(Jean-François Jonvelle)
Hoy he vuelto a ver a la mujer invisible. Cómo es posible, se preguntarán ustedes. No sé responder. Pero la he visto. No presentaba un perfil muy definido ni su imagen era un derroche de luminosidad, pero no me cabe duda de que se trataba de ella. Además, he escuchado su respiración contenida, su tono pausado y bajo de voz, los pasos prudentes y apenas ruidosos al pisar la tarima de la estancia. Suelo verla con cierta vaguedad algunas noches en que me desvelo y no sé poner orden en mis turbados pensamientos. Pero nunca con la evidencia con que hoy se ha mostrado. Otras veces se limitaba a permanecer en un rincón del cuarto y sonreír, o simplemente observarme. Una mujer invisible, aunque se me revele, es siempre un ser evanescente. Hasta ahora sus apariciones eran fugaces y, como mucho, el movimiento de aire que producía dejaba un aroma agradable a flor de primavera, pero confuso. No sabría decir qué flor emite el perfume natural que ella exhala, no soy experto en botánica y apenas en mujeres invisibles.
La cercanía que ha mostrado esta madrugada me ha confundido. En otras ocasiones aparecía más ausente, como si ni el mundo ni yo mismo fuera con ella. Si tocaba los objetos, estos no variaban de ubicación. Si se desplazaba, no dejaba huella. Miraba el entorno, pero no lo alteraba. Solo cuando me parecía que fijaba sus ojos en los míos se alejaba de su invisibilidad. Hoy ha transgredido la conducta que era habitual en ella y su osadía tenía algo de invitación a que yo formara parte de su invisibilidad. Dirán ustedes que debe ser más bien a la inversa, que ella ha pretendido llegar a mí y manifestarse con su corporeidad. No estoy seguro.
Se precipitaba la oscuridad hacia el alba y la invisible se ha acercado resuelta. ¿O me ha llevado a su ámbito silencioso y mortecino? Sentados ambos en la cama, sin distinguir qué territorio de los dos pisábamos, he percibido un halo tangible que me proporcionaba calor, pero también agitación. La mujer, con sus manos invisibles, palpaba mi cuerpo con cautela, como si deseara situarme en un espacio que ella pudiera ocupar. Yo solamente percibía ráfagas del éter que ella buscaba materializar. En el cuello, en la espalda, en las rodillas. ¿Cómo lograba ensortijar sus dedos en mis cabellos? ¿Cómo escribía caricias tibias en mis labios? ¿Cómo hurtaba mis palabras con su lengua ebúrnea? ¿Cómo arañaba mi pecho con sus uñas aguzadas? ¿Cómo hendía mi ingle con su vientre incandescente? Desplacé a un lado mi cuerpo para aprehender aquellos movimientos que se sugerían pero nada retuve. La mujer invisible, alterada, indecisa, se apartó de mí y se expuso al espejo. Esta es la ocasión de verla con alguna claridad, me dije. Me levanté impetuoso para capturar su imagen. Pero el espejo me devolvió una película de vaho, deleble, inaccesible.
Siempre estaba, entonces
ResponderEliminarY si no, se la inventaba, pues.
EliminarM'ha agradat aquesta història tan misteriosa...Segurament veu visions, degut a les ganes que té que una història com questa, un dia se li faci palpable realitat! Diuen que si desitges una cosa amb molta força...Potser tindrà sort!
ResponderEliminarBon vespre.
O puede que para muchos su realidad sea así...Y no la desdeñemos, todo lo que sirva para apaciguar instintos revoltosos es útil.
EliminarHasta haciendo el amor necesitamos los espejos. ¿Acaso, lo invisible del alma no nos llena de luz?
ResponderEliminarDos amantes se reflejan cual espejos el uno en el otro, buscando sus identidades. Otra cosa es que acierten.
Eliminara reflejar una intimidad.
EliminarPor ejemplo.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarVer seres invisibles a nuestro lado toda la vida es inevitable. Y vemos más de los que nos pensamos o de los que la gente habla, ya sabes.
EliminarLindo relato. Y un tanto evanescente, como la mujer invisible. Hay que leerlo dos veces para descubrir los matices que se pierden en lo translúcido de tu palabras.
ResponderEliminarUn saludo.
Y los matices abren siempre nuevas puertas ergo nuevas estancias luego nuevas imaginaciones...
EliminarEs una mujer invisible!! qué duda cabe?
ResponderEliminarLa mujer o el hombre invisible que cada cual puede llevar dentro y echar mano del mismo para salir del tedio, ¿no?
EliminarTan misterioso como la mujer invisible de tu relato,que cada noche revoloteaba a su lado...pero inaccesible.
ResponderEliminarBuen blog Chitón.
Me quedo.
No creas que lo inaccesible es tal. La imaginación es potente. El azar un prodigio.
EliminarMe ha encantad leer tus letras. Un placer haberte hallado.
ResponderEliminarSaludos.
Muy amable, Jorge, lo celebro y me estimula.
EliminarBuen relato, cruzando las puertas de lo inquietante. Un saludo.
ResponderEliminarNuestros pasos diarios rozan lo inquietante cada día, a veces sin darnos cuenta. Gracias por comentar.
EliminarIgual era todo una ilusión , o no ! Buen relato !Saludos.
ResponderEliminarLas ilusiones, los espejismos o los anhelos hacen a los individuos y a su vez estos son hijos de todos ellos, tengo la impresión.
Eliminar¿Será quizá la mujer de tus sueños?, ¿La que has idealizado y no es real?. Inquietante tu relato. Saludos.
ResponderEliminarEscéptico soy a eso de la mujer o el trabajo o lo que sea de los sueños. Diálogo fecundo y permanente con el inconsciente, sí.
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