(Kitagawa Utamaro)
La dueña de una lujosa casa de té observó que una de sus geishas desatendía a los clientes. Mira que me fuiste recomendada por tu padre, el noble Fujita. ¿Es que le vas a dejar en mal lugar? Todo el día ahí, absorta en el espejo. ¿Qué esperas encontrar hoy en ti que no vieras ayer? La geisha movió la cabeza desde el espejo al rostro de la gobernanta sin emitir palabra y volvió, indolente, a contemplar el rostro del día anterior. Luego, con humildad explicó: simplemente trato de evitar que se pierda mi imagen. La otra echó una carcajada. Quien tiene que decir que no pierdes tu hermoso rostro son quienes vienen a reclamar los servicios de este lugar. Además, si te preocupa algún ligero cambio, porque perder lozanía no la pierdes ya que eres muy joven, sabes de sobra que el maquillaje lo ocultaría. Y tu actitud solícita, los exquisitos modales y las artes que te hemos enseñado lo corregirán a los ojos de los hombres pudientes que vienen a relajarse y de paso cerrar sus negocios. No eres tú sola la que queda en entredicho, sino la fama de la casa de té. Eso es lo que no me gusta y me desasosiega, dice apenada la geisha. Que al maquillarme esté ofreciendo una cara que no es. Y yo sé que mi verdadero rostro no es el mismo de un día a otro, me lo dice el espejo. Lo que permanece invariable es la decoración que lleva y no me gusta ser solo actriz. Y no lo eres, la consuela la okasan. Pero mujer, piensa que los hombres que aquí vienen se conforman con una representación. Incluso agradecen las máscaras, pero sobre todo el estilo delicado y discreto con que os movéis a su alrededor. Y valoran como nadie que alguna de vosotras ceda a atenciones más convenientes para ellos. Pero, ¿o es que buscas algo más en este oficio de elegidas? ¿Tal vez pretendes que te corresponda alguno solo por obsesionarte con tu verdadero rostro del espejo? A ese paso pronto descubrirás que el espejo miente. Como mentirá la mirada sugerente de los hombres a los que sirvas. La joven geisha se ajustó las hombreras del kimono y sonrió con un gesto de sumisión a la señora. Al levantarse dejó caer a propósito el espejo, en cuyos añicos se vio también ella rota.