"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



28 de abril de 2020

El canto de las hormigas y el filósofo


(Katsushika Hokusai)


El anciano filósofo Zheo, que observa desde la orilla del camino el paso de las trabajadoras, interrumpe su canto acorde. ¿Sabéis que antes de que nacierais vosotras ya existía el canto? No somos tontas, maestro. Nos acunaron con canciones, dice la más atrevida del grupo. ¿Sabéis que al cantar salen los malos humores del cuerpo?, insiste. ¿Usted cree que cantamos acaso para ser más ricas?, dice una ingeniosa. Todas se echan a reír. El filósofo no cesa. ¿Sabéis que con la canción rozáis la condición de los dioses? No llegamos a tanto, dice una de las mujeres con más carácter. Nos conformamos con impresionar a un molinero o a un obrero de la serrería para que nos mime. Y el coro de la canción se troca de nuevo en coro de risas. ¿Sabéis que las canciones dan amor incluso al que menos amor recibe?, eleva el tono provocador el anciano. Nosotras sabemos muy bien cantar la canción de nuestro cuerpo para ser amadas, le mantiene el pulso con desparpajo la que va a la cola de la fila. El buen Zheo se siente cada vez más filósofo. ¿Sabéis que el canto canta a la pérdida más que a lo que se posee? A nosotras nos gusta sobre todo cantar a lo que no tenemos y preferiríamos tener aunque luego cantásemos lo perdido, le replicó descarada la que más razonaba de todas. Por un momento el viejo Zheo, al que se tenía por sabio, bajó la cabeza haciendo gestos de afirmación con ella. Luego la alzó y se dirigió por último a las mujeres. Bien, puesto que veo que tenéis respuestas para todo no interrumpo más vuestra marcha. Con gusto iría con vosotras si mis piernas me lo permitieran. Yo también necesito vuestras canciones para convencerme de que debo seguir sintiendo la vida. Entonces ellas agitaron las manos en homenaje. Ahí tiene toda la razón, maestro Zheo, respondieron gozosas. Cantamos y cantaremos para sentir a cada instante la vida.




(Hay filósofos reconocidos que no dejan de ir, cuando otros ignotos no  cesan de estar de vuelta)


20 de abril de 2020

El dignatario viaja de incógnito


(Katsushika Hokusai)


Shunro Iitsu, recién nombrado dignatario de la ciencia en la corte, viajó de incógnito para incorporarse. Al borde de un roquedal detuvo su caballo para contemplar el paisaje de la nieve. El invierno es protector, dijo a su criado. Los próximos ciclos de la tierra dependerán de cómo se comporte esta estación. La generosidad del suelo en los meses que vengan se está manifestando ahora mismo aquí, debajo de nosotros. Señor, no le digo que no, le respondió con humildad su criado Taito, y bien sabe que soy admirador de sus conocimientos como el que más. Pero mi cabalgadura son estas piernas y estos pies míos a los que no hará felices la naturaleza si permanecemos parados mucho tiempo. Taito, te entiendo y no deseo tu mal, le contestó Iitsu. Mas todo lo que tiene valor exige un sacrificio, cuando no correr un riesgo. Admira el entorno que se nos ofrece. Percibe la textura mollar de la nieve. Distingue las alturas encrespadas y los valles dóciles. Observa la recóndita flor que solo podrías hallar aquí bajo la advocación del manto de las divinidades. 

