"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



27 de mayo de 2020

La casa del risco, la cascada y el arquitecto


(Katsushika Hokusai)



¿Quién vive en lo alto del risco?, pregunta el célebre arquitecto Masaoka a los funcionarios de la prefectura que le acompañan en la visita a la zona. Un modesto artesano, le responden. El arquitecto se atusa la barba. Me gusta. Que alguien humilde pueda aspirar a acercarse a los cielos le honra. Y si lo hace junto a una cascada le envidio. Ya quisiera yo vivir ahí.

Sus acompañantes se miran unos a otros, desconcertados por la ocurrencia, ocultando las risas. Un técnico joven y ambicioso que aspira a asentarse en la Corte, donde Masaoka es tan estimado como reconocido, osa cuestionarle. Pero señor, es un lugar agreste y de difícil acceso. Un dignatario de carrera como usted, ¿podría soportar las incomodidades? ¿Le sería práctico? ¿Honraría a sus conocimientos con el retiro a este paraje trivial perdido en lo más apartado? Le doy la razón, responde el arquitecto, en cuanto a la ubicación abrupta. También en que se trata de un paraje que no suele aparecer en los mapas. Pero de ningún modo puedo estar de acuerdo en que se trata de un paisaje trivial. Pues, ¿qué es lo práctico? ¿Aquello que gira solamente en torno a la vida económica de una región? ¿Cuanto transcurre entre los muros de una urbe? ¿Lo que se halla en la proximidad de los gobernantes y sus caprichosas disposiciones? Y lo trivial, ¿no es todo cuanto, como en este caso, no ha sido intervenido por la voluntad humana transformadora, tantas veces desacertada y perjudicial? Sin duda lo práctico se abre paso por doquier y marca la riqueza y su distribución entre los habitantes de un territorio. Pero hay otro sentido de lo práctico que se oculta en los espacios más extraviados y desconocidos. Que solo son habitados o concurridos por gentes sencillas que viven del día a día. ¿Acaso no confluyen en este rincón los elementos que siempre se han considerado nutrientes de la existencia? ¿No están ante nosotros las fuerzas vivificadoras? ¿No recurren al agua, a la piedra, al árbol o al viento los sentidos con el fin de percibir tanto la belleza como la armonía del mismo funcionamiento terrestre? En definitiva, ¿dónde podría yo encontrar mejor inspiración que en el casamiento entre las formas del relieve y el fondo sencillo de un cobijo que se muestra ante nuestra mirada?

El joven que trata de marcarse méritos todavía se resiste a la argumentación del arquitecto. Usted, maestro Masaoka, que construye para el emperador y los príncipes, tiene designios más elevados. ¿Se le ocurriría traer aquí a vivir al mandatario más excelso en nombre de unas ideas tan espirituales? Masaoka hace un gesto irónico. No soy quién para traer a un lugar como este u otro cualquiera a quien me otorga reconocimientos y me da el trabajo. Ni siquiera para proponérselo, pues entiendo las funciones que desarrollan quienes tienen que vivir pendientes de la gobernación. Pero la visión de este lugar, mi joven ayudante, ha penetrado en mi mente y la ha enriquecido. Y mi mente dice que puedo llevar lo que veo hasta los dominios del Emperador. ¿No se ponen ordinariamente la ciencia y la técnica al servicio de los palacios o de los edificios de la burocracia? ¿No median ellas en el ordenamiento de las ciudades? ¿No serían las mejores aliadas para representar en Edo o Kyoto lo que aquí y ahora mismo admiramos como un don de la propia naturaleza? Respetemos este entorno y llevémoslo a través de nuestros saberes y nuestro ingenio hasta las ciudades para que estén menos huérfanas.



