Cada vez que me visto para asistir a una celebración me peleo con mi gato. Su fijación por arroparse en mis sedas no tienen nombre. Me vas a rasgar la tela, le digo enérgica. Me vas a dejar desnudo, dice él con segundas. Y es que ambos dialogamos desde nuestros silencios y nos acogemos en nuestras desdichas. Eres una cortesana ingrata conmigo, refunfuña. ¿Y si no vuelves? Siempre he vuelto, trato de aplacar su congoja. Y si me pasara algo cuidarían de ti mis hermanas o las sirvientas. Entonces mi felino saca sus uñas y tira con violencia el pareo que yo estoy tratando de colocar.
Mi gato y yo somos cómplices pero no carne de nuestra carne. Nos reconocemos en lo que nos aportamos pero diferimos en identidades. Colaborar no es hacer lo que le da la gana a uno sobre lo que quiere el otro, ¿te das cuenta?, le digo. Él maúlla y nunca sé si está de acuerdo o si se enfada. No le gusta ser más explícito porque no es tonto. Si digo algo lo puedes utilizar contra mí, me espetó un día.
También conozco sus zalamerías y no me dejo impresionar. Se parece tanto entonces a los hombres que intentan cortejarme. Más bien prefiero que sea marrullero, que haga trastadas. Cuando espera que le eche una bronca no hago nada y él se enerva más. Sea por celos o porque no cedo a sus deseos se muestra arrogante y virulento. Hay ocasiones en que me dan ganas de zarandearlo y echarlo de casa. El otro día le pillé conduciendo a una de mis hermanas hasta la almohada en la que guardo intimidades. ¿Qué hacéis hurgando en mi almohada?, les grité furiosa. ¿No sabéis que el lugar sobre el que reposa por la noche mi cabeza es también mi propia cabeza? Tanto mi hermana como mi gato se quedaron temblando.
¿Qué pensáis encontrar ahí dentro?, y me mostré más enfurecida, si bien era puro teatro. Como actriz del kabuki no habría tenido precio y habría hecho sentir a los espectadores con más intensidad que los comediantes de paso. Mi hermana tartamudeó y el minino fue a esconderse en uno de los pliegues del futón. La ocasión era magnífica para llamar a ambos al orden. Continué con mi perorata. ¿Creéis que vais a encontrar ahí mis pensamientos?, y me dirigí con mirada dura a la chica. Y tú, gato retorcido,¿presumes siempre de tanta confianza conmigo y me traicionas como hacen a veces los criados de los samuráis, que se venden por la diezmillonésima parte de un koban?
Me reí tanto para mis adentros haciéndoselo pasar mal a los dos que casi sentí pena. Pero no podía permitir que espiaran lo que escribo o los recuerdos que guardo. Sé que mi hermana buscaba con afán desde hace tiempo mi diario. Pero, ah, el diario está a salvo en otra parte. Y ni mi gato es tan listo como para descubrirlo.