(Jacob Aue Sobol)
Me gusta la delicadeza de Tatsuaki. ¿Habrá sido siempre así o es cosa de la vejez, que vuelve más pusilánime a la gente? Me agrada exponerme sin inhibiciones a su mirada. No se trata de ser fría y no dejarme afectar, ya tengo muy superadas las observaciones recónditas, y a veces perversas, de los hombres. Tal vez sea el acicate por el hecho de que le pueda estar seduciendo. Aunque ¿qué problema puede haber en que a su edad se sienta atraído hacia una mujer a la que multiplica en años? Su mente es muy cuerda y eso me cautiva. Sus sentimientos son como una cosecha de intensas y profundas experiencias asimiladas que le han hecho más fuerte para defenderse y sobrevivir. Su actitud comprensiva ante cualquier situación o conducta de los hombres le vuelve hermoso. Sin embargo, le veo tan frágil en su soledad sentimental. ¿Es lo que nos espera a todos cuando lleguemos a ancianos? Le concedo el don de ofrecerle mi cuerpo y mis movimientos a cambio de que él ejecute lo que tal vez sean las últimas obras de un profesional al que ya no se tiene en cuenta. Él, que tanto ha aportado a reflejar las vidas de fuera y dentro de los individuos, permanece ahora prácticamente olvidado. Suficiente para que su alejamiento del mundo se acentúe. ¿Podría yo dejarlo a las puertas de proporcionarle un regalo mayor? Lo que ha aportado con su trabajo sería incompleto. Sé que posee una mirada magistral, y que lo demostrará a la hora de revelar las fotografías que me haga. No, no tengo actitud de caridad con él. Es otra cosa. Acaso un instinto de protección que reclama una correspondencia. ¿O disimulo una insaciable y furtiva tentación de vivir con él lo que no he sentido con otros? Si Tatsuaki me desea y sabe llegar con su cámara hasta cada rincón de mi cuerpo y a cada manifestación de mis poses más auténticas, ¿no se merece atravesar el aura de mi piel ante la cual su prudencia le hace detenerse? No me da temor su gesto huidizo, ni me produce desagrado alguno el tacto de sus manos, ni hay fricción incómoda en los roces ocasionales con su cuerpo, ni creo que su carne ajada y floja esté desprovista de calor. Además, ¿no es el verdadero fin del amor obtener calor? Esa soledad que le cohíbe para hablar de sus pasiones lejanas, ¿le habrá causado olvido para saber manifestarse en intimidad con una mujer? Sería una cínica si ocultara que la curiosidad me excita. ¿Cómo amará un viejo a una joven? ¿Será su falta de vigor una barrera? ¿Repelerán los olores de un cuerpo lacio? ¿Se extraviará en un llanto si no consigue poseer a la mujer? ¿Se deshará de mi como si fuera un novato sin acierto? Mis prejuicios inducen a que me haga preguntas sin cesar, como un intento sospechoso para que desista de entregarme a él.
Señor Tatsuaki, saltó de pronto agitada la joven interrumpiendo sus pensamientos revoltosos. Haga de la fotografía sobre mi cuerpo el recto camino hacia el calor, que además es luz, pidió con evidente y sagaz discurso zen. Soy lo que usted quiera ver dentro de mí. Descúbreme pues, insistió descendiendo al tuteo. El hombre pareció ignorar a la chica. Pero en aquel tuteo reverdecieron dentro de él las edades perdidas del amor.
Hasta que no se prueba no se conoce... Puede que la belleza no se corresponda siempre con juventud.
ResponderEliminarPor supuesto. O sí con una estado de madurez que aún resulta fresca y joven en emociones y significados.
ResponderEliminarUna muy íntima y reflexiva entrega...
ResponderEliminarMe alegra que la sientas o la percibas así.
Eliminar