(Robert Capa)
No te engañes, aseveró displicente mi amigo Jan Bierce, el guionista, mientras desayunábamos. Escribimos sobre el amor los que no amamos. ¿Cabe algo más inapropiado? Eso os permite mantener la distancia, ser más objetivos y valorar con fiabilidad algunos ángulos de visión que no podrían tener los escritores enamorados, comenté yo puntualizando un pensamiento que ambos compartíamos. Sí, pero, por otro lado, corremos el riesgo de salirnos de la realidad, exagerando con la crudeza de un realismo exacerbado, matizó Jan. Podemos estar imponiendo diálogos a unos personajes que acaso reflejan más nuestras desconfianzas y frustraciones que lo que vive la mayor parte de la gente. Y ya sabes que en nuestro oficio nos debemos a la aceptación por parte del espectador.
Cada vez que Jan se pone en marcha para elaborar un guión comparte ideas conmigo y no podemos evitar que iniciemos un nuevo debate sobre el mundo. Para mi amigo no se trata solamente de escribir de corrido un mamotreto que luego van a pulir otros antes de dar el visto bueno. Necesita durante el proceso mantener viva una suerte de tertulia llena de ideas, de confrontación serena sobre lo luminoso y también de controversia apasionada acerca de lo oscuro que habita en el espíritu humano. Suele decir que el tema de la guerra, por ejemplo, siempre resulta más sencillo de tratar. Es como si por su propia definición no hubiera demasiadas salidas inverosímiles y se acertara a describir de plano el horror o la barbarie de unos hombres contra otros. Todo está abocado a la destrucción, de cuerpos y de emociones, eso marca lo que se vive en la guerra, dice un Jan vehemente.
Yo pienso que la violencia también habla de manera diversa y significativa sobre el hombre. Incluso ese tipo de violencia en que parece que la sociedad, los Estados, las creencias y cada individuo son un solo engendro que ha enloquecido. Y que, a pesar de lo perverso que es invadir territorios y aniquilar seres, los hombres, en el fragor de la vorágine, crean márgenes en los que el escepticismo anida, el hastío hace mella, la discrepancia asoma el hocico y la fragilidad de cada hombre puede saltar con brusquedad. Pero a Jan no le gusta ceder con facilidad. Aun teniendo un pasado diferente, insiste, los hombres que participan en una guerra se ven abocados de manera circunstancial o prolongada a un oficio tenebroso que los anula. En la misma línea, la población civil que sufre las consecuencias también hace frente a una alteración, que puede llegar al exilio forzado, aunque se aferre con todas sus fuerzas a recordar con añoranza la normalidad que les precedió. Una forma de vida de costumbres pacíficas en la que, si bien había diferencias y enfrentamientos, todo se resolvía cediendo pacíficamente. Pero la guerra es otra cosa, reprime sentimientos, encierra nostalgias, provoca odios que antes no se habían sentido. Y, lo que es sumamente trágico, hace que la gente se sienta perdida, hasta el extremo de delegar el diálogo y el buen hacer cotidianos en esas figuras falsamente literarias del combate y de la siempre abominable aunque deseada victoria. Terrible aspiración ésta que muchos verán abortada por el infortunio.
Recordar los tiempos felices, suelo decir a Jan, aunque vayan quedando alejados, siempre remite a alguna incierta clase de esperanza para la gente que sufre. ¿Qué harían los masacrados civiles si perdieran el vínculo con el pasado? ¿Cómo alimentarían ilusiones de supervivencia los inquietos e ilusos combatientes si no hablaran entre ellos de la vida tranquila que habían conocido anteriormente? ¿Qué futuro, si llega a haberlo, podría perseguirse de no triunfar a su vez un hondo sentido de la añoranza y de lo que fue posible vivir sin terror? Un guión bélico, le digo, proporciona mayor facilidad de tratamiento si se ignoran todas estas cosas y se reduce todo al enfrentamiento descarnado y a idealizar los mitos épicos. Pero la complejidad de los individuos, aun soterrada, está ahí, aflora y eso lo debes tener en cuenta a la hora de escribir un guión que merezca la pena.
