"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



25 de agosto de 2020

Encuentro del peregrino y la joven de la casa de té


(Katsushika Hokusai)



Un peregrino llamado Taiji se paró ante el mojón que indicaba el límite de la prefectura. Desconcertado por no saber qué camino seguir para llegar al santuario de Nikko preguntó a Kanae, empleada en la cercana casa de té, y que pasaba por allí casualmente para realizar un mandado. Suelo orientarme muy bien, dijo Taiji, pero no sé por qué me siento confuso. Mi anhelo por llegar al santuario no ha mermado, pero el cansancio y la ansiedad dispersan mi mente. Vas en buena dirección, le replicó Kanae, y no debes ceder puesto que te has propuesto tan noble cometido. Además, ya sabes lo que se dice acerca de Nikko. Que quien no lo haya visto nunca no sabrá jamás lo que es la belleza. El peregrino quebró ante los ojos profundos de la joven y fue osado. Cierto que ese dicho es muy conocido por todas partes, pero creo que la belleza está ahora mismo ante mí. Mi devoto peregrinaje bien puede esperar. Kanae bajó por un instante la mirada y luego reprendió al hombre. Las divinidades y tu promesa son prioritarios. Y jamás debe ser traicionada tu intención fundamental por ningún motivo que surja en el camino, peregrino. No te equivoques. Además, ¿sabes a qué me dedico y cuál es el acontecer de mi vida? Sea el que sea, respondió Taiji, ahora mismo para mí tú eres un santuario vivo. Kanae tembló ante aquellas palabras tan excelsas y fuera del tono al que estaba habituada. Debes partir en busca de Nikko, le indicó. ¿Ves allá al fondo un camino de cedros que se inicia? Síguelo y lograrás tu propósito, viajero. Este, alentado por la delicada presencia de Kanae, no pudo morderse la lengua. Belleza por belleza, tomo la que me ofrece la senda donde me he extraviado. Si hubiera llegado ya a Nikko, ¿no me habría perdido el fruto más gratificante del azar? Hubo un silencio y solo hablaron las miradas. Ve y vuelve, dijo entonces la muchacha. Yo seguiré en la casa de té que hay ahí junto al arroyo. Tendrás luego que demostrarme si la belleza de Nikko es tan desbordante como cuentan. O si no ha sido suficiente para ti.




14 de agosto de 2020

Las pinturas secretas



 (Katsushika Hokusai)



Unos visitantes curiosos preguntaron con aviesa intención al artista por qué solo pintaba vistas exteriores. No solo pinto lo que cualquiera puede ver cada día, sino otros paisajes más reservados, respondió él. ¿Y por qué no los muestra?, le dijeron provocándole. Ah, es que solo están destinados a los iniciados en la belleza y a los estimulados por la inteligencia, sentenció ingenioso el artista.

Todos apreciamos con mucho agrado la calidad y detalle de sus perspectivas sobre el paisaje, le siguieron atosigando con adulación. Así como la presencia omnímoda del Fuji, que no parece tener secretos para usted. Nos asombra cómo deja constancia de las tareas o del bullicio de la ciudad o del paseo de las gentes. Sus grabados son una fuente inagotable de deleite para todos los que admiramos su obra. Si ese mismo trabajo, con la meticulosidad y precisión con que lo ejecuta, lo traslada a la vida íntima seguramente habrá cerrado el círculo de representación del universo de la vida. El artista sonrió ante la insistencia malintencionada. ¿Se merecía aquella gente explicaciones? Un artista sentido no necesita hablar de lo que hace, se dijo a sí mismo, pues la obra habla por él. Les interrumpió con mordacidad razonada. La vida no se cierra por más que los artistas la representemos desde un ángulo u otro. La vida es inagotable y se recrea constantemente. ¿Acaso el sol sale cada mañana del mismo modo sobre el Fuji? El oleaje del mar o el curso de los ríos, ¿dibujan siempre los mismos movimientos? Las estaciones del año, ¿exponen idéntica luz y perfilan únicas geometrías? Las tareas o los entretenimientos de los humanos ¿siguen pasos iguales? Los instantes íntimos y apasionados, ¿se repiten dos veces?