Taito no paraba de dar pequeños saltos sobre la nieve. Diga si quiere que soy un quejica, pero ¿cómo extasiarse con la belleza cuando el calor le abandona a uno y la humedad hiere las entrañas? Cuando lleguemos a Edo agradecerás que hallamos elegido una ruta retirada y sensible, le consoló el dignatario. Una vez en la corte no tendremos tantas oportunidades de disfrutar de la tierra indomable y auténtica, por muchos jardines hermosos que dicen que hay allí. Por eso mismo tenemos que retener en la mente y en los sentidos cada detalle. De ello depende que en la ciudad apacigüemos nuestros instintos y controlemos nuestros deseos. El criado, que había estado atento, sacó sus conclusiones.  ¿Quiere decir, señor, que todo allí es artificial y aparente? ¿Y que debemos compensar la realidad de lo ficticio con la verdad que la memoria resguarde dentro de nosotros? Bien lo has interpretado, mi servicial Taito. Y te diré más. Lo que hoy estás viendo y sintiendo dentro de ti podrás relatárselo a las jóvenes que cortejes. Allí también hay flores ocultas que esperan ser descubiertas por un sagaz explorador. Al muchacho le sonó mejor esa perspectiva que le brindaba su jefe. ¿Cómo son las mujeres de Edo?, le preguntó. El jefe fue severo. No descuides ahora tu mirada ni tu capacidad de percibir lo que tienes delante. Cuando lleguemos allí tendremos ocasión de hablar de las mujeres. ¿O pensabas que yo estaba al tanto? Mis conocimientos, prosiguió el dignatario Iitsu, abundan en la exuberante materia del campo, de las montañas o de los ríos, pero es deficiente en todo cuanto crece fértil y salvaje dentro de una mujer. Reemprendamos la marcha, Taito, que te quiero sano y salvo para acometer otro tipo de aventuras. 

    


(Solo hay un instinto en la naturaleza, aunque tenga diversas expresiones)


11 de abril de 2020

El geógrafo en el albergue de los sueños



(Katsushika Hokusai)


En la casa de las afueras una luz tenue advierte a los viajeros que se ofrece el placer. El geógrafo Manji, que lleva días recorriendo a pie la región montañosa, se detiene en el zaguán. Busco donde albergarme esta noche, dice a la encargada que le recibe. Ella, perspicaz, le informa. Aquí podemos ofrecerle sueños, usted sabrá si le interesan. Los paisajes de esta región me han brindado tal clase de ensoñaciones que me siento satisfecho, se sincera Manji. La encargada, obsequiándole con una taza de té, le habla con sutileza. Hay sueños que nacen de otros paisajes. Figuras que se mecen como los juncos. Fragancias íntimas que invaden los olfatos sibaritas. Sustancias cuya libación reviven los deseos más soterrados. Palpaciones que descubren proporciones exigentes y desconocidas.

Bien sea por las palabras de la mujer o por el aroma del té, Manji acaricia el aliciente de la conversación. Mire que es difícil superar la armonía del universo cuando se  recorren los caminos.  Y mi oficio me ha enseñado mucho de ello. Cerrar los ojos al mundo de las formaciones geológicas  o rechazar la inhalación del olor que emana de las flores o no poner oído al canto original y variado de las aves o no ceder a la palpación del bambú sería un error imperdonable. La belleza del paisaje solo existe cuando afinamos nuestros sentidos como herederos del suelo, de las aguas y del éter. Cada pisada, señora,  me ha llevado a un mundo más profundo.

Todo eso que dices es cierto, replica ella. Me admiran tus conocimientos y alabo tu sensibilidad. Pero ¿crees que es suficiente? ¿Te parece que todo lo existente está ahí afuera? ¿No sabes que hay más mundos dentro del visible y mucho más allá del aparente? ¿Dimensiones concéntricas ocultas que se multiplican en un mismo cuerpo? ¿Movimientos convulsos que  brindan sus ritmos para quien desee abandonarse a ellos? El geógrafo, que escucha a la señora con creciente interés, se siente espoleado. En mis peregrinaciones por esta y otras regiones se han mostrado ante mi mirada toda clase de armonías. Incluso las que se explican solamente por el caos. ¿Me quiere decir usted que en este albergue humilde puedo encontrar visiones no descubiertas y sensaciones no percibidas? Joven Manji, le susurró la mujer, aquí vienen aldeanos y comerciantes, guerreros y dignatarios, artistas y monjes. No hay condición de hombre que no se detenga en este lugar apartado. Pero ellos no esperan lo que intuyo que tú buscas, el verdadero fruto de la tierra. La esencia de la femineidad.

Entonces, Manji cedió a la aguda y velada proposición de la señora. Me quedaré esta noche, dijo, pero a condición de que me garantice que viviré dos sueños.