Jan Bierce, amigo de toda la vida, amante con altibajos y lagunas, se queda callado cuando el debate llega a ciertos extremos. En ese momento puede levantarse y salir o revolverse buscando nuevos argumentos. Sigo pensando que los guiones que describen historias de amor son más enrevesados, opina Jan. Nunca hay una perspectiva única. Encontrar el punto equilibrado al narrar situaciones de afinamiento o de rechazo entre dos humanos que se acercan y se soportan voluntariamente, nada que ver con el forzoso comportamiento en una guerra, resulta complicado. En las historias de amor la voluntariedad de los individuos es decisiva. ¿Cómo no reflejar los movimientos repentinos de afecto o de desaire que se dan entre dos seres? ¿Cómo no describir sin demasiadas concesiones a la sensiblería aquellas afecciones producidas a causa de una entrega o de un abandono? Por no hablar del roce y el desgaste cotidiano a que una pareja se somete tras haberse elegido libremente. A los humanos les califica más los roces que la armonía. Oye, Jan, le digo un tanto agotada por la discusión, ¿acaso olvidas que también hay mucho de anulación de personalidad entre los amantes? ¿Que uno se impone al otro? ¿Que alguien de ellos, o los dos, se sacrifican en el altar de las obligaciones y los desencantos?
La mirada que Jan Bierce me echa es como una mano férrea que me tapara la boca. Pero sé que, de un momento a otro, sus ojos de felino salvaje se van a tornar de oveja entregada. Hoy, no, me apresuro a decirle con cierta acritud, levantándome del sofá.
Cada vez que Jan se pone en marcha para elaborar un guión comparte ideas conmigo y no podemos evitar que iniciemos un nuevo debate sobre el mundo. Para mi amigo no se trata solamente de escribir de corrido un mamotreto que luego van a pulir otros antes de dar el visto bueno. Necesita durante el proceso mantener viva una suerte de tertulia llena de ideas, de confrontación serena sobre lo luminoso y también de controversia apasionada acerca de lo oscuro que habita en el espíritu humano. Suele decir que el tema de la guerra, por ejemplo, siempre resulta más sencillo de tratar. Es como si por su propia definición no hubiera demasiadas salidas inverosímiles y se acertara a describir de plano el horror o la barbarie de unos hombres contra otros. Todo está abocado a la destrucción, de cuerpos y de emociones, eso marca lo que se vive en la guerra, dice un Jan vehemente.
Yo pienso que la violencia también habla de manera diversa y significativa sobre el hombre. Incluso ese tipo de violencia en que parece que la sociedad, los Estados, las creencias y cada individuo son un solo engendro que ha enloquecido. Y que, a pesar de lo perverso que es invadir territorios y aniquilar seres, los hombres, en el fragor de la vorágine, crean márgenes en los que el escepticismo anida, el hastío hace mella, la discrepancia asoma el hocico y la fragilidad de cada hombre puede saltar con brusquedad. Pero a Jan no le gusta ceder con facilidad. Aun teniendo un pasado diferente, insiste, los hombres que participan en una guerra se ven abocados de manera circunstancial o prolongada a un oficio tenebroso que los anula. En la misma línea, la población civil que sufre las consecuencias también hace frente a una alteración, que puede llegar al exilio forzado, aunque se aferre con todas sus fuerzas a recordar con añoranza la normalidad que les precedió. Una forma de vida de costumbres pacíficas en la que, si bien había diferencias y enfrentamientos, todo se resolvía cediendo pacíficamente. Pero la guerra es otra cosa, reprime sentimientos, encierra nostalgias, provoca odios que antes no se habían sentido. Y, lo que es sumamente trágico, hace que la gente se sienta perdida, hasta el extremo de delegar el diálogo y el buen hacer cotidianos en esas figuras falsamente literarias del combate y de la siempre abominable aunque deseada victoria. Terrible aspiración ésta que muchos verán abortada por el infortunio.
Recordar los tiempos felices, suelo decir a Jan, aunque vayan quedando alejados, siempre remite a alguna incierta clase de esperanza para la gente que sufre. ¿Qué harían los masacrados civiles si perdieran el vínculo con el pasado? ¿Cómo alimentarían ilusiones de supervivencia los inquietos e ilusos combatientes si no hablaran entre ellos de la vida tranquila que habían conocido anteriormente? ¿Qué futuro, si llega a haberlo, podría perseguirse de no triunfar a su vez un hondo sentido de la añoranza y de lo que fue posible vivir sin terror? Un guión bélico, le digo, proporciona mayor facilidad de tratamiento si se ignoran todas estas cosas y se reduce todo al enfrentamiento descarnado y a idealizar los mitos épicos. Pero la complejidad de los individuos, aun soterrada, está ahí, aflora y eso lo debes tener en cuenta a la hora de escribir un guión que merezca la pena.
