de considerarnos unos a otros de igual a igual y ayudarnos en lo posible. Ahí también tienes razón, salta Kazuma, pero si pudiésemos elegir la manera de vivir, ¿por cuál optaríamos? ¿Por la de los samuráis o por la de los criados? Shima sacude la crin del caballo que asea. Hermano, le responde, no aspiremos a entender planetas en los que no pondremos jamás los pies.




(Tener claro dónde estás, porque eso es lo que eres)


27 de mayo de 2020

La casa del risco, la cascada y el arquitecto


(Katsushika Hokusai)



¿Quién vive en lo alto del risco?, pregunta el célebre arquitecto Masaoka a los funcionarios de la prefectura que le acompañan en la visita a la zona. Un modesto artesano, le responden. El arquitecto se atusa la barba. Me gusta. Que alguien humilde pueda aspirar a acercarse a los cielos le honra. Y si lo hace junto a una cascada le envidio. Ya quisiera yo vivir ahí.

Sus acompañantes se miran unos a otros, desconcertados por la ocurrencia, ocultando las risas. Un técnico joven y ambicioso que aspira a asentarse en la Corte, donde Masaoka es tan estimado como reconocido, osa cuestionarle. Pero señor, es un lugar agreste y de difícil acceso. Un dignatario de carrera como usted, ¿podría soportar las incomodidades? ¿Le sería práctico? ¿Honraría a sus conocimientos con el retiro a este paraje trivial perdido en lo más apartado? Le doy la razón, responde el arquitecto, en cuanto a la ubicación abrupta. También en que se trata de un paraje que no suele aparecer en los mapas. Pero de ningún modo puedo estar de acuerdo en que se trata de un paisaje trivial. Pues, ¿qué es lo práctico? ¿Aquello que gira solamente en torno a la vida económica de una región? ¿Cuanto transcurre entre los muros de una urbe? ¿Lo que se halla en la proximidad de los gobernantes y sus caprichosas disposiciones? Y lo trivial, ¿no es todo cuanto, como en este caso, no ha sido intervenido por la voluntad humana transformadora, tantas veces desacertada y perjudicial? Sin duda lo práctico se abre paso por doquier y marca la riqueza y su distribución entre los habitantes de un territorio. Pero hay otro sentido de lo práctico que se oculta en los espacios más extraviados y desconocidos. Que solo son habitados o concurridos por gentes sencillas que viven del día a día. ¿Acaso no confluyen en este rincón los elementos que siempre se han considerado nutrientes de la existencia? ¿No están ante nosotros las fuerzas vivificadoras? ¿No recurren al agua, a la piedra, al árbol o al viento los sentidos con el fin de percibir tanto la belleza como la armonía del mismo funcionamiento terrestre? En definitiva, ¿dónde podría yo encontrar mejor inspiración que en el casamiento entre las formas del relieve y el fondo sencillo de un cobijo que se muestra ante nuestra mirada?

El joven que trata de marcarse méritos todavía se resiste a la argumentación del arquitecto. Usted, maestro Masaoka, que construye para el emperador y los príncipes, tiene designios más elevados. ¿Se le ocurriría traer aquí a vivir al mandatario más excelso en nombre de unas ideas tan espirituales? Masaoka hace un gesto irónico. No soy quién para traer a un lugar como este u otro cualquiera a quien me otorga reconocimientos y me da el trabajo. Ni siquiera para proponérselo, pues entiendo las funciones que desarrollan quienes tienen que vivir pendientes de la gobernación. Pero la visión de este lugar, mi joven ayudante, ha penetrado en mi mente y la ha enriquecido. Y mi mente dice que puedo llevar lo que veo hasta los dominios del Emperador. ¿No se ponen ordinariamente la ciencia y la técnica al servicio de los palacios o de los edificios de la burocracia? ¿No median ellas en el ordenamiento de las ciudades? ¿No serían las mejores aliadas para representar en Edo o Kyoto lo que aquí y ahora mismo admiramos como un don de la propia naturaleza? Respetemos este entorno y llevémoslo a través de nuestros saberes y nuestro ingenio hasta las ciudades para que estén menos huérfanas.



(De aquellos orígenes ancestrales proceden las ideas que la mano del hombre ejecuta)