Casi todos los visitantes, enmudecidos, hicieron un gesto afirmando sus conclusiones interrogativas. Pero uno de ellos, acaso el más necio e inoportuno, le espetó con soberbia: maestro, y nosotros que tan partidarios somos de su trabajo, ¿no nos merecemos ver la obra secreta? Nos tenemos por devotos de la belleza y nos consideramos suficientemente espoleados por la inteligencia. El artista, rehuyendo cualquier signo de afectación, optó por descalificarle sutilmente. Es que mi obra recóndita solo va dirigida a los que saben recrear el placer, y no solo a malgastarlo. Y el número de los adeptos a este arte, que es contado, no se abre a la simple curiosidad retorcida y morbosa de cualquiera. 




6 de agosto de 2020

Ajetreo a vista de ociosos


(Katsushika Hokusai)



Me gusta este ajetreo urbano, comenta el ocioso Fusaji a su amigo de infancia Ofumi, ahora monje. Si los dioses nos procuraron al emperador, los hombres nos proporcionan las tareas entretenidas que llenan los días. Algo que tú deberías agradecer como nadie, le responde Ofumi, pues nunca has sabido tener un oficio ni voluntad de desempeñarlo. Fusaji, que alardea de ver el mundo de otra manera, liberal y con perspectiva, dice él, no se arredra ante el comentario directo. Se muestra altivo. Nací para contemplar y para levantar acta del ritmo frenético de la ciudad, ¿te parece poco? Eso me permite observar con distancia ecuánime las tareas y admirar a quienes las ejecutan. Su amigo, reposado pero no carente de criterio, le busca la vuelta. Va a resultar que a quien debemos agradecer la riqueza que fluye por nuestras calles es a tu supuesta capacidad de cronista, y no al trabajo de los artesanos y comerciantes, al sudor de sus empleados y a quienes mantienen el orden y los servicios de la ciudad. 

Este tipo de conversaciones solo se puede tener sobre el puente de Nihon-basi, porque da la justa visión de todos los mundos que habitan en este. Tal es el fragor de un movimiento humano que hipnotiza a los viajeros, entusiasma a los emprendedores y hace presumir a los habitantes de Edo ante los provincianos.

El bohemio Fusaji, que sabe reírse con descaro hasta de su sombra, y que no le afecta lo que digan de él, es también un conversador fantasioso. ¿Te has fijado, Ofumi, que hay toda una escala de valores, y no solo de terrenos, desde este panorama que contemplamos? El monte sagrado de nuestras divinidades preside a lo lejos el palacio del shogun, su delegado en la tierra. Y esa colina del mundo intermedio se eleva a su vez, señorial y dominadora, sobre la frenética actividad de una ciudad elegida. ¿Qué somos nosotros frente a este panorama de bienes? El monje se ajusta la túnica, advirtiendo cierto tufo de pensamiento filosófico en su amigo. ¿El puente donde se cruzan los destinos de estas gentes, tal vez? ¿O el río cuya mirada es diferente cada día que transcurre en nuestras vidas? No vas descaminado, le corta Fusaji. Pero yo no quería tener respuestas, sino solo hacerme preguntas, tal como tú también lo entiendes.

La vieja camaradería permite a ambos amigos sortear sus diferencias y buscar lo que les une. El gusto por la conversación y el paseo sin compromiso. Hablas como un experto pensador, le dice con agrado Ofumi. Al menos aprovechas bien el ocio y sacas conclusiones muy descriptivas, no solo de lo aparente, sino de lo que late bajo la superficie de las cosas. Pero ¿por qué no vas más allá? Naturalmente, para ir más allá tendrías que estar en la piel de cualquiera de los que habitan en los estamentos que has nombrado. No puedes ser el Fuji porque morar en él nos está vetado a los hombres. No puedes ser shogun o cortesano, porque no te fue dado ser elegido para un cargo tan noble. Y tampoco eres cuerpo sudoroso o mente desquiciada por las deudas porque no has ejercitado nunca en la lucha por la vida a través de un trabajo. Fusaji, rápido de reflejos, busca al monje sin sutilezas. Amigo mío, podría aún ser monje como vosotros, que disfrazáis cual servicio al Tao lo que no es sino otra clase de ocio, aunque le llaméis contemplación. 

Ambos echan a reír con estrépito. Los transeúntes les observan asombrados, tal vez pensando que muy de mañana le han dado fuerte al sake.