"Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres."

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche.



23 de noviembre de 2020

Las hermanas

 

                                                                   
(Kitagawa Utamaro)


¿No te cansas de esperar en vano a tu samurai?, pregunta Aiko con ironía a su hermana mientras le atusa los cabellos. Cada día me haces la misma pregunta y cada día te contesto que no hay espera vana cuando la meta a alcanzar es satisfactoria, le responde Seijun con aplomo. 

Con frecuencia al alisar aquella larga cabellera negra Aiko gusta de hacer rabiar a la otra. Yo te peino día tras día para que estés presentable por si aparece de improviso, aunque bien sabes que cuando un guerrero está a punto de llegar suele venir precedido de rumores y anuncios que ponen sobre aviso a todos. Mi samurai es muy especial, tiene más de monje místico que de feroz servidor de su señor, le responde Seijun sin dejarse amilanar. Le gusta la discreción y prometió antes de partir que rendiría cuentas de su misión solo a quien requirió de sus servicios y que no se entregaría a otro culto que no fuera a mi persona. Aiko encuentra divertida aquella seguridad de su hermana e insiste en polemizar. No sería el primer samurai que viera la vida de otra manera después de hacer una campaña. Además, ¿quién te dice que su mística guerrera y amorosa no la dirige hacia otro señor más dadivoso y hacia otra señora más complaciente? Seijun encuentra hirientes aquellas palabras. ¿No sabe tu boca segregar saliva en lugar de veneno? Yo al menos tengo un hombre en el que pensar en el transcurso de las horas del día y al que esperar aunque se sucedan las estaciones del año. Y eso me proporciona seguridad. En cambio tú pareces conformarte con las lecturas de esos libros que te traen de Yoshiwara, un barrio de perdición que parece pertenecer más a otro país más que al nuestro, y que te llenan la cabeza de fantasías. 

Seijun ha terminado la frase con un quejido ahogado. El tirón de pelo de su hermana le ha sorprendido y por un momento le crece la cólera. Pero Aiko la sigue peinando con delicadeza pensando si debe desquitarse. De pronto gira la cabeza de Seijun y mira a sus ojos con agudeza. En lo que leo hay todo tipo de seres que me hacen sentir e incluso vibrar, sin riesgo de traición ni de pérdida. Si me son nobles, condesciendo. Si me enamoran, me entrego. Me invitan a sus aventuras y yo me apunto a ellas. Si recorren el mundo más allá de nuestras islas me embarco para saber cómo es lo que hay al otro lado. Nunca me tratan mal y su espera no me supone ansiedad alguna. ¿Que desaparecen del relato? Otros llegarán. ¿Para qué padecer por las inciertas promesas de los vivientes? ¿Por qué esperar a individuos de paso cuando puedo retener a cualquier personaje que me cautive?

Qué diferentes somos, responde Seijun tras un silencio que es más producto del asombro que de la confusión. En el fondo somos tan parecidas, le corrige Aiko con guasa. Ninguna de las dos toca otro cuerpo que no sea el propio.

  


14 de noviembre de 2020

Utamaro. Sueño de la escribiente


(Kitagawa Utamaro)


La dulce Sei soñó una noche que dejaba de escribir. Varios vecinos se la acercaban y la inquirían displicentes: Sei, ¿por qué no escribes? Atemorizada, los rehuía e iba a ocultarse entre los bambúes. Al borde del camino aparecía entonces el melancólico pastor de cabras. Me han dicho que ya no escribes nada, Sei, ¿y cómo voy a acompañar entonces mis largos tiempos de soledad?  Sei le replicaba: escribiré solo para ti, porque solo deseo escribir para los solitarios y para los que son apartados del mundo. En aquel momento el joven pastor desaparecía y las cabras cercaban a Sei. Volveré a escribir, volveré a escribir, se puso a gritar como loca tomando a la carrera la senda que iba a la aldea. Pero cuando llegó la aldea tampoco estaba. 

Sei se despertó con tal brusquedad que le costó respirar. Se sentó temblorosa y agitada sobre el futón y la humedad de las manos no era de sudor sino de tinta.



Garras de la noche
¿por qué hendís mis sienes?
Solo soy vuestra
si el sueño escribe.
Mi voz para los hombres.