(De aquellos orígenes ancestrales proceden las ideas que la mano del hombre ejecuta)


19 de mayo de 2020

Dos amigos en la casa de té


(Katsushika Hokusai)


Cuando hicimos un alto en la casa de té de Koishikawa, en el viejo camino a Edo, era invierno y la carretera estaba impracticable. El lugar, reconvertido en taberna e incluso en posada, pues la situación del país había dado un vuelco, se hallaba sumamente concurrido. Viajeros desconcertados que buscaban donde pasar la noche dado el estado de sitio decretado en la capital, militares licenciados tras la rendición, comerciantes que no sabían a qué atenerse con el mal tiempo, campesinos y artesanos forzadamente ociosos, y la inevitable corte de mujeres de compañía que trataban de obtener beneficio del desconsuelo de los hombres.

Circulaba dinero negro y devaluado. Algunos proponían negocios nada claros que nadie sabía si se llevarían a efecto. Se jugaba a los juegos de azar exponiendo a la desesperada títulos de propiedad de bienes y familias. Corría el sake, que también había subido de precio. Mi amigo Jakuren, licenciado en las artes y técnicas de la medicina, porque él aseveraba que arte y técnica son las dos caras del mismo cuerpo de la atención, fue tentado por uno de aquellos tahúres. Afortunadamente su apuesta fue prudente, la pérdida escasa, y supo adaptar allí mismo uno de los principios de su aprendizaje. Aplica cuidados antes de que se infecte la herida y corta antes de que llegue la gangrena. Eso lo dices ahora, le consolé, pero si no tiro de ti hubieran intentado quitarte hasta el diploma. Mi amigo rio y de pronto se puso pensativo. ¿Crees que mi carrera me servirá para dar respuestas a la vida? Crecido en su actitud me pareció oportuno animarle. Creo más bien, le dije con cierta severidad, no exenta de benevolencia, que es más bien la vida la que confirmará tus conocimientos. Los específicos y los generales, pues de la observación amplia y del trato con tus pacientes deducirás, con altas posibilidades de acierto, lo que no imaginas. Él afirmó con la cabeza. Esa debe ser el lado de arte que  compone mi profesión, ¿verdad? Una parte fundamental, le apoyé, pues irás descubriendo que cada enfermo es único y, por lo tanto, aunque haya características comunes con otros necesitarás comprender qué le diferencia de otros.

Jakuren se puso cabizbajo repentinamente. De todos modos, en malos tiempos tengo que afrontar la tarea. Le corregí. O en buenos para aprender, pues verás cosas profundas y sorprendentes de la manera de ser de los humanos que en otras circunstancias más pujantes te serían ocultadas. Eso te acercará al paciente, sin duda, pero todavía te conducirá más lejos, a prospectar y acaso entender a la persona. Su faz cambió, supongo que por efecto de mis palabras. Pero temí haber sido excesivamente moralista. De pronto le dije: no me hagas demasiado caso. No soy precisamente el más apropiado para dar lecciones ni consejos a nadie. Bien sabes que no tengo oficio y que vagabundeo por esos mundos con trucos y villanías que no solo salen de mis escritos. Mi amigo hizo un guiño. Eh, tal vez curen más tus relatos que los tratados de la ciencia y los tratamientos de los médicos, y me golpeó cariñosamente en el pecho. Fui sarcástico. O que perjudiquen, o que condenen, o que manden a las entrañas del Fuji, no olvides que tengo un modo de escribir muy oscuro y nada alentador.



(¿Quién puede garantizar la salvación por la literatura?)

13 de mayo de 2020

El monje anciano y el novicio


(Katsushika Hokusai)