(No dar por suficientemente conocido lo vivido; estar abierto hasta el fin al brindis de la vida)


4 de abril de 2020

El aprendiz de artes


(Katsushika Hokusai)


La primera vez que Taira, aprendiz de dibujo de una pequeña urbe del sur de Hondo, visitó la gran ciudad no dejó de sorprenderse del ajetreo. A medida que se acercaba a Edo cada giro de cabeza le deparaba un paisaje insólito. Fuese el trasiego de mercancías o el transporte más rudimentario de viajeros o el paseo de abundante gente ociosa al aprendiz le parecía encontrarse en otro mundo. Entonces pensó en sus habilidades y en lo grande que le resultaba todo aquello para desarrollarlas. Mis nociones más elementales de dibujo se me quedan chicas para abarcar este universo tan vital, dijo a su preceptor. No temas. Si tienes de verdad madera de pintor lo vas a comprobar pronto, le respondió amable el señor Higuchi. De momento mira por todas partes. Absorbe cada situación que veas. Toma constantemente apuntes, incluso a la carrera. Sin prisas, sin agobio alguno. Lleva siempre una carpeta liviana y los útiles de escritura y dibujo más sencillos. ¿No debo ponerme enseguida a la tarea de iluminar los paisajes sobre el papel?, preguntó el joven. El paisaje, le contestó su preceptor, no se va a ir. Taira mostró cierta ansiedad. Pero la gente va muy deprisa, me costará captar sus movimientos. Y el otro: la gente vuelve y va continuamente. No vas a advertir diferencia en su comportamiento de unos días a otros. El aprendiz seguía preguntando inquieto. Pero, ¿cómo sabré si son los mismos y si hacen las mismas labores? Higuchi era benévolo con él. ¿Acaso te importa más un rostro sobre otro? ¿Piensas que las labores cambian de un día al siguiente?

Maestro Higuchi, lo que más me preocupa es no precisar la luz. Es más rápida que la gente, más revuelta que las aguas, más mutable que las nubes. La luz es cambiante, cierto, le consoló el maestro, pero muy generosa. Lo que un día te quita, otro te lo devuelve con creces. Una mañana tiemblas porque nace el día apagado, pero al siguiente te permite ver la cumbre de la gran  montaña. Taira no cesaba en su inquisición sobre el maestro. Me desconcierta la crecida ondulante y agitada de los ríos. ¿Piensa que seré capaz de reflejarlo con mi mano? Tú mira la corriente y deja que te robe la mirada. El río es un ladrón honrado que sabe devolver lo hurtado. Tu mano, al fin y al cabo, no hará sino seguir los pasos que le indique tu visión personal de lo que se te muestra.

El aprendiz, encontrando satisfactorias y animosas las respuestas del maestro, abusó de su condescendencia. Aún hay algo que me abruma más. ¿Llegaré a representar a las mujeres tales como se muestran? ¿Cómo podré acceder a ellas para que se conviertan en modelos? Higuchi, que estaba de vuelta del viaje de la vida, le observó con mirada escéptica y divertida. Ah, joven Taira. Representar a las mujeres no es lo más sencillo, pero sí lo más profundo, si lo logras. Yo puedo señalarte los burdeles con las mujeres más hermosas y satisfactorias de la ciudad. También puedo indicarte los domicilios de las mujeres fieles, cuyo rostro y porte no difieren demasiado de las otras. Y si te quedas simplemente a la orilla de los caminos verás todos los días mujeres hacendosas que realizan su trabajo honrado y se vanaglorian de un cierto margen de independencia de sus horas, sin que desmerezcan de otra clase de mujeres. Qué tipo de mujer querrás retratar depende de tu elección. Yo nunca tuve dudas, le confesó. Taira, que se sentía excitado por las revelaciones de su maestro. llegó al límite. Usted, ¿cuales eligió?, se atrevió a preguntar. El maestro se levantó, corrió la fusuma de aquel espacio de la casa, y le dijo alejándose: a todas. Nunca fui desdeñando a unas o dejándome atraer solo por otras. Pero tú tendrás que adivinarlo cuando llegue el momento.




(No hay un conocimiento más auténtico que el aprendizaje permanente. Incluso de las personas)