(Katsushika Hokusai)
Un peregrino llamado Taiji se paró ante el mojón que indicaba el límite de la prefectura. Desconcertado por no saber qué camino seguir para llegar al santuario de Nikko preguntó a Kanae, empleada en la cercana casa de té, y que pasaba por allí casualmente para realizar un mandado. Suelo orientarme muy bien, dijo Taiji, pero no sé por qué me siento confuso. Mi anhelo por llegar al santuario no ha mermado, pero el cansancio y la ansiedad dispersan mi mente. Vas en buena dirección, le replicó Kanae, y no debes ceder puesto que te has propuesto tan noble cometido. Además, ya sabes lo que se dice acerca de Nikko. Que quien no lo haya visto nunca no sabrá jamás lo que es la belleza. El peregrino quebró ante los ojos profundos de la joven y fue osado. Cierto que ese dicho es muy conocido por todas partes, pero creo que la belleza está ahora mismo ante mí. Mi devoto peregrinaje bien puede esperar. Kanae bajó por un instante la mirada y luego reprendió al hombre. Las divinidades y tu promesa son prioritarios. Y jamás debe ser traicionada tu intención fundamental por ningún motivo que surja en el camino, peregrino. No te equivoques. Además, ¿sabes a qué me dedico y cuál es el acontecer de mi vida? Sea el que sea, respondió Taiji, ahora mismo para mí tú eres un santuario vivo. Kanae tembló ante aquellas palabras tan excelsas y fuera del tono al que estaba habituada. Debes partir en busca de Nikko, le indicó. ¿Ves allá al fondo un camino de cedros que se inicia? Síguelo y lograrás tu propósito, viajero. Este, alentado por la delicada presencia de Kanae, no pudo morderse la lengua. Belleza por belleza, tomo la que me ofrece la senda donde me he extraviado. Si hubiera llegado ya a Nikko, ¿no me habría perdido el fruto más gratificante del azar? Hubo un silencio y solo hablaron las miradas. Ve y vuelve, dijo entonces la muchacha. Yo seguiré en la casa de té que hay ahí junto al arroyo. Tendrás luego que demostrarme si la belleza de Nikko es tan desbordante como cuentan. O si no ha sido suficiente para ti.