(Katsushika Hokusai)
La primera vez que Taira, aprendiz de dibujo de una pequeña urbe del sur de Hondo, visitó la gran ciudad no dejó de sorprenderse del ajetreo. A medida que se acercaba a Edo cada giro de cabeza le deparaba un paisaje insólito. Fuese el trasiego de mercancías o el transporte más rudimentario de viajeros o el paseo de abundante gente ociosa al aprendiz le parecía encontrarse en otro mundo. Entonces pensó en sus habilidades y en lo grande que le resultaba todo aquello para desarrollarlas. Mis nociones más elementales de dibujo se me quedan chicas para abarcar este universo tan vital, dijo a su preceptor. No temas. Si tienes de verdad madera de pintor lo vas a comprobar pronto, le respondió amable el señor Higuchi. De momento mira por todas partes. Absorbe cada situación que veas. Toma constantemente apuntes, incluso a la carrera. Sin prisas, sin agobio alguno. Lleva siempre una carpeta liviana y los útiles de escritura y dibujo más sencillos. ¿No debo ponerme enseguida a la tarea de iluminar los paisajes sobre el papel?, preguntó el joven. El paisaje, le contestó su preceptor, no se va a ir. Taira mostró cierta ansiedad. Pero la gente va muy deprisa, me costará captar sus movimientos. Y el otro: la gente vuelve y va continuamente. No vas a advertir diferencia en su comportamiento de unos días a otros. El aprendiz seguía preguntando inquieto. Pero, ¿cómo sabré si son los mismos y si hacen las mismas labores? Higuchi era benévolo con él. ¿Acaso te importa más un rostro sobre otro? ¿Piensas que las labores cambian de un día al siguiente?
Maestro Higuchi, lo que más me preocupa es no precisar la luz. Es más rápida que la gente, más revuelta que las aguas, más mutable que las nubes. La luz es cambiante, cierto, le consoló el maestro, pero muy generosa. Lo que un día te quita, otro te lo devuelve con creces. Una mañana tiemblas porque nace el día apagado, pero al siguiente te permite ver la cumbre de la gran montaña. Taira no cesaba en su inquisición sobre el maestro. Me desconcierta la crecida ondulante y agitada de los ríos. ¿Piensa que seré capaz de reflejarlo con mi mano? Tú mira la corriente y deja que te robe la mirada. El río es un ladrón honrado que sabe devolver lo hurtado. Tu mano, al fin y al cabo, no hará sino seguir los pasos que le indique tu visión personal de lo que se te muestra.
El aprendiz, encontrando satisfactorias y animosas las respuestas del maestro, abusó de su condescendencia. Aún hay algo que me abruma más. ¿Llegaré a representar a las mujeres tales como se muestran? ¿Cómo podré acceder a ellas para que se conviertan en modelos? Higuchi, que estaba de vuelta del viaje de la vida, le observó con mirada escéptica y divertida. Ah, joven Taira. Representar a las mujeres no es lo más sencillo, pero sí lo más profundo, si lo logras. Yo puedo señalarte los burdeles con las mujeres más hermosas y satisfactorias de la ciudad. También puedo indicarte los domicilios de las mujeres fieles, cuyo rostro y porte no difieren demasiado de las otras. Y si te quedas simplemente a la orilla de los caminos verás todos los días mujeres hacendosas que realizan su trabajo honrado y se vanaglorian de un cierto margen de independencia de sus horas, sin que desmerezcan de otra clase de mujeres. Qué tipo de mujer querrás retratar depende de tu elección. Yo nunca tuve dudas, le confesó. Taira, que se sentía excitado por las revelaciones de su maestro. llegó al límite. Usted, ¿cuales eligió?, se atrevió a preguntar. El maestro se levantó, corrió la fusuma de aquel espacio de la casa, y le dijo alejándose: a todas. Nunca fui desdeñando a unas o dejándome atraer solo por otras. Pero tú tendrás que adivinarlo cuando llegue el momento.