Jan Bierce, amigo de toda la vida, amante con altibajos y lagunas, se queda callado cuando el debate llega a ciertos extremos. En ese momento puede levantarse y salir o revolverse buscando nuevos argumentos. Sigo pensando que los guiones que describen historias de amor son más enrevesados, opina Jan. Nunca hay una perspectiva única. Encontrar el punto equilibrado al narrar situaciones de afinamiento o de rechazo entre dos humanos que se acercan y se soportan voluntariamente, nada que ver con el forzoso comportamiento en una guerra, resulta complicado. En las historias de amor la voluntariedad de los individuos es decisiva. ¿Cómo no reflejar los movimientos repentinos de afecto o de desaire que se dan entre dos seres? ¿Cómo no describir sin demasiadas concesiones a la sensiblería aquellas afecciones producidas a causa de una entrega o de un abandono? Por no hablar del roce y el desgaste cotidiano a que una pareja se somete tras haberse elegido libremente. A los humanos les califica más los roces que la armonía. Oye, Jan, le digo un tanto agotada por la discusión, ¿acaso olvidas que también hay mucho de anulación de personalidad entre los amantes? ¿Que uno se impone al otro? ¿Que alguien de ellos, o los dos, se sacrifican en el altar de las obligaciones y los desencantos?
La mirada que Jan Bierce me echa es como una mano férrea que me tapara la boca. Pero sé que, de un momento a otro, sus ojos de felino salvaje se van a tornar de oveja entregada. Hoy, no, me apresuro a decirle con cierta acritud, levantándome del sofá.
Jo penso que qui més sap de l'amor és qui el viu o l'ha viscut qui el contempla des de fora mai en sabrà captar bé la seva essència...
ResponderEliminarIgual penso que qui pot escriure de la guerra amb més propietat, és qui l'ha viscut o qui l'ha patit encara que sigui a la rereguarda...
Bon matí de diumenge.
Debería ser así. Pero la asimilación de una experiencia y otra no son siempre directas o al menos inmediatas. Las reflexiones vienen después, si se sobrevive a ambos combates.
Eliminar-No se puede escribir del amor desde el amor ni telegrafiar sus significados.
ResponderEliminar-salirnos de la realidad, exagerando con la crudeza de un "sentimentalismo" exacerbado
-Todo está abocado a la destrucción, de cuerpos y de emociones, eso marca lo que se vive en el amor, el amor es lo más parecido a una batalla...
-La guerra es el infierno de la razón, el amor es el remanso de las ofensas.
-También hay armonía entre los roces...
-El desencanto de la guerra es como el desencanto de las pasiones. Nada de ovejas entregadas ni salvajismos ciegos.. Hoy sí, recostándonos en el sofá, complaceremos alguna insurgencia.
Muy bien, me han gustado tus aforismos reflexivos, ya lo creo. Mejor no entrar en su disección racionalista. Salvemos el impulso sabio que lleva el sub y el in conscientes.
EliminarNo es tan difícil diseccionarlos..., sólo hay que pensar en una rana abierta a los impulsos del microscopio.
EliminarLo tendré en cuenta.
EliminarEsa sensación de interrogatorio, no solo sobre Eros y Tánatos, sino acaso sobre ellos mismos.
ResponderEliminarDiálogo con interrogantes, más bien.
EliminarExponiendo un enemigo identificado, ante el cual se desarrolla toda la acción, la actitud de los personajes es más fácil. En cambio la vida cotidiana, el enfrentamiento entre amantes aburridos, exige mucha atención para sacarle jugo a la historia. Muy interesante el diálogo en el que se enfrentan los intereses narrativos.
ResponderEliminarSaludos.
Es que ese tipo de historias rechinan y el conflicto se transmite al exterior. Poder saber del mismo sin estridencias y sí con disección debe ser muy complicado. Gracias, Alfred.
EliminarNo acaba el conflicto con la victoria de uno y la derrota de otro, porque la batalla sigue perdurando, se enquista y el rencor se transmite, y bien sea en una relación sentimental o en la escritura de un libro, puede faltar voluntad, tú lo has dicho,y también orden en la realidad y hasta abundan los predadores, resignados, rebeldes y emboscados.
ResponderEliminarDigo que si dos establecen cruenta contienda, más lo hace el grupo, cuando refuerza el pensamiento con una intención y ésta es mala.
Que tengas buena semana. Un abrazo
¿Una batalla que se retroalimenta permanente? La voluntad suele estar muy condicionada, no sé si todo depende de ella, sobre todo cuando las cosas, los conflictos, entran en un bucle complicado. Me ha gustado esa numeración de "predadores, resignados, rebeldes y emboscados", relación que seguro que se podría ampliar.
EliminarLas contiendas grupales espantan todavía más. ¿No lo ves cómo funciona el mundo y su tribalismo por doquier?
Buena semana, un abrazo.
Me he quedado fascinada por la belleza de tus letras y lo que ellas trasmiten.
ResponderEliminarVolveré...
Agradecido por leer, puedes pasar y comentar cuanto y como quieras, Maripaz.
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