"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



28 de marzo de 2021

La lectora de libros prohibidos

 

(Kitagawa Utamaro)


Me gusta encerrarme en mi habitación. Correr las puertas, echar las persianas, esperar a que en la casa reine el silencio. No es cuestión de rebajar mis nervios solamente. Ni de sentir que mi intimidad permanezca preservada por unas horas. Tampoco se trata de rarezas de las que me acusan en la familia, aunque esto último según se mire. En realidad tales motivos, ni verdaderos ni falsos del todo, ocultan a los ojos de los demás mi verdadera dedicación, que consiste en leer. 

Diréis: leer es algo admitido incluso para las mujeres. ¿Por qué ocultarse? Pero es que yo no leo cualquier cosa. Leo libros prohibidos. Y lo hago con avidez. Pero esta no crece solamente en el momento en que mi voz interior pronuncia cada frase o hila el argumento de lo que está escrito. Aumenta después, cuando tras cada relato me quedo paralizada, como si me ausentara de esta habitación, como si me evadiera de la vida. Si un cuento me lleva a escapar es porque me atraen más sus personajes que los de carne y hueso que me rodean. Puedo ir y vivir en lo que viven ellos allá adentro. Y puedo volver de ese viaje con relativa facilidad si me resulta peligroso o incomprensible. Aunque bien pensado, ¿no es más arriesgado lo que vivimos cada día? 

No entiendo del todo por qué han prohibido cierta clase de obras. O mejor dicho, no aceptaré jamás que sean condenadas o escondidas. Supongo que si las prohíben quienes tienen poder de decidir con la ley en la mano es porque los libros cuentan lo que no quieren que sea escuchado. Porque va contra sus ideas o sus intereses, que para el caso es lo mismo. ¡Malditos hipócritas! Vetan a los demás lo que no se privan a sí mismos. No esperéis que desvele cómo consigo las obras vedadas, debo guardar el secreto por la cuenta que me tiene. Pero revelaré algo. La lectura no acaba para mí ni cuando la caligrafía agota el pliego ni cuando yo me quedo abstraída sobre lo leído. No acaba nunca. La prolongo y echo mano de mi pulso o solamente de mis pensamientos imaginarios para continuar las historias. Sobre el papel o simplemente dentro de mi cabeza. Algunas de ellas las altero, otras las alimento, luego enrollo de nuevo el soporte y vuelvo a quedarme otra vez sumida en el silencio y en la umbría de mi cuarto. 

¿Solo escribes para ti?, dirá alguno. ¿Y para quién, si no? Aunque esté utilizando esta aparente forma de coloquio en realidad se queda aquí. Os hablo a vosotros como si estuvierais al otro lado de mi voz, si bien sé que no estáis, pero sois mi excusa, los testigos que me invento porque uno puede querer estar solo en el mundo pero necesita del mundo. Más si pretende expresarse o recibir otras expresiones. ¿Queréis saber qué libros prohibidos leo? Os lo contaría pero oigo ruidos en la casa. La luz del alba raya algunas zonas de la habitación. Mi vela ha terminado. Han caído varias horas que las he vivido de otra manera. Incluso haciendo estas confidencias que debéis guardarme con celo. Tal vez otro día os hable de lo que se dice en los libros prohibidos. 




20 de marzo de 2021

El aseo de Hanako

 

(Kitagawa Utamaro)



Lo mejor del aseo es que una puede escabullirse entre sus propios pensamientos, se le ocurre a Hanako. ¿Fue después de entregarse a Hiro cuando se dio cuenta de lo poco que significaba ya para ella? Su porte elegante y una cultivada musculatura, ¿bastan siquiera para mantener esos encuentros fugaces? Hanako no le da demasiadas vueltas. Tampoco su convencionalismo, si no torpeza, cuando me tiene me resulta soportable. Es un hombre hueco y no soporto más perder el tiempo con cerebros orondos. Lo aparente atrae, incluso seduce, pero solo las mujeres frágiles o desesperadas pueden cometer la locura de prolongar una relación que va a derivar en tedio y en sucesivas traiciones. Además, ¿quién me garantiza que la elegancia que exhibe no sea postiza, un simple recurso para vivir de las mujeres?

Hanako hace de su aseo diario una academia de reflexión. Los cuidados de una mujer, piensa, se han inventado no solo para mantener la imagen o asegurar la limpieza sino como posesión de un tiempo propio. Es en momentos como este, que hay que tomar con  toda la lentitud necesaria, a través de los cuales circulan las opciones y se proponen decisiones para los entresijos de la vida cotidiana. ¿Dónde podría valorar mejor los comportamientos de las amistades? ¿En qué otro espacio debo considerar las relaciones que mantengo con los hombres de mi vida? ¿No es en este apartado solitario en que me alejo de todos y detengo las actividades, donde puedo recapacitar sobre lo que quiero o no hacer?

Ha vuelto Hiro, le dicen desde el otro lado de la puerta. La mujer no rompe su serenidad. Decidle que estoy pero que no voy a estar, responde. Piensa: Si tiene luces lo entenderá, y si no lo capta no tendré inconveniente en hacérselo ver de otro modo. ¿A cuenta de qué tiene una que dar tantas explicaciones? Por nada del mundo dejaría que interrumpiese mi hora de aseo. O bien la higiene es siempre doble o, mejor dicho, única, que cubra la anatomía del cuerpo pero también la configuración recóndita de la mente, o no hay higiene que valga. Vuelve una voz a interrumpir sus devaneos lógicos. Hiro dice que no volverá si no lo recibes. La risa interior de Hanako está a punto de emerger volcánica, pero se contiene. Estoy en el mejor momento del día, decídselo, encarga con sosiego. Creo que voy a dedicarme a mí misma durante todas las horas que quedan de la jornada. ¿Quién puede procurarme los cuidados más acertados sino la propia mujer que llevo dentro?