Maestro Higuchi, lo que más me preocupa es no precisar la luz. Es más rápida que la gente, más revuelta que las aguas, más mutable que las nubes. La luz es cambiante, cierto, le consoló el maestro, pero muy generosa. Lo que un día te quita, otro te lo devuelve con creces. Una mañana tiemblas porque nace el día apagado, pero al siguiente te permite ver la cumbre de la gran montaña. Taira no cesaba en su inquisición sobre el maestro. Me desconcierta la crecida ondulante y agitada de los ríos. ¿Piensa que seré capaz de reflejarlo con mi mano? Tú mira la corriente y deja que te robe la mirada. El río es un ladrón honrado que sabe devolver lo hurtado. Tu mano, al fin y al cabo, no hará sino seguir los pasos que le indique tu visión personal de lo que se te muestra.
El aprendiz, encontrando satisfactorias y animosas las respuestas del maestro, abusó de su condescendencia. Aún hay algo que me abruma más. ¿Llegaré a representar a las mujeres tales como se muestran? ¿Cómo podré acceder a ellas para que se conviertan en modelos? Higuchi, que estaba de vuelta del viaje de la vida, le observó con mirada escéptica y divertida. Ah, joven Taira. Representar a las mujeres no es lo más sencillo, pero sí lo más profundo, si lo logras. Yo puedo señalarte los burdeles con las mujeres más hermosas y satisfactorias de la ciudad. También puedo indicarte los domicilios de las mujeres fieles, cuyo rostro y porte no difieren demasiado de las otras. Y si te quedas simplemente a la orilla de los caminos verás todos los días mujeres hacendosas que realizan su trabajo honrado y se vanaglorian de un cierto margen de independencia de sus horas, sin que desmerezcan de otra clase de mujeres. Qué tipo de mujer querrás retratar depende de tu elección. Yo nunca tuve dudas, le confesó. Taira, que se sentía excitado por las revelaciones de su maestro. llegó al límite. Usted, ¿cuales eligió?, se atrevió a preguntar. El maestro se levantó, corrió la fusuma de aquel espacio de la casa, y le dijo alejándose: a todas. Nunca fui desdeñando a unas o dejándome atraer solo por otras. Pero tú tendrás que adivinarlo cuando llegue el momento.
(No hay un conocimiento más auténtico que el aprendizaje permanente. Incluso de las personas)
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ResponderEliminar¿O acaso salen a relucir? No sé. Aún no son tiempos de guerra, aunque lo parezcan, pero ojo, no nos equivoquemos.
EliminarAsí es Chitón, no he pensado de otra manera.
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo este relato.
Gracias.
Saludos.
Bien por pasar y leerlo. Las imágenes de Kokusai no tienen pérdida. Puedo pasarme largos momentos escrutándolas y siempre me quedo corto. Bien estar, Rosa.
EliminarTaira ha de emprender el camino del aprendizaje, si quiere llegar a la perfección. Muy bueno ese diálogo entre maestro y aprendiz.
ResponderEliminarUn abrazo
Supongo que un diálogo como tantos otros, al estilo de allá, claro. Gracias por seguir los relatos. Un buen y luminoso día.
EliminarMe asombro siempre por la profundidad de tus escritos pese a la simpleza (o más bien síntesis) de las imágenes en las que te inspiras. Gracias
ResponderEliminarLas imágenes están cargado de vida y significados. Yo me limito a mirar, escuchar y sentir. El mundo está a nuestro alcance (sin mayores pretensiones) Gracias por tu lectura.
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ResponderEliminarInteresante diálogo. La curiosidad lleva al aprendizaje. Se está aprendiendo cada día y hasta el último día. Y aprender a conocer a las personas es lo mas complicado; siempre puedes descubrir algo nuevo o desconocido de ellas... Siempre un gusto pasar.
Y ellas en nosotros. El encuentro es un viaje de ida y vuelta entre individuos, algo mutuo. Intercambio y cesión. Gracias por comentar, Soco.
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