Cuando observas el paisaje, ¿con cuántos ojos lo miras?, pregunta el monje anciano al novicio que es considerado alumno avanzado. Este, que no quiere que quede en evidencia su prestigio, describe meticuloso y ufano sus percepciones. Lo miro con las manos porque palpo la tierra. Lo miro con los oídos porque escucho a las aves. Lo miro con la boca porque degusto sus frutos. Lo miro con el olfato  porque aspiro sus aromas. Lo miro con la vista porque quiero abarcar toda su geometría. El anciano afirma con la cabeza pero pone un gesto insatisfecho. ¿Solo ves con esos ojos lo que no se limita a ser un conjunto sino que se despliega en detalles? ¿Lo que no son apenas partes sino también un todo? Pongo todos los sentidos a disposición de la visión, dice el joven tímidamente. Entonces, si  las laderas de los montes, los caminos y los caseríos están cubiertos de nieve, ¿con qué ojos los ves? El novicio, en un golpe de ingenio, desafía la pregunta. Con la imaginación. Muy bien, dice el otro. ¿Y si la niebla cubre la distancia que transitas? El novicio se crece. Con la intuición, sin duda, exclama. Eres agudo y sabes distinguir la mirada nítida de la velada. Pero espera, inquiere el monje. El aire, por ejemplo, ¿con qué mirada lo observas? Si suena, es mi capacidad de audición la que me lo hace ver, dice el novicio, cuya respuesta vuelve a ser recurrida por el anciano. Y ¿si te golpea el rostro hasta herirlo y llenarlo de arrugas? El novicio no sabe responder y busca confuso una explicación. No sé, maestro, lo reconozco. Con la mirada del tiempo que transcurre, que es la más acertada y dolorosa, asevera el anciano. Pero eso tú, hoy, no puedes aún saberlo, pues hay miradas largas que solo van tras nuestros pasos.


(Nunca mirar solo en una dirección. Nunca reducir la dimensión de lo mirado. Nunca creer que se ve lo que aparenta dejarse ver)


5 de mayo de 2020

Los enamorados ante la fiesta de las Estrellas


(Katsushika Hokusai)



¿Estás preparado para la celebración de las Estrellas? Toyo, la hija de la dueña de la casa de té, que se ha encontrado con el criado Suwa se siente excitada por la proximidad del acto más importante del verano. Siempre estoy más dispuesto a una celebración alegre que a un acto luctuoso, responde el joven. Toyo no quiere desperdiciar la ocasión. Espero que no faltes, pues aunque las estrellas se encuentren en el cielo nuestra alegría sería escasa si no coincidiéramos tú y yo. Tus padres no aprobarán nuestra complicidad, le recuerda Suwa. No olvides los problemas que tuvimos aquella noche que me pillaron en la cercanía de tu casa. Pero mañana es una fiesta colectiva, exclama animada la joven. Todos estaremos y pasaremos inadvertidos. Conque tú te identifiques con una de las dos estrellas y yo con la otra habremos trazado una línea de aproximación de la que nadie podrá percatarse. No olvides que es nuestro secreto. Suwa se rasca el cogote. ¿Crees, Toyo, que con imaginar que ambos somos una estrella nos conformaremos? Seguramente no, concedió ella, pero será una manera de seguir estando cerca uno de otro. Más importante que nos encarnemos en nuestra fantasía como Orihime o como Hikoboshi, las estrellas separadas de la constelación, es que nos escribamos pequeños deseos y los colguemos de los árboles o los pongamos a flotar sobre una hoja en el río. Suwa no lo acaba de ver claro. ¿Tú crees que eso bastará para sentirnos más cerca el uno del otro? Una fiesta tan típica como la de las Estrellas está muy bien cuando hay algo seguro detrás, pero mientras no logre llegar a ti me parecerá un gesto insuficiente, si no inútil. Las estrellas no se pueden poner en mi lugar ni en el tuyo. ¿Y si aprovechamos el revuelo de la fiesta para escapar de nuestras familias?, propone la muchacha. La mirada de Toyo destella una luz especial, pícara. Hagamos una cosa. Primero escribimos los deseos, como todo el mundo. Luego fingimos que los ponemos a merced de la corriente o en las ramas, y que todos nos vean en plena agitación. Pero los papeles nos los reservamos para nosotros. Después, como el pueblo entero estará pendiente del ajetreo, nos vamos hasta el recodo de los bambúes que hay junto al molino, y tú me lees el tuyo y yo te leo el mío. Suwa se siente impresionado por la ocurrencia de su amada. De pronto, la duda. Pero si estará a punto de caer la noche, ¿cómo podremos entonces leer lo escrito? Fácil, dice Toyo. Tú lees mi deseo en mis labios y yo leo tus anhelos en tu boca. 



(La imaginación ayuda a superar obstáculos)